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jueves, 8 de septiembre de 2022

Homilía en la Solemnidad de Nuestra Señora de Covadonga

Querido Sr. Vicario General de la Archidiócesis de Oviedo, Sr. Abad y canónigos capitulares de Covadonga, hermanos sacerdotes y diáconos. Excmos. Sres.: Presidente del Principado de Asturias, Alcalde de Cangas de Onís, Presidente de la Junta General, Embajador de España en Canadá, Presidentes del Tribunal Superior de Justicia y de la Audiencia Provincial, Fiscal Superior de Justicia de Asturias. Autoridades Civiles, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Queridos hermanos y hermanas que nos siguen a través de los medios de comunicación: El Señor derrame su Paz en vuestro corazón y acompañe con Bondad vuestros pasos. 

Caen inevitables las hojas de nuestras calendas, y la vida sigue su curso entre sus días que acogen cada clima y cada circunstancia. No ha sido fácil venir de donde venimos en estos últimos años de pandemia insospechada. Y por eso tanto más grato resulta ver que volver a Covadonga es un regalo de alegría ante la vida reestrenada en su normalidad más deseada. Desde el primer día de la novena a la Santina que ayer concluíamos, el Santuario de la Virgen se llenó de gente buena que en numerosa y creciente muchedumbre se allegaba a la Santa Cueva trayendo cada uno sus lágrimas y sus sonrisas, sus debilidades y fortalezas, sus dudas y sus certezas. 

Porque somos peregrinos de una tierra siempre nueva, de un cielo que nos aguarda de tantas maneras, de una belleza que no es ficticia, de una verdad que no engaña y de una bondad que nos hace amables cada día. Anoche fueron los jóvenes los que en horas sugestivas acudieron a la cita de la vigilia de oración. Todo un espectáculo de esperanza viendo a las generaciones más mozas hacerse peregrinas de un mundo nuevo y mejor que tiene el horizonte de una vida cristiana fresca. Sus cánticos y plegarias, la sana rebeldía ante lo que por doquier les engaña, daba una imagen preciosa que llenó esta Basílica de una juventud distinta, verdadera semilla del mejor de los mañanas. 

Desde todos los rincones de nuestra geografía asturiana, y de allende los mares y los montes, hemos visto acudir a tantas personas que, como María hizo en el valle de Ain Karem para encontrar a su prima Isabel, han subido con prisa a la montaña en nuestro valle del Auseva. Hay una hendidura en la roca de esta montaña que ha hecho de su herida una oquedad habitable. Es la casa habitada en donde nos espera siempre la Madre, una casa encendida con brasas de hogar que a todos nos acoge desde nuestras intemperies con el abrazo amoroso de alguien que nos conoce, nos cuida y nos aguarda. 

Siempre que he subido en Israel esa senda entre bosques en Ain Karem para llegar a la casa de Isabel y Zacarías, como llegó desde Nazareth la joven María, siento la emoción de cómo en mis adentros hay cosas que saltan de alegría cuando se exponen ante lo que es bello, bueno y verdadero. No sólo saltó en su seno el hijo de Isabel, sino su vida toda se hizo canto y alabanza porque alguien le traía un motivo para el gozo y la algazara. María llevaba algo más que un gesto amable de visita a la prima mayor. María llevaba en su seno también lo mismo que Isabel tenía en su entraña: ser ambas madres de un milagro. 

Pero también aquí en los bosques que nos circundan he quedado conmovido cuando he subido con familias, con niños y jóvenes, adentrándonos en el misterio de sus sombras tupidas por los árboles hermanos, con las aguas cantarinas que ponían rumor a nuestros pasos, con la música de los trinos de tantos pájaros que la partitura que Dios edita cada mañana. ¡Qué hermosa cantata inédita con la que el Creador nos sorprende al levantar el alba amaneciendo y en el crepúsculo de cada tarde con la tramontana! 

No sólo María subió con prisa a la montaña, sino que también nosotros estamos apresurados con las ganas de poder vivir las cosas con esa misma gracia. Porque lo que nos ha dicho el Señor se cumplirá, como siempre acontece en los que lo aman. Y ese cumplimiento significa que mi vida ha encontrado su camino para poder expresar de tantos modos lo que Dios eternamente silenció para decírmelo a mí y contarlo conmigo, lo que desde siempre Él retuvo para dármelo a mí y repartirlo conmigo. Así en María se cumplió tan bellamente su misión y su destino. A esto mismo estamos llamados nosotros sea cual sea nuestra edad, nuestra profesión y nuestra circunstancia.

Llegados a la festividad de la Virgen de Covadonga son muchas las razones de nuestro contento agradecido, y son no pocas las preocupaciones que nos tienen en vilo. El panorama internacional marcado por la guerra entre Rusia y Ucrania con todas sus consecuencias de equilibrios rotos en la convivencia de países y de costes económicos disparados. Hay otras guerras en curso, pero no son noticia cuando no tienen que mercadear con gas sino simplemente se declaran para dar salida al armamento que les caduca como obsoleto, como nos recuerda el Papa Francisco. Estas situaciones imponen cruelmente el temor en tantas familias a las que afecta de modo severo la carestía y la inflación, la pérdida de trabajo, y las derivas en la crispación social y en cuantos se aprovechan de estos mares revueltos para su particular ganancia pescadora. 

