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miércoles, 13 de abril de 2022

La elocuencia del silencio orante. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

En este peregrinar cuaresmal, y ante los últimos acontecimientos que nos embargan y arrugan el corazón, donde estamos viendo la capacidad de autodepredación que tiene hombre cuando expulsa a Dios de su vida, los cristianos hemos de acercarnos al Señor una vez más con toda confianza; queremos conocerle mejor y poder amarle más, y decirle que no podemos amarnos entre nosotros si no le conocemos bien y le amamos más a Él. Y la mejor forma de llenarnos de Cristo, es estar en su presencia cara a cara, corazón con corazón. 

Parte Primera. Silencio y oración

A veces nos complicamos la vida con la oración, y queriendo ser innovadores limitamos el orar a lo bocal con composiciones pretendidamente originales, a decirle muchas cosas al Señor también con oraciones tradicionales, pero lo importante como en los verbos regulares está en el "ser" y "estar". Ser de Cristo y estar ante Él. Y para ello en mejor lenguaje el silencio. Así lo vivió María, incluso en momentos de sufrimiento, de desconcierto, de no comprender Ella vivía su ser mujer orante y madre de silencios ''que conservaba todo en su corazón''. O nuestros místicos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz...

Hay una preciosa anécdota  del santo cura de Ars con un feligrés que no sabía leer ni escribir, que era un humilde campesino pero pasaba más de una hora al día ante el Sagrario. El curioso párroco se le acercó para preguntarle:  ¿Qué haces aquí tanto tiempo? Y el buen hombre le contestó: "Yo le miro, Él me mira. Nada más''. En el silencio de la iglesia vacía, aquel labriego quería acompañar al Señor, y sin duda en ese silencio, en ese mirar y en ese ser y estar se da la íntima comunicación desde un elocuente silencio.

A propósito de esto me vino a la mente una historia similar que nos muestra como se hace verdad como el Señor ha revelado el secreto de las cosas grandes no a los sabios y entendidos, sino a la gente sencilla. Los humildes, son los que mejor han descubierto siempre como Dios no se revela en el ruído y las grandes cosas, sino en el silencio y en los pequeños milagros de cada día. El relato que quiero compartir a continuación está tomado de un libro pequeñísimo; se puede leer en una tarde, y es una lectura espiritual muy recomendable. El librito se llama ''Cinco panes y dos peces'', y es el testimonio espiritual de un hombre de Dios, el Cardenal Fco. Xavier Nguyen Van Thuan, un hombre que sufrió cárcel durante muchos años por ser fiel a la iglesia cuando era obispo en Vietnam y actualmente en proceso de beatificación. En 1975 Pablo VI le nombró Arzobispo-Coadjutor de Saigón, pero a los pocos meses, con la llegada del régimen comunista al poder de Vietnam, fue arrestado. Pasó 13 años en la cárcel, 9 de ellos en régimen de aislamiento. En 1988 fue liberado y puesto bajo régimen de arresto domiciliario en Hanoi. Veamos la lección que él nos da sobre oración y silencio con sus propias palabras:

Después de mi liberación, muchas personas me han dicho: «Padre, en la prisión usted ha tenido mucho tiempo para orar». No es tan simple como se podría pensar. El Señor me ha permitido experimentar toda mi debilidad, mi fragilidad física y mental. El tiempo pasa lentamente en la prisión, particularmente durante el aislamiento. Imaginen una semana, un mes, dos meses de silencio… son terriblemente largos, pero cuando se transforman en años se hacen una eternidad. Un proverbio vietnamita dice: «Un día en prisión es como mil otoños fuera». ¡Hay días en que, al extremo del cansancio, de la enfermedad, no logro recitar una oración!

Me viene a la mente una historia, la del viejo Jim. Cada día, a las 12, Jim entraba a la Iglesia por no más de dos minutos y luego salía. El sacristán, que era muy curioso, un día detuvo a Jim y le preguntó:

