No hemos mirado al cielo esta vez para ver si llovería o estaría despejado. En esta ocasión no sabíamos a dónde mirar, cuando la circunstancia de una extraña pandemia ha determinado nuestra vida cercenando tantos momentos diarios y expresiones cotidianas por donde el afecto amistoso, la holganza reparadora, la fiesta necesaria, la religiosidad creyente, normalmente deambulaban. Lo dábamos todo por supuesto, pero lo cierto es que no todo es automático, y tantas cosas penden de un hilo misterioso que sostiene o que precipita lo bueno y lo malo de la existencia. Después de dos años de mirar índices de contagio, estadísticas de letalidad, parece que vamos apuntando maneras y que con la ayuda de Dios y la de tantas manos largas con las que Él nos ha bendecido en este tiempo de prueba, se vislumbra un cierto punto de luz al final del túnel. Esto afecta a tantas cosas de las que antes enumeraba: la amistad y el afecto, las aficiones sanas, los festejos de diversa índole, y también las distintas expresiones de nuestra fe y religiosidad cristiana.
He sido testigo de la tristeza resignada de tantas cofradías y hermandades, que han tenido que realizar la sacrificada renuncia a lo que representan en la sociedad y la Iglesia. Procesiones anuladas, encuentros cofrades pospuestos, formación relegada. Y, tras estos dos años, vuelven a escucharse los ensayos de tambores y trompetas, los pasos que se acompasan a ritmo de hermandad. Es una alegría este retomar la vida, como cuando nuestras iglesias se vuelven a llenar, o los estadios y teatros recuperan el aforo habitual de sus entradas.
Es importante el cometido de nuestras cofradías y hermandades, porque con el talento y arte de sus pasos dedicados al Señor o a María, escenifican por donde nuestra vida a diario transcurre, esas imágenes que hablan de una historia de amor jamás suficientemente contada. La dignidad de esos pasos y la compostura de fe de los cofrades, ponen una nota de belleza creyente que se hace procesión semanasantera, ante la mira da agradecida de tanta gente que se agolpa en las aceras para ver pasar la procesión.
Y no sólo es ese momento solemne, que supone una larga preparación durante meses, sino también el otro cometido de toda cofradía: su formación cristiana. Ya no son los años de las catequesis infantiles cuando se preparaban para recibir la primera comunión, sino la condición de adultos que han visto crecer la estatura de sus cuerpos, la envergadura de sus preguntas, las formas de sus heridas, y el dolor de sus contradicciones, junto con la madurez y la serenidad que suele y debe acompañar el paso de los años en todas sus andanzas. Pero ante la novedad de esa adultez cristiana, se está reclamando también una formación adecuada que esté a la altura de las preguntas, las heridas y contradicciones que envuelven la edad de nuestros años. Es algo que, como en una auténtica catequesis de adultos, realizan nuestras cofradías y hermandades.
En tercer lugar, ellas tienen un compromiso social sincero y generoso, como expresión también de su compromiso con la justicia y la caridad. Son muchos los rostros de los pobres y los nombres de las pobrezas. Nuestras cofradías están a la altura de este compromiso social, poniéndose a disposición de la diócesis a través de Cáritas, Manos Unidas, o la delegación de Misiones. Es algo digno de ser señalado con agradecimiento. Pasamos, entonces de las procesiones que sólo han podido ir por dentro por la imposición de la pandemia, a nuestras habituales procesiones que también saben y quieren ir por fuera como testimonio de belleza, de religiosidad y de expresión en plazas y calles de esa fe que vivimos en el corazón y la conciencia, la que celebramos con honda devoción en la liturgia de esos días tan especiales de la Semana Santa. Dios sea bendito.
+ Jesús Sanz Montes,
Arzobispo de Oviedo
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