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lunes, 31 de enero de 2022

Eulaliense. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Mérida celebrará, en 2023, un Año Jubilar Eulaliense. Se han unido, para esbozar el programa de los actos, el arzobispado de Mérida-Badajoz, el ayuntamiento emeritense y las asociaciones eulalienses. Y el Vaticano les ha comunicado ya que serán concedidas las indulgencias y gracias jubilares que el arzobispo solicitó para quienes peregrinen a la basílica de santa Eulalia.

Santa Eulalia, natural de Mérida, fue una adolescente que dio muestras de poseer durante su martirio, en el año 304, una gran fortaleza, y, por su admirable testimonio de vida y de muerte, mereció que el vate cristiano de lengua latina Aurelio Prudencio (348-410), autor del “Peristéfanon”, le dedicase uno de sus más hermosos poemas.

Los restos mortales de esta virgen y mártir se custodian dentro de una arqueta, que se muestra, para la veneración de los fieles, en el baldaquino que se encuentra en el centro de la capilla de Santa Eulalia, que mandó hacer, en el siglo XVII, el obispo Simón García Pedrejón, en la catedral de Oviedo. En el suelo descansan los cuerpos de varios prelados, entre ellos Mons. Juan Bautista Luis Pérez.

Éste inició su ministerio episcopal en la sede ovetense a principios de 1922. Hace, pues, cien años. Era de Burriana y amigo del sacerdote Maximiliano Arboleya, al que había conocido en Roma y al que nombró deán de la “Sancta Ovetensis”. Los dos eclesiásticos fueron insignes figuras del catolicismo social en España y no debería concluir 2022 sin que se les rindiese a ambos el homenaje que merecen. Monseñor Juan Bautista Luis Pérez falleció, el 6 de noviembre de 1934, en Madrid, un mes después de haber estallado la Revolución de Asturias.

Mas volviendo a santa Eulalia, hay que recordar lo acaecido unos años antes de su nacimiento. Y fue que se declaró una peste terrible que asoló el norte de África. Hubo que suspender toda actividad. Incluidas las persecuciones. Sin embargo, los cristianos, dice un escritor antiguo, olvidándose de sí mismos, visitaban sin precaución a los enfermos, los servían en todo, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos contagiados, asumiendo voluntariamente los dolores del prójimo.

Muchos que se curaron, fallecieron después por fortalecer a otros. Los mejores de entre los sacerdotes, diáconos y laicos, murieron, y por la piedad y fe que mostraron, fueron equiparados a los mártires. Y eso es lo que hemos visto últimamente entre nosotros: en los hospitales, en las residencias de mayores y en domicilios particulares, a causa del coronavirus. A personas que se han entregado con amor cristiano y una voluntad de oblación plena de sí mismas al cuidado y al servicio de los enfermos y de los ancianos.

He traído esto a colación porque, en el Año Jubilar Eulaliense, van a ser puestas de relieve las relaciones existentes, y puede que de dependencia, entre el cristianismo del norte de África y el de la región en la que se hallaba enclavada Mérida, para luego, a partir de ésta, llegar, por la Ruta de la Plata, al de León y Astorga, tomando como base la famosa carta 67 del obispo san Cipriano de Cartago (200-258), en la que menciona a los fieles de León, Astorga y Mérida.

Y Asturias, con sesenta y dos lugares de culto, entre iglesias parroquiales y capillas, dedicados a santa Eulalia de Mérida, y guardiana de sus restos mortales, no debería, por razones obvias, quedar fuera del conjunto de las celebraciones del 2023 en honor de la santa virgen y mártir emeritense.

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