Queridos hermanos y hermanas: paz y bien.
Hay jornadas durante nuestra andadura pastoral cada año, que vienen a recordarnos aspectos de nuestra vida que tiene como objeto focalizar cosas importantes que tal vez tendemos a olvidar o descuidar. Una de esas citas es el día de la Misión diocesana. Este año tiene como lema “con ellos vamos todos”. Ya es significativa la expresión, porque nos implica a todos los bautizados en esa dimensión cristiana que es la vocación misionera que todos tenemos por el hecho de ser discípulos de Cristo. Algunos hermanos han ido explícitamente a tierras de misión dejando familia, tierra y cultura, pero todo lugar es tierra de misión cuando se da la urgencia de anunciar el Evangelio en un mundo neopagano.
Por nuestros lares andamos ya cerrando el curso pastoral cuando escribo estas líneas. Queda atrás este tiempo en el que, durante demasiados meses, nuestra vida ha quedado al albur de una circunstancia con la que nadie contaba, pero que ha condicionado completamente nuestras vidas. La pandemia ha puesto a prueba la solidez de nuestra fe que profesamos, de la esperanza que nos sostiene y del amor que nos embarga. Hemos experimentado en mayor o menor medida la inseguridad, el miedo también, y la confianza sin fisuras cuando hemos puestos toda nuestra vida en las manos providentes del Señor.
Poco a poco, vamos descubriendo que “hay vida después de la pandemia”, y que las vacunas, aunque nos puedan proteger, no nos devuelven la alegría verdadera y las ganas de seguir siendo misioneros de la Buena Noticia ante nuestros contemporáneos. Es por este motivo, que hemos de ayudarnos mutuamente para que recuperemos la normalidad de la vida cotidiana en cuyos entresijos nos espera siempre Dios. Es hermoso ver cómo tras el diluvio viene siempre la vida renovada, la que el Señor vuelve a regalarnos tras la purificación que ha supuesto esta prueba con la que ninguno contábamos. El equipaje quizás se ha hecho más ligero. Los horizontes los ha vuelto a dibujar Dios. Y la necesidad de comunicar la gracia que inmerecidamente hemos recibido con el encuentro con Jesús, es lo que nos hace propiamente misioneros, estemos donde estemos.
Como Archidiócesis de Oviedo estamos de celebración de bodas de oro, con los cincuenta años de presencia misionera reciente. Se ve que Asturias, como Iglesia, como comunidad cristiana que es dentro de ese espacio que nos enmarca y dentro del tiempo que ahora nos pertenece, es algo más que cuanto sucede entre los dos puertos: el puerto de Pajares que nos abre a la meseta castellana y leonesa, y el puerto del Musel que nos pone delante el mar Cantábrico con todos sus horizontes abiertos. Salir de la tierra, es decir, dejarse empujar libremente, sabiendo que la mano que tienes detrás es esa con la que Dios mismo nos anima en nuestros desánimos, acaricia con toda su ternura, o nos detiene ante nuestros precipicios por sí mismo o a través de sus ángeles. “Sal de tu tierra” (Gén, 12,1) se le dijo a Abraham cuando el mismo Señor le quiso asomar a lo que ni él imaginaba para poderlo sorprender. Ahora nosotros, queremos también dejarnos sorprender por ese Dios amable y cómplice de lo bueno, lo verdadero y lo bello, y jamás rival de nuestra felicidad. Nos dejamos llevar por Él a donde Él nos quiera enviar.
Nuestra Archidiócesis de Oviedo ha escrito a través de su historia muchas páginas misioneras, cuando surcando sus bellas fronteras, dejando atrás sus valles y montañas, sus acantilados en la cornisa cantábrica, sus villas y cuencas, pueblecitos y ciudades, se ha dejado llevar por quien nos llama, nos consagra y nos envía. Anunciar el Evangelio que no defrauda, contagiar la alegría del encuentro con el Señor Jesús, construir con cada pueblo una nueva comunidad cristiana como Iglesia viva. Esto es lo que celebramos con motivo de estos cincuenta años de vida misionera diocesana, en los distintos escenarios por los que pastores con su ministerio sacerdotal, religiosas con sus carismas y laicos con el compromiso de su bautismo hemos ido compartiendo y anunciando como esperanza para aquellos a los que fuimos enviados. Dios sea bendito en los hermanos.
Deseando que todo vaya según el Señor, os animo a cuidaros, mientras construimos juntos el Reino de Dios con su ayuda y la de la Santina y San José. Todos somos anunciadores de la Buena Noticia de Jesús, y con nuestros misioneros vamos todos.
Un abrazo fraterno y mi bendición.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
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