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domingo, 30 de enero de 2022

“Médico, cúrate a ti mismo”. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Nos encontramos ya en el domingo IV del Tiempo Ordinario, y hoy la palabra de Dios vuelve a interpelarnos desde dos aspectos bien distintos, por así decirlo, desde dos dimensiones que no pueden faltar en la vida del creyente: dimensión de profecía y dimensión de fraternidad. Veremos cómo el Señor en los comienzos de su predicación pública se encuentra no sólo con dificultades, sino que hasta ve peligrar su vida. En nuestro día a día no estamos exentos de contradicciones ni problemas, ni el martirio ha pasado de moda aunque hayan cambiado los escenarios; sigue habiendo cristianos que pierden su vida por mantenerse fieles a Cristo y su evangelio, lo que pone de manifiesto que la Iglesia sigue teniendo algo que decir a nuestro mundo y que la buena noticia no siempre cae en terreno pedregoso. 

¿Cómo enfocar nuestro ser cristianos en un mundo hostil?: San Pablo nos trae la respuesta en este conocidísimo pasaje de su primera carta a los Corintios. La respuesta es el Amor (con mayúscula), que no se limita sólo a la vida matrimonial o de pareja de novios, sino que hemos de saber vivir todos el verdadero amor fraterno que tiene origen y destino en Él, conscientes de que somos todos hijos del mismo Dios. No hay carisma mejor ni camino más excelente que éste. Sin amor nada de lo que hagamos valdrá de nada. He visto muchas veces decir al Sr. Arzobispo de Toledo, citando a Martín Descalzo: ''lo peor que se puede decir de una persona es que no tiene corazón, y lo mejor que se puede decir de una persona es vaya corazón que tiene''... El Amor habla todas las lenguas, lo entienden hasta los ángeles. El Amor es la llave que abre todo secreto y cierra toda herida.

Ya el apóstol nos advierte: ''Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría''... Es muy bonito el altruismo, colaborar con fines sociales, trabajar por el tercer mundo, pero, si luego no soy capaz de perdonar al vecino, de decirle buenos días al que me cae mal o vivo aumentando las listas de mis enemigos, no hemos entendido nada. ¿Cómo podemos amar a los desconocidos o a los que están lejos, sino soy capaz de querer a los que conozco y tengo cerca?...

Y luego está "la profecía": imposible omitir la primera lectura del profeta Jeremías donde nos habla de su propia vocación: ''Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones''... Jeremías descendía de una casta sacerdotal, tenía sangre de la tribu de Leví. Los levitas habían sido la única Tribu que se habían quedado sin una porción física de tierra; su único terreno era el espiritual por ser una tribu sacerdotal. Por eso los levitas hicieron suya la expresión del Señor como "el lote de su heredad". En el pueblo de Israel la ascendencia era muy importante; sin embargo, en la historia sagrada contemplamos cómo el profeta no lo es por sus valías, sino a pesar de sus pecados, pues el Señor lo ha elegido para esa misión. Algo que particularmente nos hace sentir agradecidos a los sacerdotes, pecadores y sin méritos propios, per elegidos de Dios.

El evangelio de hoy no deja de ser la continuación o segunda parte del evangelio proclamado el domingo pasado. Jesús se presenta como profeta en la sinagoga de su pueblo y sus paisanos comentaban: «¿No es este el hijo de José?»: ¿El hijo del artesano viene a darnos lecciones?... Seguro que a Jesús aquello le pareció un piropo ser llamado "el hijo de José", pero sus vecinos lo decían con menosprecio; que no podía ser un gran profeta alguien que habían visto crecer y que por sencillo él y su familia no tenía nada de particular. Nadie ha dicho que ser pregonero de la Buena Nueva sea un camino de rosas, tienen sus espinas, pero merece la pena, dado que el evangelio es liberador; palabra de gracia que da plenitud, alegría y esperanza. Jesús sabedor de que encontraría dificultad, utiliza una frase hecha muy extendida en el Imperio Romano: ''medice, cura te ipsum''. Es como decir: "estás bueno tú para venir a darme lecciones". Por ello esta sentencia del Señor tanto les enfureció, por lo que le echaron del pueblo intentando despeñarle por un barranco: ''En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo''... Pero lo más duro es cuando les recuerda que hubo muchas viudas pobres en tiempo de Elías y que sólo fue auxiliada una viuda de Sarepta (extranjera). Como muchos leprosos hubo en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue curado más que Naamán el sirio (extranjero). Jesús les está recordando que estos dos grandes profetas -Elías y Eliseo- también fueron despreciados por los suyos. Y cita a la viuda y al leproso, una mujer del territorio de Sidón y un hombre de Siria: dos extranjeros, dos personas mal vistas que resultan amadas por Dios; una pagana y un arameo, una mujer pobre y un enfermo. Estos dos personajes se salvan, pues creen en la palabra de Dios a través de la voz del profeta enviado que tienen ante sus ojos, todo lo contrario de los vecinos de Jesús... 

Cristo nos muestra nuevamente que la salvación no está limitada a un grupo selecto o elegido, la salvación de Dios está abierta a todos los que quieran acoger su Palabra. Y a veces, los que parecen más cercanos son los más distantes, y, nuevamente descubrimos que los últimos se convierten en los primeros...

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