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El Papa ante el Triduo Pascual: «Recordaremos a los crucificados de hoy»

(alfayomega) Son «los días centrales del Año litúrgico». Se trata del Triduo pascual, el misterio de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección del Señor, y a él le ha dedicado la catequesis de la audiencia general de este miércoles el Papa Francisco. Pero antes de empezar con el repaso, el Santo Padre ha explicado la profundidad de estas celebraciones. «Cuando nosotros vamos a Misa, no vamos solo a rezar, no, vamos a renovar, a hacer de nuevo este misterio». «Es como si nosotros fuéramos al calvario».

Asimismo, ha recordado que este año volveremos a vivir «las celebraciones pascuales en el contexto de la pandemia». Y en todas las «situaciones de sufrimiento» que la COVID-19 ha traído, «la cruz de Cristo es como un faro que indica el puerto a las naves todavía en el mar tempestuoso». «Es el signo de la esperanza que no decepciona; y nos dice que ni siquiera una lágrima, ni siquiera un lamento se pierden en el diseño de salvación de Dios».

Limpiar los corazones

El Pontífice ha seguido un orden cronológico y ha comenzado hablando de la Misa in Coena Domini, en la que se conmemora la Última Cena. «Es la tarde en la que Cristo dejó a sus discípulos el testamento de su amor en la Eucaristía, pero no como recuerdo, sino como memorial, como su presencia perenne», ha explicado.

Pero también «es la tarde en la que Él nos pide que nos amemos haciéndonos siervos los unos de los otros, como hizo Él lavando los pies a los discípulos. Un gesto que anticipa la cruenta oblación en la cruz. Y de hecho el Maestro y Señor morirá el día después para limpiar no los pies, sino los corazones y toda la vida de sus discípulos».

Los crucificados de hoy

Como indicaba al principio, el Viernes Santo «estaremos como reunidos en el calvario para conmemorar la Pasión y la Muerte redentora de Jesucristo». Y en este segundo día del Triduo pascual «llevaremos en la mente y en el corazón los sufrimientos de los enfermos, de los pobres, de los descartados de este mundo; recordaremos a los “corderos inmolados” víctimas inocentes de las guerras, de las dictaduras, de las violencias cotidianas, de los abortos…», ha asegurado Francisco.

De forma más concreta, el Papa ha elaborado «una lista» con «todas las guerras que se están combatiendo en este momento; de todos los niños que mueren de hambre; de los niños que no tienen educación; de pueblos enteros destruidos por las guerras, el terrorismo. De tanta, tanta gente que para sentirse un poco mejor necesita de la droga, de la industria de la droga que mata…»

Estos crucificados de hoy, que son «demasiados» según el Papa, «solo desde Él pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento», ha añadido.

El bien triunfa siempre

Por último, el Pontífice se ha referido al Sábado Santo, en cuyas tinieblas «irrumpirán la alegría y la luz con los ritos de la Vigilia pascual».

El Resucitado «nos da la certeza de que el bien triunfa siempre sobre el mal, que la vida vence siempre a la muerte y nuestro final no es bajar cada vez más abajo, de tristeza en tristeza, sino subir a lo alto. El Resucitado es la confirmación de que Jesús tiene razón en todo», ha concluido.

Homilía del Sr. Arzobispo en la Misa Crismal 2021

El pasado Domingo de Ramos dábamos comienzo a la Semana más grande del año cristiano, la Semana Santa que tiene en nuestros recuerdos tantos momentos vividos en los distintos escenarios por donde ha transcurrido nuestra vida. Podría parecer que es una Semana Santa más, una más de las que se van acumulando viendo aparecer nuestras canas en la cabeza y viendo desaparecer las ganas en nuestro empeño. Pero no es así.

Cada instante es nuevo, tanto lo es que, aunque Dios nos diga lo mismo y nos muestre lo de siempre, Él jamás se repite. Tiene esa virtualidad de estrenar su eterna Palabra y sorprendernos con las gracias de antaño, como si por primera vez las escuchásemos o por vez primera viniésemos a contemplarlas.

