(La Tribuna de Guadalajara).- Cuando Atilano Rodríguez (Trascastro, 1946) ingresó en el seminario de Covadonga, tardó día y medio en llegar. De su pueblo a Cangas de Onís hay cerca de 200 kilómetros. Supone cruzar Asturias casi de punta a punta, desde el puerto de Leitariegos hasta la misma puerta de los Picos de Europa. En coche es un trayecto que hoy no te lleva más de dos horas y cuarto. Hace seis décadas, no era tan directo.
Su padre, Constantino, le acompañó en ese primer viaje. «Primero salimos en caballo hasta acceder a la carretera. Hay cuatro kilómetros y la maleta pesaba. Un autobús nos llevó a Cangas del Narcea y allí cambiamos a otro autobús de línea con el que llegamos a Oviedo. Hicimos noche y al día siguiente cogimos el tren desde Oviedo hasta Cangas de Onís. Un autocar de la empresa Mento –todavía recuerdo el nombre– nos subió hasta Covadonga y llegamos por la tarde». En el seminario se quedó con un consejo que siempre mantuvo su madre, María Joaquina, hasta el mismo día de su ordenación: «Piensa mucho lo que vas a hacer y sé consecuente».
Atilano era un niño de 11 años y, por primera vez, se separaba de su familia y de sus amigos con los que había compartido juegos y travesuras. Hasta final de curso no les volvería a ver. «Cada verano regresaba al pueblo y tocaba echar una mano en las labores del campo.
Es una zona en la que nieva mucho y tienes que segar la hierba, desde finales de junio hasta últimos del mes siguiente, para que en invierno el ganado tenga comida suficiente. Había, además, que sallar las patatas y otras muchas tareas que me permitieron valorar el esfuerzo de mis padres y el valor del trabajo. Cuando volvías al curso veías el estudio casi como unas vacaciones».
A Trascastro hay que regresar el día de su ordenación sacerdotal. Un 15 de agosto de 1970. Hasta el pueblo llegaron vecinos de toda la comarca, compañeros y formadores del seminario y toda la familia del nuevo sacerdote. «La iglesia estaba abarrotada y fue una ceremonia muy emocionante presidida por el arzobispo de Oviedo, Gabino Díaz Merchán. Después, nos juntamos más de 150 personas a comer en casa. Los días previos, mi padre –que era un gran pescador– se fue con un amigo y trajeron muchas truchas. Allí colaboró todo el pueblo. Recuerdo que se cocieron ocho o diez jamones».
Al pueblo hay que volver también el día de su ordenación episcopal. Se celebró en la catedral de Oviedo en una atípica mañana de febrero en la que el sol no se escondió en ningún momento. «Al día siguiente fuimos a dar gracias a La Santina y, de regreso a Trascastro, junto a mis padres, cuando íbamos llegando a Cangas empezó a nevar de forma muy copiosa y conseguimos completar el trayecto con mucha dificultad. Después nos quedamos incomunicados cuatro o cinco días».
Desde sus comienzos como sacerdote en 28 pueblos (4 parroquias) en una zona de Asturias que limita con Lugo, hasta que concluya su camino episcopal, habrá trascurrido más de medio siglo. Atrás queda su etapa como formador del seminario de Oviedo, las labores de secretario de monseñor Elías Yanes en Zaragoza y su paso por la parroquia del Buen Pastor de Gijón hasta que fue nombrado obispo. Oviedo, Ciudad Rodrigo y Sigüenza-Guadalajara, tres Diócesis en las que ha mantenido el espíritu de un cura de pueblo siempre entregado al pueblo.
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