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viernes, 2 de abril de 2021

''I thirst''. Por Rodrigo Huerta Migoya

 El día silencioso del Viernes Santo, jornada austera que no quiere ser puramente luctuosa, sino de tristeza esperanzada, la lectura de la Pasión -según San Juan- no debe dejarnos indiferentes; el gran esfuerzo que tenemos que hacer en este día es quizás recuperar la sensibilidad. En un mundo que parece vivir anestesiado e indolente, hemos de tratar de recuperar el sentimiento, la lágrima y la emoción. Lloremos como lloraban los santos al releer todo lo que tuvo que padecer nuestro señor Jesucristo por nosotros; San Francisco de Asís se sorprendía de que a muchos de sus frailes no les conmoviera la proclamación de la Pasión. Tantas veces la hemos oído: ¿la habremos escuchado con el corazón alguna vez?.

El Señor es traicionado, negado, apresado, burlado, escupido, interrogado, desnudado, flagelado, torturado, crucificado, atravesado... Meditemos en detalle toda esta Pasión teniendo presente que cada uno de sus sufrimientos fue para sanarnos a nosotros, pecadores: ''sus cicatrices nos curaron''. 

Es jornada para sacar ratos de contemplación, para clavar nuestra mirada en la imagen de Jesús crucificado, muerto, yacente... Le vemos reinar en un trono de madera con corona de espinas que cumple en sí mismo el cantar del salmo: ''han taladrado mis manos y mis pies, y puedo contar todos mis huesos''. En sus manos extendidas, bien abiertas y clavadas, le vemos abrazar a la humanidad como sumo y eterno sacerdote que hace del árbol de la cruz templo, altar y patena donde ofrecer el único y verdadero sacrificio que nos libró del pecado. Por esto desde antiguo vinieron a denominar al nazareno como ''el nuevo adán'', pues ''si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida''.

Hay un detalle precioso en la escena del Gólgota; el primero en profesar su fe, en creer, en gritar a los cuatro vientos que aquello superaba los límites de lo mortal, no fue una de las mujeres que seguía a Jesús, ni un discípulo, ni ninguno de los que creían en Él y se escondían entre los curiosos y los verdugos. La primera persona "tocada" por la pasión y muerte del Señor fue un romano; ni siquiera un judío como Jesús, sino un centurión: Longinos, el que en su mano sostenía la lanza y de cuyo corazón brotó el acto de fe que nos regalaron sus labios: ''verdaderamente este hombre era Hijo de Dios''. 

Siempre me ha ayudado a vivir el Viernes Santo la espiritualidad de la Santa Madre Teresa de Calcuta repitiendo tantas veces al mirar a Cristo clavado en la cruz, esa "quinta palabra" de Jesús que me agrada recordar en inglés, como lo repetía la religiosa albanesa: ''I thirst'' -tengo sed-. La vida de Madre Teresa fue una respuesta constante en saciar la sed del Señor; fue lo que cambió su vida, por eso ella reflexionaba: "Jesús es Dios, por lo tanto Su Amor y Su Sed son infinitos. Él, Creador del universo, pidió el amor de sus criaturas. Tiene sed de nuestro amor.... Estas palabras: "Tengo sed; ¿Tienen algún un eco en nuestra alma?"

El Señor tiene sed de Amor, pues como gritaba el Poverello ''el Amor no es amado''. ¿Cómo saciar esa sed? ¿cómo ayudar al crucificado? Amando; regalando amor y caridad, siendo "juanes" y "marías" a los pies del Sagrario, que es donde siempre late el corazón traspasado de nuestro Salvador. Y dando a conocer este tesoro que brota de su costado a tantos que no saben que sólo Él la fuente de la cuál quién bebe nunca más vuelve a tener sed. 

Los ojos puestos en la cruz, junto a la que ser hoy esos discípulos fieles que no le quieren dejar sólo y acompañar a su Santísima Madre, que permanece silenciosa y doliente abrazada al madero. Nos unimos al drama del sufrimiento y la muerte provocada por el pecado, pero confiados de saber que mientras todos los estandartes, torres y símbolos caen, la Cruz permanece firme y erguida para recordarnos que hay esperanza, pues ella constituye la puerta de nuestra salvación. María, discípula primera y modelo del seguimiento auténtico del Maestro Divino, se encuentra en esa meta de dolor habiendo recorrido tras el Hijo paso a paso de cada estación del Vía Crucis. No estaba Ella ajena; su vida, camino de rosas plagado de espinas, en un silencio meditabundo que conservaba todo en su corazón. Quiere ser también Ella como Cristo, signo de contradicción, permaneciendo próxima a la agonía de su Hijo, al contrario de todos los que huían despavoridos. La vemos dolorosa, pero la vemos ''Madre'' que acoge a la sombra del leño a todos los hombres que por la expiración de Jesús vuelven a ser Hijos de Dios y hermanos entre ellos. El Señor nos regala también a nosotros la maternidad de su Madre: ''ahí tienes a tu Madre''. Y si Cristo es en la cruz el nuevo Adán, María es a su vera la nueva Eva; la que no ha conocido el pecado y cuyo corazón inmaculado es fecundado en esta tarde por el dolor de la espada que la atraviesa.

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