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martes, 18 de enero de 2022

Año de la Lengua. Por Jorge Juan Fernández Sangrador

Elio Antonio de Nebrija (1444-1522) será la figura principal de 2022, pues en él se recordará, no solo su fallecimiento, hace quinientos años, sino también sus inigualables e impagables servicios a la Lengua española. El evento ha sido declarado “Acontecimiento de excepcional interés público”, con los correspondientes beneficios fiscales para quienes deseen colaborar en la cofinanciación de los actos conmemorativos.

De modo que las localidades vinculadas a la vida del maestro se han puesto ya, desde hace tiempo, manos a la obra para sumarse, en la medida de sus posibilidades, al general homenaje que se le tribute durante los próximos doce meses: Lebrija, Salamanca, Bolonia, Coca, Zalamea de la Serena, Villanueva de la Serena, Brozas, Sevilla, Medina del Campo, Logroño y Alcalá de Henares. Creo que son, en total, dieciocho. A ver cómo se las imagina Asturias para subirse al carro al que ya han sabido engancharse varios países hispanoamericanos.

Me atrevería a sugerir el que, a lo largo de 2022, se recordase lo que egregias personalidades literarias asturianas han hecho, continuando la labor de Nebrija, en favor de la Lengua desde la Real Academia Española. Sin embargo, después de haber visto el que a la madrileña plaza de Vázquez de Mella, académico, natural de Cangas de Onís, se le retirase el nombre, en el fatigoso quita y pon actual de placas denominativas, sin que nadie, en el Ayuntamiento cangués, ni en el Gobierno ni en las instituciones culturales del Principado de Asturias, ni en la Docta Casa de la calle Felipe IV de Madrid, mostrase en público un adarme de disconformidad con la medida, sólo cabe ser escéptico ante la posibilidad de que nadie secunde la idea.

Me parece que los académicos oriundos de nuestra región han sido veinte: Juan de Villademoros Rico y Castrillón, Pedro Rodríguez Campomanes y Pérez de Sorriba, Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez, Francisco Javier Martínez Marina, Juan Pérez Villamil y de Paredes, Jerónimo de la Escosura y López de Porto, Pedro José Pidal y Carniado, José Caveda y Nava, Ramón de Campoamor y Campoosorio, Zeferino González y Díaz-Tuñón, Emilio Cotarelo y Mori, Juan Vázquez de Mella y Fanjul, Armando Palacio Valdés, Ramón Pérez de Ayala y Fernández, Carlos Bousoño Prieto, José García Nieto, Víctor García de la Concha, Ángel González Muñiz, Margarita Salas Falgueras y Salvador Gutiérrez Ordóñez.

A ver si la diócesis ovetense, en cambio, se anima y hace algo. Para empezar, rebuscando en el fondo de “Libros viejos y raros” de la biblioteca del Seminario Metropolitano. Y luego dando valor a las aportaciones lingüísticas de los académicos eclesiásticos asturianos: el cura Juan de Villademoros Rico y Castrillón, que fue uno de los fundadores de la Real Academia Española; el canónigo, e historiador del Derecho, Francisco Javier Martínez Marina; y el cardenal dominico fray Zeferino González y Díaz-Tuñón.

Si se toma como referencia el dato de que el académico hubiese recibido en sus años jóvenes la tonsura eclesiástica, la lista de nombres asociados formalmente a la Iglesia se amplía. Pero es que, además, volviendo a Nebrija, éste estudió en Salamanca, cursó Teología en el Real Colegio de España en Bolonia, y, bajo el protectorado del cardenal Cisneros, en Alcalá de Henares, colaboró en la magna obra de la “Biblia políglota complutense”, dejando patente, una vez más, que la Lengua, la Cultura, la Biblia y la Teología son, juntas, además de necesarias colaboradoras, hermosa epifanía de la Palabra única, de la que toda realidad existente proviene y en la que halla su plenitud.

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