La palabra piadosa que en un día como este en Covadonga parece que debería ser la única a escuchar, podría terminar en un devoto brindis al sol si no se señalase simultáneamente la palabra moral ante una situación que nos afecta cotidianamente en la vivencia personal y familiar y en la convivencia pública y social. Puede que algunos no entiendan la relación entre piedad y moral a la hora de dirigir la palabra desde el púlpito de la Iglesia, que jamás convertimos en una tribuna política. Pero hablar de conflictos bélicos, de crisis económica y de paz social, tiene una derivada en nuestro discurso cristiano: el deseo de que aquellos que tienen en su mano la gestión de la cosa pública, lo hagan de verdad pensando en el bien común de las personas y en el bienestar de los pueblos. 

No es así cuando con dolor uno ve que se aprueban leyes que matan abaratando el aborto de los no nacidos y desprotegiendo a las mujeres más jóvenes desde normativas con desamparo parental frivolizando y promoviendo una maternidad malograda como si no pasase nada. O la eutanasia como un derecho al suicidio desesperado o al homicidio encubierto con los enfermos o ancianos en fase terminal, en lugar de acompañar con cuidados paliativos una vida que es digna hasta el final. Tampoco es así cuando tan burdamente se emplea la mentira impunemente y sin sonrojo al gestionar la gobernanza.

 En un espectro plural y democrático, hacer buena política es la bella e importante responsabilidad de quienes pueden incrementar el bien que construye la paz, que fomenta la convivencia desde las legítimas ópticas diferentes que deben ser complementarias. Pero si el objetivo es destruir al contrario haciendo enemigos de los que son simplemente adversarios, entonces la política se enrarece, se pervierte y se hace violenta, con la tendencia totalitaria de querer controlarlo todo y a todos, desde los medios de comunicación hasta los jueces. Lo estamos viendo en Nicaragua con un insólito ataque a los cristianos, en Venezuela con el populismo dictatorial, y en tantos otros lugares, como una imagen infeliz de la mala política. Pero es la buena política la que yo deseo a nuestras autoridades más inmediatas en el ámbito regional y el nacional, para bien de la gente más desfavorecida y para una serena y plural convivencia, que entre todos nos permita salir adelante en el reto de tantos desafíos. Estando hoy aquí nuestros políticos locales y autonómicas, yo les agradezco de corazón el esfuerzo que hacen desde las diferentes sensibilidades para construir una Asturias unida y solventar las dificultades compartidas. 

En este lugar tan emblemático surgen espontáneas todas estas razones y preocupaciones, cuando ante la Santina desplegamos los pesares y los gozos al comienzo de un nuevo curso como estamos ya en el trance de empezar. Nuestra gente sencilla sabe qué es lo que necesita para volver a poner sentido, anhelo y significado en la vida cotidiana expresando aquello que sentimos y en lo que creemos, mientras nos cuidamos mutuamente unos a otros. Pero tal vez nos desanime la magnitud de lo que nos desborda ante lo poco que quizás cada uno podría hacer en verdad en este rincón de la historia. 

Por eso, termino con la referencia a la escena que nos ha apenado este verano con los fuegos. ¿Quién puede gestionar tanta llama y controlar su voracidad que nos deja todo en ascuas? Hay una bella parábola en la novela del escritor italiano Sandro Veronesi, que se titula El colibrí. El fuego es una metáfora de cómo la vida se puede destruir en un instante encogiéndonos con el santiamén que nos hiela el alma. Pero aparece el colibrí, y baja hasta el arroyo elevándose luego cargando el sorbo de agua que cabe en su pico. Yendo y viniendo desde el regato hasta las copas de los árboles en llamas, de pronto alguien le recrimina su esfuerzo desproporcionado. ¿Vale la pena el sinvivir del pequeño colibrí cuando su aportación es tan diminuta como él? ¿El desgaste de su entrega tendrá una aportación significativa en el desastre de un bosque en llamas? Esta era la provocación y la paradójica enseñanza. Entonces, el pequeño colibrí responderá a sus cómodos observadores que sentían mala conciencia por el agravio comparativo con el que veían al pajarillo mientras ellos no hacían nada. Su respuesta será un alegato de humilde compromiso con lo que cada uno puede hacer. No se le pedía al colibrí que fuera un hidroavión que volcase toneladas de agua. Ni un bombero que sofocase el incendio desde sus pericias acumuladas. Al colibrí sólo se le pedía eso: que fuera lo que era, y como tal, que actuara. 

Esta fue la preciosa respuesta: yo hago mi parte, la mía. Lo que otros deban hacer que lo hagan. La suma de todas las entregas es lo que señala el milagro cotidiano de salvar lo que tan fácilmente se derrumba, tan olvidadizamente se traiciona, tan torpemente dejamos que se destruya lo que se soñó que para siempre durara. Yo hago lo mío, mi parte. Aunque sean tres o cuatro gotas frente a un incendio que desborda, hay una parte que se me asigna como al colibrí esa comprometida enseñanza. Hay un trozo de mundo que a diario pisan mis pies, el que logro rodear con mis brazos, el que alcanza mi mirada: esa es la historia que me han confiado, la que debo cuidar y salvar junto a los hermanos. 

En este tramo de nuestra historia personal y social, se nos pide a cada uno de nosotros que hagamos lo que tenemos que hacer sin prejuicios que nos enfrentan y separan, aún defendiendo nuestras legítimas formas diversas de ver las cosas, siempre y cuando no seamos rehenes de una ideología que destruye y engaña. 

Es lo que le pedimos a nuestra Santina, cuando hemos subido como ella con prisa a la montaña. Ojalá que lo mejor que cada uno llevamos dentro pueda saltar de alegría por la presencia fraterna, amiga y complementaria. Que la Virgen, Reina de nuestra montaña os bendiga y os guarde. Feliz fiesta de la Santina de Covadonga, feliz día de Asturias. 

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
 Arzobispo de Oviedo

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