Esta noche pasada hemos velado junto a las Hermanas del Santo Ángel orando ante el Señor, conscientes de la angustia que para Él suponen las horas previas al desenlace final. En ese contexto de tristeza mortal en el que llega a sudar sangre; nosotros hemos querido ser ese ángel que quiere sostener, consolar y acompañar al Señor.
En ese Huerto de los Olivos el Señor experimenta nuestra humanidad, asume nuestro pecado y sufrimiento para subir con así al Calvario. Acepta la voluntad de Dios sin reservas, por eso no quiere violencia cuando llegan a prenderle, sino que hace suyo el cántico de Isaías: ''Angustiado él, y afligido, no abrió la boca; como cordero fue llevado al matadero, como oveja delante de sus esquiladores''.
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre. En el cuarto cántico del siervo de Yahveh leemos: “Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca”. Queda patente pues la libre decisión del siervo de ofrecerse en rescate por sus hermanos. Jesús, prefigurado en el Cántico, acepta de modo libre y voluntario la misión que le corresponde para la salvación de los hombres. Podemos decir que hay un perfecto “acuerdo” entre el amor del Padre, su designio redentor, y el amor de Cristo y su plena disponibilidad para el sacrificio.
“Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo", porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos". Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino, que quiere la salvación de los hombres: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente". De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina y asume la misma muerte.
El cristiano está invitado a aceptar libremente la voluntad de Dios sobre él como un camino de redención y salvación. Es necesario mirar a Cristo y ver su hoja de ruta, su ejecutoria, para darse cuenta que la voluntad de Dios no es fácil de comprender, ni de vivir con fidelidad; sin embargo, no cabe duda que es una voluntad salvífica. “Dios quiere que todos los hombres se salven”. Cuando nos resistimos a aceptar la voluntad de Dios, sobre todo cuando ésta supone sacrificio, dolor y muerte, nos resistimos también a aceptar su amor. Cristo nos enseña que en la humilde, pero gozosa y fiel sumisión a la voluntad del Padre, se encuentra el camino pleno del amor. Cristo mismo experimentó la sensación de abandono por parte del Padre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?...
“El grito de Jesús en la cruz -nos dice Juan Pablo II- no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras, se identifica con nuestro pecado: "abandonado" por el Padre, El se "abandona" en las manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo Él tiene de Dios; incluso en este momento de oscuridad ve claramente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono.
Jesús es entregado según el designio de Dios, pero Jesús, al mismo tiempo hace oblación de sí mismo. Nadie le quita la vida, él la da por sí mismo. He aquí el “acuerdo” pleno de voluntades: la voluntad del Padre, la voluntad del Hijo.
Es preciso que cada cristiano descubra en su propia vida el “designio preciso de Dios”, que lo medite en su corazón, que se adentre en la voluntad salvífica del Padre y que, como Cristo, preste su pleno consentimiento a la misión que se le encomienda. Cada uno tiene su tarea en la vida, tiene su misión que debe cumplir. Misión ardua, pero que si se realiza mirando a Cristo e imitándolo, se convierte en misión fecunda y plena de satisfacciones. No temamos la cruz que el Señor nos regala, pues es una cruz de amor. No temamos los golpes de Dios, pues son solo "golpes de amor".
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