— ¿A qué vienes cada día?
— Vengo a orar
— ¡Imposible! ¿Qué oración puedes decir en dos minutos?
— Soy un viejo ignorante, oro a Dios a mi manera.
— Pero ¿qué dices?
— Digo: Jesús, aquí estoy, soy Jim. Y me voy.
Pasaron los años. Jim, cada vez más viejo, enfermo, ingresó al hospital, en la sección de los pobres. Cuando parecía que Jim iba a morir, el sacerdote y la religiosa enfermera estaban cerca de su lecho.
— Jim, dinos, ¿por qué desde que tú entraste a esta sección todo ha mejorado y la gente se ha puesto más contenta, feliz y amigable?
— No lo sé. Cuando puedo caminar, voy por todas partes visitando a todos, los saludo, platico un poco; cuando estoy en cama llamo a todos, los hago reír a todos y hago felices a todos. Con Jim están siempre felices.
— Y tú, ¿por qué eres feliz?
— Ustedes, cuando reciben diario una visita, ¿no son felices?
— Claro. Pero, ¿quién viene a visitarte? Nunca hemos visto a nadie.
— Cuando entré a esta sección les pedí dos sillas: una para ustedes y otra reservada para mi huésped, ¿no ven?
— ¿Quién es tu huésped?
— Es Jesús. Antes iba a la Iglesia a visitarlo ahora ya no puedo hacerlo; entonces, a las 12, Jesús viene.
— Y, ¿ qué te dice Jesús?
— Dice: ¡Jim, aquí estoy, soy Jesús!…
Antes de morir lo vimos sonreír y hacer un gesto con su mano hacia la silla cercana a su cama, invitando a alguien a sentarse… sonrió de nuevo y cerró los ojos.

Cuando me faltan las fuerzas y no logro ni siquiera recitar mis oraciones, repito: «Jesús, aquí estoy, soy Francisco». Me entra el gozo y el consuelo, experimento que Jesús me responde: «Francisco, aquí estoy, soy Jesús».

A menudo nos complicamos la vida, y ya ven como a veces no es -como diría la Santa de Ávila- cuestión de hablar mucho, sino de amar mucho. 

Y para evitar distracciones, necesitamos sumergirnos en el silencio. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.

En la Navidad vemos como nace el Señor, “Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas … tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo” (cf. Sab 18,14-15). El Verbo se encarna en medio del silencio. Benedicto XVI en unas hermosas catequesis desarrolló este tema del silencio y la palabra, según él: El silencio tiene la capacidad de abrir en la profundidad de nuestro ser un espacio interior, para que Dios habite, para que permanezca su mensaje, y nuestro amor por Él penetre la mente, el corazón, y aliente toda la existencia''.

Nos hemos acostumbrado al ruido, nos han robado el silencio; pero debemos hacer un esfuerzo en conseguirlo en nuestra vida de oración. Yo les invito, en este clima de oración, a ahondar en ese trato de tú a tú con el Señor. Lo más fácil es ayudar a los demás, lo más difícil dejarse uno ayudar; aquí pasa lo mismo, no nos distraigamos en buscar siempre como amar a Cristo, sino tan sólo dejémonos querer por Él. 

Parte Segunda. Los Santos experimentan el silencio 

En esta segunda parte he querido hacer un brevísimo recorrido por las experiencias del silencio que han tenido los Santos, ellos son nuestro mejor modelo, los mejores amigos de Dios, maestros de oración a quién desearíamos imitar. 

Ellos experimentaron que silencio y oración no son realidades complementarias en nuestra vida, sino que son la base de la vida espiritual. El Cardenal Robert Sarah en su libro la fuerza del silencio subrayaba esto de forma tajante al hablarnos de la dictadura del ruido y afirmar: ''Hay un tiempo para la acción humana, tantas veces incierta, y un tiempo para el silencio en Dios, siempre victorioso. Yo no creo en la rebelión ideológica ruidosa y reivindicativa, sino en la fecundidad del silencio. La oración y el silencio salvarán al mundo''.

Como estamos en Avilés que menos que empezar por su Patrono, San Agustín. Él vivió la experiencia en sus propias carnes de lo que fue pasar del ruido al silencio, del vivir para sí mismo a vivir para los demás, de ser un pagano a ser un fiel hijo de la Iglesia. En sus escritos nos dice: “Nuestra alma tiene necesidad de soledad. En la soledad, si el alma está atenta, Dios se deja ver. La multitud es ruidosa. Para ver a Dios es necesario el silencio”.

