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jueves, 4 de agosto de 2022

El santo Cura de Ars. Por José María Sánchez Galera

(El Debate) El 4 de agosto los Juan María y las Juana María celebran su santo, el de Juan María Bautista Vianney. Aunque todo el mundo suele llamarlo «el santo Cura de Ars», en realidad no fue cura (párroco), en el sentido canónico estricto. Porque el pueblecito de Ars —donde ejerció su labor sacerdotal entre 1818 y el día de su muerte (1859)— no tenía categoría de parroquia, sino de «dependencia», y apenas era otra cosa que el hogar de poco más de doscientas personas.

Había nacido en Dardilly, cerca de Lyon, en 1786, justo tres años antes del inicio de la Revolución. Aquel acontecimiento político determinó su infancia y juventud por entero. Una parte del clero decidió no someterse al control del nuevo gobierno, mientras que otra se doblegó, denominándose «constitucional». Arreciaron las persecuciones y su familia prosiguió con sus prácticas religiosas de manera clandestina, asistiendo a misas que se celebraban en casas. Su primera comunión la recibió con las ventanas bien tapadas; descargaron heno para que nadie pudiera ver nada desde fuera.

A los diecisiete años se le despertó la vocación sacerdotal. Lo cual conllevaba dos problemas de gran calado. Primero; era casi un analfabeto, pues su familia, aunque piadosa y de firmes convicciones, era una familia de labriegos. De hecho, a lo largo de su estancia en el seminario, el joven Juan María se enfrentó a varios momentos que casi desbaratan su vocación. Necesitó más tiempo y más esfuerzo que los demás estudiantes, para acceder al orden sagrado. Incluso peregrinó al Santuario de San Francisco de Regis, pidiendo limosna. Aquel acontecimiento resultó decisivo en su determinación para superar adversidades. Gracias al respaldo de sacerdotes, como el abad Balley, terminó recibiendo el sacramento del Orden. Tenía 29 años.

El segundo de los escollos durante esta etapa fueron las guerras de Napoleón por toda Europa. Aunque por partida doble —seminarista, y luego enfermo— debía librarse de las levas, lo destinaron a luchar dentro de los ejércitos imperiales. Más en concreto, lo enrolaron dentro de las tropas que peleaban en España. Sin embargo, Juan María desertó y permaneció dos años oculto entre montañas, hasta que una amnistía le garantizó poder retornar al seminario.

Vejaciones demoniacas

Lo que define, en todo caso, a Vianney es su larga e ininterrumpida etapa en Ars. Durante esas cuatro décadas, se dedicó, en primer lugar, a atender a todos los vecinos, visitando casa por casa. Y, aparte de Ars, también incluyó en sus caminatas a los parroquianos de otras localidades próximas. No sólo les brindaba atención pastoral y sacramental, sino que procuraba aliviar su pobreza, compartiendo con los más menesterosos lo poco de que disponía. Incluso creó un orfanato y escuela para niñas.

Era hombre de profunda oración y penitencias. La devoción eucarística era uno de sus rasgos distintivos, y procuraba que todos cuantos se acercaban a él la vivieran con intensidad. Igual puede decirse de su veneración por la Virgen María, exuberante cuando Pío IX declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción. Dormía poco, apenas comía, y pasaba muchas horas en el confesionario. En ocasiones, todo el día. Sus predicaciones eran tan sencillas como impactantes. Era cercano, y advertía constantemente sobre las asechanzas del demonio.

Precisamente lo relativo al demonio es uno de los aspectos que a veces más se destacan de su vida. En sus memorias, constan varios episodios —nocturnos, por lo general— en que la presencia satánica intenta aterrarlo: desde ruidos fantasmales y estrépito en la rectoría hasta sábanas rasgadas, o bien golpes y zarandeos que recibía el sacerdote en sus propias carnes.

En una ocasión, su cama ardió cuando se disponía a celebrar misa. Algunos de estos casos vienen testimoniados por personas cercanas, como Catalina Lasagne, o incluso por un agente de policía. Vianney, aplicando humor, llamaba a uno de esos demonios le Grappin («el Garfio» o «la Garra»). Aquello es lo que se denomina como «infestación», con episodios de «vejación». La acción de Lucifer contra Vianney se prolongó durante casi todos sus años en Ars: comenzó en 1824 y duró hasta poco antes de su muerte.

La confesión es otro de los puntos que mejor define la dedicación sacerdotal de Juan María de Vianney. Escuchaba constantemente confesiones, y aconsejaba y pastoreaba almas con una prodigiosa habilidad, cariño y profundidad. Hasta tal punto, que incluso conocía detalles que habían olvidado de su propia vida quienes se le acercaban al confesionario. Quizá fue lo que le granjeó una fama que traspasó los límites de la comarca. Comenzaron a llegar miles de personas desde toda Francia a Ars, con la sola intención de confesarse con Vianney. Este tipo de peregrinación es el antecedente del que lleva hoy cada año a más de medio millón de personas hasta Ars. Pero ya en vida del Santo Cura, la compañía ferroviaria tuvo que habilitar nuevas instalaciones en Lyon, para atender el tráfico tan intenso que generaba el confesionario de Vianney. Además, Juan María solía imponer penitencias suaves, y se aplicaba a sí mismo el resto de la penitencia de cada pecador.

Patrón de los párrocos

Para rematar este panorama, Ars fue aquellos años escenario de varios portentos, curaciones y sorprendentes conversiones cuyo mérito el Santo Cura siempre remitía a Santa Filomena. A lo cual habría que añadir su atrayente ejemplo, que facilitaba toda la conmoción que provocaba en los corazones. Sin embargo, hubo varios momentos en que Vianney deseó dejar el pueblecito de Ars, e hizo las maletas. No obstante, el descanso no se le concedió hasta finales de julio de 1859; se halló muy indispuesto, y comenzó una semana de postración que concluyó el día 4 de agosto. En 1905 lo beatificó Pío X y fue Pío XI quien lo canonizó en 1929 y lo proclamó patrón de los párrocos.

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