El 14 de septiembre de 1932, aprovechando la festividad, se dinamitó la antigua capilla de La Crucina de Turón, que fue reconstruida en 1965
(lne/ Blog de Acevedo. Ernesto Burgos) Siempre que necesito confirmar algún dato sobre la historia de Turón recurro a Carlos Vega Zapico, con el que me una buena amistad desde hace años y al que agradezco desde aquí su buena disposición y su generosidad. En esta ocasión, después de pedirle información sobre la antigua capilla de La Crucina me dice que el lugar debe su nombre a una pequeña construcción que albergaba allí la imagen de un Cristo cuya devoción se extendía por varios concejos. Estas edificaciones conocidas como humilladeros, que no debemos confundir con los cruceiros gallegos, se multiplicaron a partir del Concilio de Trento celebrado a mediados del siglo XVI y solían levantarse fuera de las poblaciones o a la vera de los caminos donde servían para la devoción de los caminantes y también como parada para los cortejos fúnebres.
Este es el caso de La Crucina ya que a su lado pasaba el camino real por el que debían transitar forzosamente quienes se dirigían hasta el cementerio situado entonces junto a la iglesia dedicada a San Martín que ya aparece documentada en época medieval en el corazón del valle de Turón. No sabemos desde cuándo estaba allí la pequeña construcción, pero sí conocemos cuándo fue reemplazada por una ermita, ya que se conserva un escrito fechado el 14 de febrero de 1858 con la petición que dirigió don Joaquín López, cura propio de San Martín y su hijuela de Santa María de Urbiés, al Obispo de Oviedo Juan Ignacio Moreno solicitando permiso para hacer la obra. Este sacerdote exponía que en el sitio de Sobrepuenes “término de esta parroquia y camino real para la villa de Mieres” se encontraba aquel humilladero con la efigie del llamado Santísimo Cristo de La Paz hasta donde acudían a orar multitud de fieles que muchas veces tenían que soportar el frío y la lluvia a la intemperie porque allí solo cabía una persona. Por ello pedía autorización para levantar una capilla en la que se pudiese celebrar misa “sobre todo en el día 14 de septiembre que es la fiesta de dicho Cristo”, a cuenta de unos mil seiscientos reales que había de fondo, fruto de la piedad de los fieles.
La reacción del obispo fue inmediata y tan solo dos días después ya estaba firmado el permiso eclesiástico para la obra que se inició sin otros preámbulos. Se ha escrito que la reina Isabel II acompañada de su esposo Francisco y su hijo Alfonso se acercaron hasta La Crucina en la visita que realizaron por el norte de España en el verano de aquel 1858, pero no hay ningún dato que lo corrobore. Juan de Dios de la Rada y Delgado publicó dos años más tarde una detallada crónica de este viaje en la que leemos un párrafo que desmiente esta posibilidad por el ajustado horario que cumplió la comitiva después de comer y descansar en Pajares pasando por Pola de Lena y Ujo en dirección a Mieres: “A las siete de la tarde, en medio de un entusiasmo indecible, terminado entre vivas y aclamaciones el espléndido almuerzo que la Diputación provincial ofreció a SS. MM., salieron estas de Pajares, dirigiéndose a Mieres del Camino, donde llegaron a las diez de la noche, descansando en el palacio con antiguo torreón, a usanza de la edad media, que en aquel pueblo tiene el Marqués de Campo-Sagrado”. Como sabemos, el desarrollo de la actividad minera e industrial en las décadas que siguieron hizo que la Montaña Central perdiese su carácter rural y el valle de Turón se convirtió en uno de los territorios donde las ideas internacionalistas prendieron con más fuerza en el movimiento obrero.
