Gran Solemnidad la que hoy nos ocupa, y que en nuestra Patria y en nuestra tierra asturiana tiene también unas vibraciones especiales; España es tierra de María, y siempre
ha sido un país inmaculista. En su catolicidad defensora del dogma de la Purísima Concepción, Patrona de nuestra nación junto con el Apóstol Santiago, pero yo
también me atrevería a afirmar que España tiene igualmente mucho de Asuncionista.
La devoción de nuestro pueblo fiel hacia esta verdad de fe de Nuestra Señora lo
atestiguan los innumerables santuarios, parroquias, ermitas, pueblos y barrios
que hoy 15 de agosto celebran a María.
Es
un día para la alegría, y para la evaluación personal de nuestros recorridos personales y de comunidad. Con Nuestra Madre del
cielo nos gozamos de ver que Ella ha completado lo que a nosotros aún nos falta; vemos a María glorificada, asumpta en cuerpo y alma al cielo, preservada del
sepulcro… en Ella se ha cumplido en su perfección la redención de Cristo su
Hijo; nos unimos a toda la Iglesia que festeja en este día la Pascua de María. La
liturgia de este día es una invitación a ensanchar el corazón, viendo que un congénere mortal como nosotros es el exponente del perfecto resultado de que vivir de cara a Dios, que tiene
su premio final. Santa María ha llegado al cielo, y nosotros cristianos
queremos decirle hoy: ‘’Madre querida, yo también quiero ir al cielo, quiero
seguir tus pasos, vivir conforme al Evangelio, vivir siguiendo a tu Hijo, para
poder algún día llegar al Reino prometido donde ya moras’’.
Hay
quienes piensan que la Asunción de María es como la Ascensión de Jesús, pero lo teológicamente correcto es afirmar que estamos ante una
prolongación del día de la resurrección del Señor. Cada vez que despedimos a un
difunto es lo que pedimos, que sea asociado a la Pascua de Cristo al igual que
ha sido ya asociado a su muerte. Es curioso que el domingo de Pascua de
Resurrección las iglesias de nuestros pueblos estén casi vacías y, sin embargo, se llenen el día de la Asunción. Es una contradicción en sí misma, pues sin la
resurrección de Cristo no hay Asunción de María. No podemos separar a María de Cristo, pues nada hay que le duela a una Madre que desprecien a su Hijo.
La
Solemnidad de la Asunción es una fecha para repensar la dirección de mi camino
existencial, y preguntarnos: ¿voy hacia el cielo con Jesús? ¿preparo el encuentro?... Es cierto que Nuestra Señora tuvo la gracia
especial de ser la madre del Salvador, y por eso es premiada con la gloria, no
sólo por haber llevado a Jesucristo en su vientre, sino porque, además, vivió su
existencia como perfecta discípula, modelo de mujer orante siempre confiada a
los designios de Dios en su vida. Esto no nos puede servir de excusa para
pensar a veces: ¡es muy difícil seguir su ejemplo; mejor tirar la toalla! Al contrario,
huyamos de esos susurros del maligno que siempre nos invita a encaminarnos por
la senda que más nos aleja de la salvación. Tenemos a los Santos -de nuestra particular devoción- como prueba
evidente de que es posible alcanzar el cielo. Si bien, María, lo hace de una forma
muy especial: Ella es asunta en cuerpo y alma al cielo. Si vemos la historia de
nuestros santos y beatos, comprobamos qué, ciertamente, la Iglesia nos confirma que sus
almas ya están con Dios, más sus cuerpos, sus restos mortales, están aquí entre
nosotros. Como muy a buen seguro habrá tantos santos anónimos en nuestros cementerios.
Nuestro Señor fue el primer resucitado y quien, con este hecho maravilloso, corrobora la síntesis de nuestra fe. Es fácil entender, como ya lo había anunciado, que "levantaría el templo en tres días". Bien, es Dios-Hombre, puede hacer lo que quiera. Es todopoderoso y omnisciente. Lo que a veces se nos escapa, es que la Santísima Virgen es la primera criatura humana resucitada, en cuerpo y alma como su Hijo. O sea, está en la gloria eterna, como lo estaremos todos (espero y deseo) tras el Juicio Final. Personalmente, lo considero un arreón de esperanza para el alma porque que Ella ya está, plenamente, en la Gloria Eterna y nos anticipa lo que será el anuncio "Ni el ojo vio, ni el oído oyo..." .
ResponderEliminarA veces, en el desaliento de la batalla esta verdad de Resurrección y Vida; me levanta raudo y veloz, después de haber mordido el polvo, una y mil veces, derrotado y dolorido por mi propia miseria.