Nos encontramos curiosamente en el domingo VIII del Tiempo Ordinario, y digo curiosamente, pues lo normal otros años sería comenzar la Cuaresma en el mes de febrero; sin embargo, el calendario lunar coloca la Pascua este año un poco más tarde. La palabra de Dios de este día está cargada de matices importantes a tener en cuenta para nuestra vida de fe; son unas lecturas de una gran carga sapiencial que quieren invitarnos a conocer más al Señor, a vivir conforme a Él y mostrar en nuestro camino que nos esforzamos por conocer al que amamos y vivir como espera de nosotros.
Seguimos con la catequesis que San Pablo que viene desarrollando en su Primera Carta a los cristianos de Corinto sobre la resurrección. El domingo pasado la Iglesia nos regalaba el fragmento de la epístola que abordaba mayormente la dimensión espiritual; hoy sin embargo, el Apóstol se detiene en lo que respecta a la corporeidad de la resurrección. Quizá esta lectura traslade nuestra mente tan sólo al futuro con esa verdad de fe que proclamamos en el credo: ''creo en la resurrección de la carne'', pero no únicamente; la resurrección de Cristo ya ha ocurrido, pero no se queda en un pasado ni nos deja a la espera de un futuro; hoy -en presente- celebramos y actualizamos que Cristo ha resucitado. Por eso esta mañana, en el momento de la consagración he de decir con el corazón: ''Señor sé que estás ahí, vivo y resucitado, oculto bajo las especies del pan y el vino''. Y no es ésta sólo la victoria de Jesús, sino la de todos los que han muerto con la esperanza puesta en Él. Por eso también éstos se hacen presentes en la mesa del altar con Cristo resucitado junto con todos los que ya viven con Él.
Estas palabras han de ser un aliento para nosotros que vivimos la realidad de la enfermedad, las guerras, el dolor y el sufrimiento: ''Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?»''. Sólo se nos pide la fe, esa fe que hemos recibido de nuestros mayores y que hemos de saber cuidar y actualizar. En el bautismo se pone la semilla en la maceta, ahora es muy complicado que pueda nacer algo si no lo regamos y no lo ponemos al sol; si no no quitamos las malas hierbas... Lo más difícil ya lo ha hecho Cristo entregándose a la muerte para darnos la vida en plenitud; ahora nos toca a nosotros responder a ese amor que nos ha tenido a pesar de nuestra pobreza. Cómo no vamos a intentar corresponder a ese amor y entrega absoluta y proclamar con el salmista: ''Es bueno darte gracias, Señor''.
La primera lectura del libro de la sabiduría nos habla de La Palabra, viene a poner de manifiesto el valor que ésta tiene. Por medio de la palabra no sólo podemos describir lo que vemos alrededor sino, además, desvelar lo que guardamos en lo más profundo de nuestras entrañas. El autor nos revela cómo no busca quedarse en adornos externos, sino buscar la palabra que permanece, la que sale del corazón y la única que tiene sentido. El saber verdadero no parte de medias tintas o apariencias engañosas, sino de lo más profundo. Sólo esa es la sabiduría de verdad, la que sale del alma que se abre a Dios, la cual vale más que el oro. El evangelio de este domingo se abraza también a esta verdad con las dos comparaciones que Jesús nos regala: la del ciego y su ayudante, así como la del maestro y su discípulo: el árbol malo que es estéril, y el árbol bueno que da frutos.
El Señor sigue avanzando en la formación de sus discípulos y a cada paso no sólo les regala una enseñanza, sino que la exigencia se va haciendo cada vez mayor. Por eso estas parábolas o escenas que les narra quieren ser un aldabonazo de atención para poner en práctica en sus vidas. Cristo nos llama a la misericordia, que es lo que les estaba diciendo a los suyos; que supieran ver y reconocer la sabiduría del misericordioso. También los cristianos del siglo XXI somos ciegos muy necesitados de guía y aprendices necesitados del Maestro. A menudo vamos con lupas tratando de averiguar los errores de los demás para pregonarlos sin caer en la cuenta de cuántas veces otros habrán conocido y disculpado los míos. Cómo cuesta reconocer que no vemos, y aún así nos empeñamos sin ver en guiar a otros ciegos que incluso hasta ven más que nosotros. A veces la soberbia nos hace ser como el aprendiz arrogante que se atreve a tratar de enseñar o corregir a su maestro. Jesús nos da claves para hacer más llevadera nuestra rutina diaria, nuestro el particular camino de perfección que cada cual ha de esforzarse en llevar adelante. Somos convocados a pocos días de empezar la santa cuaresma de este año, y a disponer el alma para esa conversión que hemos de practicar todo el año. San Lucas ha sido muy claro, y con sus palabras nos habremos de quedarnos: ''El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca»...
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