Algunos comentaristas políticos los denominan “cortinas de humo”. Otros, más bien, ven verdaderos objetivos con su propio calendario. Hay una serie de medidas vinculantes, de leyes coercitivas, de mentalizaciones mediáticas, de mantras dominantes, a través de las cuales se intenta imponer una nueva comprensión de la sociedad, una relación distinta entre personas, y una progresiva exigencia que trastoca el modo de ver las cosas hasta su más profundo disloque. Hay una subcultura “perrofláutica” que va poco a poco minando las cosmovisiones que teníamos y que, con sus variantes adecuadas dentro de una sociedad plural y democrática, habíamos cuidado y nos habíamos otorgado como modo de convivencia con sus correctoras alternancias. Pero de un tiempo a esta parte da la impresión de que todo está fuera de su quicio cultural, de su principio moral, de su respeto antropológico, de su humilde verdad.
No estamos lamentando los presuntos privilegios que se nos arrebataron a los cristianos, como ciertas jergas repiten para ver si calan en los mentideros de opinión. Estamos, sí, preocupados por el deterioro rampante de la cultura, de la moral, de la antropología y de la verdad, como acabamos de señalar. Porque una cultura que no genera belleza, ni admiración, ni bondad, es cultureta cutre y efímera, aunque esté muy subvencionada. Una moral sin principios, se convierte en un bazar de los caprichos al pairo de las pulsiones frívolas y las prepotencias chulescas de quienes sin ninguna ética conciben la vida pública y la privada. Una antropología que se define y se construye desde imposiciones antinaturales que enmiendan la humilde pero insobornable ley natural, acaba siendo una engañifa de natura en la que se paga la impagable factura inhumana. Una verdad que no preside la honestidad ni la honorabilidad, hace que las personas engañen a troche y moche siempre, sin ningún pudor, desde sus títulos académicos trucados o inexistentes, hasta las propuestas que son brindis al sol en su tramposa gestión de las gobernanzas.
No estamos ante una carga política y sus terminales mediáticos que las jalean sencillamente para marear la perdiz, para distraer al personal, para hablar por hablar con las cortinas de humo correspondientes, aparentemente inicuas y sin ninguna intención subversiva, sino que estamos ante un proyecto cultural, político y antropológico que pretende transformar (si pudiera) la verdad humana, la verdad social, la verdad histórica. Y ahí están esas leyes, medidas y mentalizaciones, que intentan reinventar la naturaleza antropológica, reescribir la historia y controlar una sociedad manipulada haciéndola vulnerable ante sus pretensiones ideológicas dominantes. Las leyes, medidas y mentalizaciones que intentan deconstruir la verdad del hombre y la mujer jugando con la vida y diseñándola inicuamente, que ensayan la gran censura de cuanto en la historia no les cuadra para sacarse de la manga sus victorias fallidas mientras maquillan sus flagrantes y sangrantes derrotas, que juegan impudorosamente con la mentira como arma política sin que se despeinen, es todo ello una gran pretensión que ofende la inteligencia, pervierte el corazón y destruye la naturaleza. Nada nuevo bajo el sol. Desde que en la Biblia se relata el primer pecado, el hombre que se afirma como contrario y enemigo de Dios, acaba siéndolo también de la persona y de los pueblos. Tenemos demasiados ejemplos en la andadura humana y en la historia más reciente. Se paga un alto precio: muchas víctimas quedan arrolladas sin tiempo para la enmienda ni para salvar la belleza manchada, ni la bondad envilecida. Pero jugar a ser dioses es tan sólo la enésima tentativa de levantar la torre de Babel indebida, adorar los becerros de oro de falsos ídolos y engullir la fruta prohibida que nos deja siempre más vacíos y pobres.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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