Una consecuencia fue la extensión del sentimiento anticlerical de gran parte de los trabajadores que consideraron a la Iglesia católica como una de las instituciones culpables de sus penurias, lo que se plasmó en los años que precedieron a la revolución de Asturias en una multiplicación de ataques a todo aquello que pudiese representar esta influencia religiosa. Una violencia que tuvo su episodio más dramático cuando en octubre de 1934 nueve frailes fueron fusilados precisamente en Turón. Hasta ese momento, numerosas ermitas e iglesias de mayor entidad sufrieron los efectos de la dinamita, pero también colegios, como el de los Hermanos de la Doctrina Cristiana de Mieres, donde el 20 de diciembre de 1921 hicieron explosión tres cartuchos que no ocasionaron víctimas pero sí daños materiales. En esta ocasión una semana más tarde varios sindicalistas fueron inculpados, aunque lo más habitual era que nunca se llegase a identificar a los autores. Muchas veces se buscaron fechas señaladas para que estos hechos tuviesen más repercusión. Así, el día de todos los Santos de 1931 reventaron otros dos cartuchos en el muro de separación de los cementerios católico y civil de Mieres, a pesar de que el Ayuntamiento, con el voto en contra de las derechas, acababa de aprobar su derribo. Aunque debido al gran número de tumbas que se apoyan en él, nunca llegó a tirarse y hubo que esperar mucho tiempo para que se abriese allí un paso.
Y esta misma estrategia se siguió en 1932 para atentar contra la capilla de La Crucina eligiendo precisamente la fiesta de su Cristo. Ocurrió a las dos de la madrugada del miércoles 14 de septiembre, cuando los vecinos se encontraban disfrutando de la verbena que precedía al día grande. Entonces llegó hasta allí el eco de una fuerte detonación que dejó sorprendidos a los asistentes hasta que alguien se acercó gritando para comunicar lo sucedido. Cuando los curiosos fueron llegando a la capilla descubrieron que se había forzado su puerta para colocar unos cartuchos en el interior, que ahora presentaba un aspecto desolador con el retablo y el altar deshechos y las imágenes de San Juan, La Virgen de los Dolores y el Cristo hechos astillas. Este último conservaba tan solo la cabeza y parte del tórax. A la mañana siguiente ya comenzó una procesión de fieles llegados desde Mieres, Aller y Langreo que querían ver el desastre y convirtieron la misa mayor de aquel año en una de las más numerosas que se recordaban, escuchando al canónigo magistral de Oviedo Benjamín Ortiz pedir el perdón para los autores del atentado, que nunca llegaron a ser identificados por la Guardia Civil. Desde el primer momento tampoco faltaron quienes ofrecieron su ayuda económica al párroco de entonces, don José Fernández, para que encargase con rapidez la reconstrucción del Cristo, lo que hizo que se abriese una colecta que según el libro de cuentas de la capilla, consultado por Carlos Vega, recogió 73 pesetas con cincuenta céntimos.
Aunque los violentos acontecimientos que no tardaron en sacudir este país lo hicieron imposible y los restos del Cristo permanecieron guardados en una urna de cristal hasta que fueron restaurados en la década de los cincuenta. En 2002, los profesores José Luis Secades y Eustaquio Álvarez firmaron en la publicación de Ciencias Sociales “Cuadernos de Mieres” un buen artículo sobre el barroco en este municipio en el que incluyeron la figura del Cristo de La Paz como una de las tallas más interesantes del siglo XVII en nuestra comarca, aventurando la hipótesis de que la imagen pudiese atribuirse al taller de Antonio Borja, al contrario que las otras dos tallas que lo acompañaban porque “la tosquedad con la que están realizadas pone de manifiesto que su realización se debe más a la indecisa mano de algún santero que a la de un experimentado maestro”.
La realidad es que posiblemente nunca podremos saber con certeza quien hizo el Cristo primitivo que se veneraba en el antiguo humilladero de La Crucina, pero lo que podemos ver a partir de su imagen restaurada son unos rasgos con un enorme parecido al otro crucificado que se venera en la Peña y del que ya adelantamos en otra de estas historias que también pudo haber salido del taller de Borja. Por su parte la capilla fue rehecha en 1965 suprimiendo el pequeño pórtico que le daba acceso y que puede verse en muchas fotografías antiguas. El Cristo de La Paz se encuentra desde 2015 en la parroquia de San Martín en La Felguera turonesa, un templo también reconstruido prácticamente en su totalidad tras la Guerra Civil. Allí se trata de evitar que la humedad de su ubicación tradicional vuelva a afectar a la talla, mientras en La Crucina puede verse un cuadro que representa su efigie, obra del recordado artista local Juan Luis Varela, muy devoto de la imagen, quien en los últimos años y hasta el momento de su muerte se encargó de protegerla y evitar su deterioro.
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