No es suficiente buscar un lugar solitario. Muchas veces podemos hacer silencio exterior, no obstante nuestro oído puede comportarse como una concha recogida en la playa, que cuando se la acerca a la oreja, parece oírse fuertemente el sonido del mar. Lo que importa es acallar los ruidos interiores para escuchar el callado Amor de Dios. Explicando san Juan de la Cruz como la fe es el próximo y proporcionado medio al entendimiento para que el alma pueda llegar a la divina unión de amor, dice; “para que el entendimiento esté dispuesto para esta divina unión, ha de quedar limpio y vacío de todo lo que puede caer en el sentido, y desnudo y desocupado de todo lo que puede caer con claridad en el entendimiento, íntimamente sosegado y acallado, puesto en fe, la cual es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios.” (Subida del Monte Carmelo 2. 9,1)

Hay que comprender que lo más importante es escuchar a Dios que tiene una palabra viva para decirnos. Dios es un misterio de amor que quiere desvelarse y darse a conocer a los que le buscan. San Juan Damasceno dice que orar es ofrecer a Dios nuestro corazón. Es como quedarse dormidos ante Dios. Estar en silencio es estar ante Dios. San Juan de la Cruz habla del “sueño de las potencias”. Orar no consiste en cansar el entendimiento pensando sobre Dios sino en dejar que nuestro corazón repose en Dios. “En Dios sólo descansa, oh alma mía” (Sal 62)

Enseña Teresa de Ávila; “Esto ya dicho se está, que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y oír lo que están hablando, o pensar en lo que les parece, sin más irse a la mano; esto ya se sabe que no es bueno y que hemos de procurar estar a solas, y aun plega (pide) a Dios entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones. ¿Pensáis que se está callando? Aunque no lo oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón.” (Camino de Perfección 40,4).

Por su parte Santa Faustina Kowalska -la vidente de la Divina Misericordia- no da a conocer su particular experiencia sobre este aspecto. Escribe ella: “Según mi opinión y mi experiencia, la regla del silencio debería estar en el primer lugar. Dios no se da a una alma parlanchina, que como un zángano en la colmena zumba mucho, pero no produce miel. El alma hablantina está vacía en su interior. No hay en ella ni virtudes fundamentales, ni intimidad con Dios. Ni hablar de una vida más profunda, ni de una paz dulce, ni del silencio en el que mora Dios. El alma sin gustar la dulzura del silencio interior, es un espíritu inquieto y perturba este silencio en los demás. Vi a muchas almas en los abismos infernales por no haber observado el silencio. Ellas mismas me lo dijeron cuando les pregunté cuál había sido la causa de su ruina. Eran almas consagradas.”

A veces pensamos que sólo los Santos nos quedan lejos, cuando lo cierto es que están más cerca de lo que podemos imaginar. Aprovechando que estamos aquí como omitir a la Venerable Luz Rodriguez Casanova, nacida en el nº 30 de la calle de la Cámara -aquí al lado-. Ella, en la espiritualidad de esa mujer recia y de fe nos recuerda también como ''Dios está en la historia, como un Dios escondido'', escondido ciertamente, pero no al margen del mundo y sus vicisitudes.

Antes de concluir quisiera compartir un relato que creo que puede iluminar y aterrizar este acercamiento al silencio y la oración ante el Señor, se llama el texto ''El divino silencio'' y dice así:

En un antiguo monasterio en el norte de Europa vivió un piadoso monje llamado Rodolfo, gran devoto de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. A menudo, se refugiaba a los pies de un gran crucifijo que era muy venerado en la capilla no sólo por los religiosos, sino también por el pueblo de la región.

Allí, le gustaba a Fray Rodolfo meditar sobre estas palabras del Divino Redentor: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Él quería, de alguna manera, consolar al Señor en esta situación de agonía y abandono. Y un día, movido por este generoso y noble deseo, decidió hacerle una audaz ruego. Arrodillándose a los pies de la santa imagen, oró en estos términos:

- Señor, veo cuánto sufristeis por todos nosotros. Aquí estoy yo, tu pobre hijo, te pido algo especial: concededme la gracia de quedar crucificado en vuestro lugar, padeciendo por Vos. Movido por una gracia de profunda piedad, el buen monje no quitaba los ojos de la cruz, como esperando una respuesta. Por lo tanto, no se sorprendió al ver la imagen tomar vida y decirle:

- Hijo mío, veo con satisfacción tu deseo de consolarme en la cruz. Pero, ¿sabes bien lo que pides?

- ¡Sí, señor, yo no quiero nada más!

- Bueno, Yo asumiré tu oficio de monje y tú quedaras aquí crucificado en mi lugar. Pero con una condición: pase lo que pase, veas lo que veas delante de ti, siempre debes permanecer en silencio. ¿Aceptas?

- Sí, señor, acepto -respondió Fray Rodolfo.

Jesús tomó los rasgos de Fray Rodolfo y ocupó su lugar en la comunidad, ejerciendo sus funciones perfectamente.

