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jueves, 20 de mayo de 2021

San Melchor de Quirós, víctima de la pandemia asturiana, de ingratitud y desmemoria. Por Francisco Álvarez

Los asturianos acabamos de conmemorar en el silencio más atronador -roto por La Voz del Trubia y algunos feligreses que sí honraron la celebración de la efeméride- el segundo centenario del nacimiento en Cortes, parroquia de Lindes del concejo de Quirós, de nuestro primer santo Melchor García Sampedro conocido como San Melchor de Quirós.

Nuestro paisano vio la luz por primera vez el 28 de abril de 1821. Era el mayor de los siete hijos del matrimonio quirosano formado por Juan, de San Pedro de Arrojo, y Francisca, de Cortes. Estudió Filosofía y Teología en la Universidad de Oviedo. Ingresó en la Orden de Santo Domingo en 1845 y, tras tomar los hábitos en el convento de Ocaña, fue ordenado sacerdote en 1847 en Madrid y se embarcó al año siguiente en Cádiz con rumbo a Filipinas, cumpliendo así su vocación de ser misionero en Oriente. En Manila embarcó con destino a Macao, camino de las misiones del Tonkín, adonde llegó en 1849 para desarrollar sus tareas pastorales. Con 34 años, en 1855 fue consagrado obispo de Tricomía y coadjutor del Tonkín Central.

Fue detenido en 1858, metido en una jaula y con gran aparato militar llevado a Nam Dinh (Vietnam) donde los mandarines y sus soldados entraron triunfantes y alegres por la recompensa prometida a los captores del odiado obispo cristiano. El juicio fue rápido y la sentencia esperada. Se le imputó haber entrado clandestinamente en el imperio de Annam; haber predicado la religión católica contra lo prescrito en las leyes del país; y ser el jefe de los rebeldes contra la autoridad del emperador Tu-Duc.

Silverio Cerra relata en su libro “San Melchor de Quirós: un santo para Asturias” que fue martirizado y descuartizado el 28 de julio de 1858, a la edad de 37 años. La tradición de Quirós, inspirada en la leyenda escrita en verso por Teodoro Cuesta -quien escribió nuestra mejor poesía en asturiano sin subvenciones a la “oficialida´”-, dice que dos árboles plantados por él, que no dieron flores aquella primavera, al llegar el mes de julio se llenaron de capullos para luego secarse de repente:

“Per esti tiempo el ánxel plantó dos arbolinos
na güerta de so padre que dieron, en sazón,
riquísimes manzanes y figos miguelinos,
que mialma atrás dexaben no dulces al turrón.
– Oyei: na primavera del añu en qu´el tiranu
sofrir fexo al Obispo Martiliu sin igual,
sin castra de retoñu mirábase el mazanu,
y dando les boquiaes sin fueyes la figal.
–Pos bonu, el día mesmu que a Dios miró nel Cielu,
gracies a sos vertudes, l´intrépidu Pastor,
en Xulio, el vecindariu de Arroxo, con anhelu
corría a ver plagaos los árboles de flor.
–Y cuando barruntaben el abundante fruto,
al vellos tan llozanos, segunda vez plasmó,
mirallos amusgados ¡Ay Dios! Vestién lluto,
y entrambos dos morrieron el día que él morrió.”

La noticia del martirio del Obispo Melchor se difundió por toda Indochina. Enseguida llegó a Macao. Pronto saltó a Manila, de donde se remitió cuanto antes a España y hasta Quirós. Cuenta un testigo presencial que al conocer en casa los pormenores del martirio, su padre bajaba los ojos para ocultar las lágrimas que le brotaban, mientras su madre, sin derramar una lágrima -igual que cuando le despidió al irse a las misiones- se dirigió a él para decirle: “Juan, Juan, ¿no ves que hijo tan santo nos ha dado Dios?”.

Todo Quirós se estremeció con la noticia y se llenó de orgullo por contar entre sus gentes y entre los hombres grandes de su historia a un mártir y a un santo. En mayo de 1859 una incontable multitud del concejo y de otras partes de Asturias asistió en Arrojo a un solemnísimo funeral. El sínodo diocesano de 1886 pidió por unanimidad al prelado que las reliquias de Melchor García Sampedro vinieran a Asturias, fueran custodiadas en la Catedral de Oviedo, y se incoara activamente su proceso de beatificación. Las reliquias con la oposición de los fieles de Tonkín salieron de Manila en 1889 y en 1899 una manifestación inmensa de gente las recibió en Oviedo. Sus restos fueron enterrados en la capilla del Rey Casto de la catedral. En 1951 Pío XII lo proclamó beato y en 1988 Juan Pablo II lo proclamó santo; el primer santo asturiano.

En la actualidad sus restos descansan bajo el manto de la Santina en la capilla catedralicia de Ntra. Sra. de Covadonga, venerados por muchos asturianos que no olvidamos a San Melchor de Quirós y que luchamos para superar la otra pandemia que nos asola: la de la ingratitud y la desmemoria.

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