(COPE) Existen muchos Santos cuyo Eje ha sido vivir la caridad, hasta sus últimas consecuencias, sin esperar nada a cambio. Hoy celebramos a San Roque, que entendió y puso por obra aquel consejo del Evangelio que dice: “Cuando lo hiciste a uno de estos, mis humildes hermanos, a Mí me lo hiciste”, sabiendo que un día su recompensa sería grande en el Cielo. Su nacimiento se sitúa en Montpellier (Francia), en el siglo XV.
Muy pronto quedaría huérfano de padres, y con una herencia muy grande, que repartió entre los pobres para seguir el mandato evangélico que recalca: “Si quieres ser perfecto, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres, y así tendrás un tesoro grande en el Cielo”. Una vez desprendido de sus bienes, inició una peregrinación a Roma, con el objetivo de profundizar en la Fe para instruir en ella a los demás.
Cuando llego a La Toscaza, se hospedó en Acquapendente. Allí una grave peste asoló por entonces la zona, y Roque decidió ir al hospital para ayudar a los enfermos, ya que, probablemente tenía conocimientos de medicina. Su confianza en Dios fue tan grande que logró innumerables curaciones milagrosas. También se le atribuye la sanación de un Cardenal enfermo en Cesanea que, posteriormente se lo presentó al Romano Pontífice.
A su paso por Rímini, donde también permaneció un tiempo, contrajo la peste, con lo que los planes de la Providencia le obligaban a cambiar de situación. Sin duda que “El hombre propone y Dios dispone”. Recluido en un bosque a modo de leproso para cuidarse, logró una progresiva recuperación de su enfermedad., hasta curarse del todo. Acusado falsamente de espionaje, San Roque fue encarcelado y allí murió entregando su alma a Dios. Es abogado contra la peste, por lo expuesto arriba.
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