Y el monje estaba sufriendo en la cruz, pero le consolaba saber que estaba aliviando el sufrimiento del Divino Maestro en su Pasión.

Pasaron los días y Fray Rodolfo, inmóvil, observaba a la gente que venía a rezar en la capilla, pero fiel a su promesa, no dijo siquiera una palabra.

Una tarde, vio entrar al joyero de la ciudad vecina, con una pequeña bolsa llena de piedras preciosas. Arrodillándose a los pies del crucifijo, pidió al Señor que le ayudase a hacer buen uso de las piedras que había comprado, a un comerciante, por un buen precio. Sin embargo, sin darse cuenta, la pequeña bolsa se le desprendió del cinturón, quedando en el banco.

Poco después, entró un hombre de apariencia deshonesta y sospechosas actitudes. Miraba a todos lados, como si buscara algo o… como queriendo saber si estaba siendo observado.

Se detuvo durante unos instantes, con aires de codicia, delante de los candelabros de plata del altar. Fray Rodolfo tuvo un impulso de gritarle que no los tocara… pero se contuvo a tiempo.

Prosiguiendo su camino, el extraño personaje se aproximó al banco donde el joyero había estado y se dio cuenta de la pequeña bolsa. Al abrirla, vio el tesoro que contenía, sonrió de satisfacción, miró de nuevo a todas las partes y salió a toda prisa.

Fray Rodolfo se sintió aliviado por haber logrado mantener su promesa, pero al mismo tiempo indignado con el robo en lugar sagrado. Algunos momentos más tarde, llegó una joven campesina, con una maleta en la mano. Venía a solicitar protección para un viaje de tren que iba a hacer.

Se arrodilló en el lugar exacto donde hacía poco estuviera el joyero.

Poco después, el joyero regresó, en busca de su bolsa perdida. No la vio en el banco, ni en el suelo. Suponiendo que nadie más hubiese entrado en la capilla… desconfió de la pobre joven y empezó a acusarla de robo, amenazándola con llamar a la policía.

Para Fray Rodolfo, ¡esta injusticia era demasiado! Él no fue capaz de permanecer en silencio. Y entonces, se oyó en el recinto sagrado una voz potente y clara:

- ¡No lo hagas! ¡Ella es inocente!

Asustados al escuchar esa voz que, sin duda, venía del crucifijo, el comerciante y la joven campesina salieron corriendo…

Por la noche, una luz sobrenatural invadió la capilla. Era Jesucristo quien entraba. Con tristeza anunció a Fray Rodolfo que debía descender de la Cruz, ya que no había cumplido con lo prometido, y por tanto no podía seguir ocupando más Su lugar.

- Señor, yo pido perdón… Pero, ¿cómo podía permanecer en silencio ante tal injusticia?

Jesús le contestó:

- ¡Oh! Mira cómo la realidad es más compleja de lo que la gente piensa…

El ladrón, que hasta entonces la policía no había logrado atrapar, fue finalmente detenido tratando de vender… piedras falsas. Con ello se evitó un grave perjuicio al joyero, y de esta manera consiguió deshacer el mal negocio hecho con el mercader y recuperó su dinero. En cuanto a la joven campesina -¡pobre!- hubo un accidente en el viaje, y ella resultó gravemente herida; habría sido mejor que la injusta acusación le hubiera hecho perder el tren… Usted no sabía nada de esto, pero Yo sí. Por lo tanto, me habría mantenido en silencio.

Suavemente, el Señor regresó a la Cruz y reanudó su divino silencio. Y Fray Rodolfo, ahora más sabio y humilde, reasumió su lugar en la comunidad.* * *

No es infrecuente quedarnos afligidos, cuando Nuestro Señor Jesucristo no atiende de inmediato nuestras peticiones.

A menudo, Dios permanece en un silencio incomprensible para nosotros, pero Él sabe lo que nos conviene.

Respetemos sus paternales retrasos. Incluso cuando Dios parece callarse, ¡nos atiende de la manera más provechosa para nuestras almas!

Madre Teresa de Calcuta solía decir que: "El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz". Encomendemos de forma especial como nos pide el Papa Francisco la paz en el mundo y la triste situación de Ucrania. A San José, Santo del silencio y de la vida interior le pedimos que nos ayude a orar, a callar y a amar más a Cristo como él. Santa María, Madre de la Luz y Reina de la Paz: ruega por nosotros. Amén

Avilés 10/03/2022

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