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viernes, 4 de noviembre de 2022

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Sucedió hace cuarenta años, sí

Han pasado ya cuarenta años. En estos días se cumplen. No quiero que pasen inadvertidos, aunque hayan sido pocos los que meritoriamente lo recuerden. No deseo estar entre los olvidadizos. Veníamos de varios zarandeos sociales, políticos, económicos y también eclesiales. La incertidumbre pendía en el aire y por momentos se tornaba en losa amenazante ante tantas incógnitas. La historia más reciente de España, algunos quieren reescribirla ignorando la generosa actitud de todo un pueblo para superar heridas, la labor callada y eficaz de la Iglesia en esa convivencia viable sin bandos ni bandas. Sí, ignorando tantos protagonistas, inventando extraños héroes o favoreciendo a infames sin arrepentir. Hace cuarenta años andábamos con una zozobra real y una esperanza humilde. 

En ese contexto, sucedió el evento que traigo a nuestra remembranza más agradecida. Tenía que haber sucedido nada menos que un año y medio antes, pero no pudo ser a causa de un atentado terrorista perpetrado por Mehmet Ali Agca en plena Plaza de San Pedro. Era el 13 de mayo de 1981, fiesta de la Virgen de Fátima. Pero al año siguiente, Juan Pablo II viajó a España. Este es el evento del que se cumplen ahora los cuarenta años. Y estas fueron sus primeras palabras: 

«Vengo a encontrarme con una comunidad cristiana que se remonta a la época apostólica. En una tierra objeto de los desvelos evangelizadores de San Pablo; que está bajo el patrocinio de Santiago el Mayor, cuyo recuerdo perdura en el Pilar de Zaragoza y en Santiago de Compostela; que fue conquistada para la fe por el afán misionero de los siete varones apostólicos; que propició la conversión a la fe de los pueblos visigodos en Toledo; que fue la gran meta de peregrinaciones europeas a Santiago; que vivió la empresa de la reconquista; que descubrió y evangelizó América; que iluminó la ciencia desde Alcalá y Salamanca, y la teología en Trento. Vengo atraído por una historia admirable de fidelidad a la Iglesia y de servicio a la misma, escrita en empresas apostólicas y en tantas grandes figuras que renovaron esa Iglesia, fortalecieron su fe, la defendieron en momentos difíciles y le dieron nuevos hijos en enteros continentes. En efecto, gracias sobre todo a esa simpar actividad evangelizadora, la porción más numerosa de la Iglesia de Cristo habla hoy y reza a Dios en español... Gracias, España; gracias, Iglesia en España, por tu fidelidad al Evangelio y a la Esposa de Cristo». 

Palabras, pronunciadas al pisar el suelo español como una ráfaga de aire fresco, una confirmación del legado que teníamos y una llamada a la responsabilidad católica para seguir escribiendo las líneas que nos corresponden dentro de una historia a la que los cristianos también pertenecemos. No en vano añadía: «En ese contexto histórico-social, es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí fuerza renovada que os haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el justo respeto de las vuestras». 

Y terminaría su periplo con aquellas emocionantes palabras que siguen sosteniendo nuestra gratitud y alentando nuestra esperanza en estos momentos: «Los brazos abiertos del Papa quieren seguir siendo una llamada a la esperanza, una invitación a mirar hacia lo alto, una imploración de paz y fraterna convivencia entre vosotros. Son los brazos de quien os bendice e invoca sobre vosotros la protección divina, y en un saludo hecho de afecto os dice: ¡Hasta siempre, España! ¡Hasta siempre, tierra de María!». Emocionante. Desde la ventana del cielo, él nos sigue bendiciendo y alentando, pues su paternidad nos dejó ese inmarcesible relevo de seguir construyendo lo que Jesús quiso confiar a nuestras pequeñas manos para gloria de Dios y bendición de los hermanos. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

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