Ya en el Tiempo Ordinario, toca hoy celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Hace una semana el protagonista era el Espíritu Santo, más hoy, contemplamos y nos centramos en Dios Uno y Trino, comunidad de amor: una sola deidad y naturaleza en tres personas. Este domingo y el próximo vamos a celebrar dos misterios que nos superan, que nuestro razonamiento humano es incapaz de alcanzar en su totalidad. Del misterio de la Trinidad al misterio del cuerpo y la sangre de Cristo de próximo domingo. ¿Y por qué tiene sentido celebrar estas solemnidades pasado Pentecostés y no antes? Pues porque sólo con la ayuda del Paráclito podemos acercarnos con algo más de valor y sabiduría del Espíritu en nosotros a estas verdades de fe que nos sobrepasan.
Un Dios que quiere estar con nosotros
La primera lectura del Libro de los Proverbios nos presenta ya una definición de lo que Dios es: la sabiduría absoluta; sabiduría creativa y creadora, dado que el Creador no necesitó ponerse a perfilar cada detalle sino tan sólo "pensarlo". Pero Él no es un Dios que ordena y se sitúa al margen, sino que está implicado en su obra como la sabiduría absoluta: ''Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo''... Este texto antiquísimo que trata de explicar el origen del universo nos regala un nexo entre lo que los judíos creían en perfecta continuidad con el Dios de Jesucristo, y en el que nosotros vemos cumplida toda la escritura. Dios, el Verbo que ya existía en el principio, "se hizo carne y habitó entre nosotros". En la iconografía cristiana es típico representar a Jesucristo -Dios Hijo- con la bola del mundo en la mano como vemos en El Salvador de Oviedo, en el niño Jesús de la Virgen del Carbayu y tantas otras tallas. Y es que un versículo de esta lectura parece que nos está describiendo este detalle: ''jugaba con la bola de la tierra, gozaba con los hijos de los hombres''... Dios se nos ha revelado en Jesucristo como su palabra única, eterna y creadora. Es un Dios que no se queda en la comodidad de las alturas, sino que se abajó a nosotros adoptando nuestra humanidad. Nuestro Dios no se atrinchera en la soledad, sino que donde más se complace es estando con nosotros, saliendo a nuestro encuentro. En nuestra esencia más antropológica tenemos una necesidad insaciable de Dios, por eso qué gran verdad en nuestro tiempo de ateísmos, agnosticismos e indiferencia la verdad de Unamuno que confirma la interpelación de Dios por todos éstos: ''Hasta un ateo necesita a Dios para negarlo''. Dios no nos quita nada, al contrario, nos lo da todo. Se propone, no se impone. Él no quiere nuestro fracaso, ni tan siquiera cuando nos enfadamos, alejamos o sucumbimos al pecado. Él continúa permanente queriendo nuestra conversión libre.
Un Dios que derrama su amor
San Pablo escribe a los cristianos de Roma tratando de subrayar de forma especial cómo los cristianos nos sentimos más cerca de Dios gracias a Jesucristo, sino hubiera sido por el hecho de su revelación no hubiéramos tenido la gracia de acceder a la fe que ahora profesamos y que nos recuerda el apóstol: ''Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo''. Dios nos hace partícipes de su saber y gloria a través del amor que derrama copiosamente en nuestras almas, o como tan claramente nos dice Pablo: ''porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado''... Es algo muy propio para interiorizar en este mes de junio, mes del Corazón de Cristo. La Trinidad es una comunión de amor, por ello nosotros estamos llamados a vivir de esta forma. Dios no cansa de darse por amor, y así como nos dio a su Hijo se nos da constantemente en su Espíritu. Si Dios se caracteriza por darse sin medida ni límite a nosotros: ¿por qué nosotros ponemos límites a nuestro amor y entrega a los demás?...
Un Dios que nos ilumina con la verdad
Por su parte, el evangelio de San Juan de este día nos presenta el último momento en que Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo. Nos lo advierte en despedida; le quedaban muchas cosas por explicarnos y en las que profundizar; sin embargo, nos promete: ''el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena''. Los seres humanos en buena parte, pero más aún los cristianos, somos buscadores incansables de Dios. No venimos a la Iglesia y a la eucaristía por rutina, no; le buscamos a Él, y porque deseamos el cielo y vivir para siempre en su presencia intentamos que nuestra vida terrenal sea un vivir de cara a la eternidad con el Señor. Que el Espíritu Santo nos ayude en esta búsqueda, la cual sólo tiene éxito cuando el camino que tomamos no sale de nuestros cálculos, fórmulas y seguridades, sino cuando es el mismo Espíritu Santo quien nos indica con su luz el verdadero sendero que lleva a Dios. Pero la luz que nos trae el Paráclito no son farolas en la calle ni indicaciones externas, sino que la luz está en nuestro interior, en nuestra profundidad espiritual y nuestro lado más místico... No son ninguna ñoñería artística o catequética las "llamas de fuego" del domingo pasado -Pentecostés-, sino que esto es lo que necesitamos en nuestra alma: una lámpara que arda en amor. Por desgracia nuestras vidas están muy llenas de cosas que vamos amontonando el tiempo no para dedicarnos a la búsqueda del Creador, a la oración, al crecimiento de la vida espiritual, etc. Esto nos empobrece y lastra para la verdadera meta. Una buena cuestión a valorar en este día es qué lugar ocupa Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en mi vida; cuántos minutos le dedico al día o a la semana, y a partir de ahí tratar de remediar, mejorar o perfeccionar el rumbo de mi vida interior. Sin embargo, para ello, contamos en la Iglesia con unas vocaciones muy específicas y a los que hoy hemos de recordar de forma especial: las religiosas y religiosos de vida contemplativa, los cuales dedican la mayor parte de su existencia a orar por todos: por la Iglesia, por los problemas del mundo, por los que rezan poco e incluso por los que nos odian. En Asturias tenemos nueve conventos de religiosas de clausura qué, imitando a la Trinidad, viven en comunidad tratando de ser un sólo corazón. En esta "Jornada Pro Orantibus" también hoy, pedimos al Señor que surjan vocaciones para este estilo de vida que puede parecer prescindible, pero que lo necesitamos tantísimo; son como esos guardianes que no vemos pero que mientras dormimos velan la entrada de nuestra fortaleza. Tener consagradas y consagrados orando por nosotros es como tener una muralla a nuestro alrededor que nos protege de forma especial ante los ataques del maligno enemigo.
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