Pero cada Semana Santa no es lo de años y decenios atrás, siempre lo mismo, con el único cambio en la cifra de cada año, dejando el mismo trasfondo ante textos y gestos que dejaron de conmovernos ya de tantas veces escuchados y escenificados. Es un momento único, inédito, que vale la pena quedarnos atentos a lo que, entre textos y gestos consabidos, Dios nos quiere acaso provocar. Son unos días de recogimiento cristiano, con la liturgia especialmente sentida ya desde el domingo de Ramos y en los tres días del triduo sacro con el jueves, viernes y sábado santo. Hoy nos toca la Misa Crismal. Luego las campanas que sonarán a gloria en el domingo de Pascua, poniendo un sabroso aleluya en nuestros labios. Por eso pedimos la gracia que rezaremos en la oración sobre las ofrendas de esta Santa Misa: ser purificados de la vieja condición de pecado, para que se acreciente en nosotros la vida nueva. No una cansina repetición de cosas que no abrazan mi vida real, que no encienden la luz que reclaman mis penumbras, de actitudes que no aportan la ilusión en mis desencantos, sino la apertura humilde a cuanto el Señor nos quiere indicar a través de la Palabra que la Iglesia nos proclama, y de la liturgia cuya celebración eficaz pone en nuestras manos. De modo que para asomarnos a una Semana Santa así de inédita, esa que nunca antes sucedió y que jamás se repetirá, nos dejemos conmover por cuanto en estos días tenemos ya delante en nuestras calendas. Y que verdaderamente nos toque el corazón en sus pliegues más íntimos y enteros, para poder pedir con Santa Teresa de Jesús: “Dios nos conceda saber cuánto le hemos costado”, así decía conmovida nuestra andariega santa abulense.

No es una Semana Santa al uso, porque todos recordamos la que extrañamente celebramos el año pasado. Algo nos ha cambiado lo que parecía cíclicamente pactado sin especial novedad en el entretanto. Pero hete aquí que vamos de sobresalto en sobresalto, viendo cómo puedan quedar las cosas en nuestro calendario cuando la coyuntura manda con una pandemia malvada secuestrando nuestras tradiciones, nuestros usos y costumbres, nuestros besos y abrazos, viendo cada dos por tres extrañas con medidas que nos distancian, rostros que se embozan mascarillados, y todo un sinfín de límites que nos imponen fronteras invisibles dejándonos confinados.

Como sacerdotes, hemos visto hacerse extraño lo que propiamente configura nuestro ministerio cotidiano. Catequesis ralentizadas o suprimidas, enfermos que no se visitan demasiado, celebraciones en las que el aforo de la feligresía es casi un desierto desalmado, reuniones que aplazamos, y miedo en el cuerpo, temor en la cercanía, prejuicio por doquier, como quien se aventura en una travesía que no se sabe si acabará en naufragio, o lucha invisiblemente contra una peste que tiene rostro aciago.

En la oración colecta hemos pedido algo importante, cuando la Iglesia en esa Misa Crismal pide por los sacerdotes que hemos sido hechos partícipes de la consagración de Cristo, para que nos transformemos en testigos de la redención del mundo. Y es esto lo que más descolocados nos puede dejar: que el mundo que nos rodea está sin redimir en tantos de sus costados. Sería prolijo el elenco de las cosas que en nuestro mundo de conquistas espaciales, de avances cibernéticos jamás pensados, con cotas de bienestar en cuanto la ciencia y la conciencia podría asegurarnos, de pronto vemos que tenemos retrocesos en las libertades y en las convivencias, con una corrupción política que en demasiados casos no busca el bien y la paz, sino su conquista o apoltronamiento en un poder sin escrúpulos mintiendo a mansalva. En este mundo así de tocado y herido, nos sobreviene una pandemia que, como peste insospechada, ha sembrado todas las intemperies en nuestra vida individual y colectiva.

Sin embargo, somos llamados a ser testigos de una redención que fue ya ofrecida y que tiene la eficacia de la gracia de Jesucristo. No somos demagogos de nuestras genialidades, de las soluciones que tuvieran sólo nuestra medida, sino testigos de algo más grande, de Alguien infinitamente mayor, en medio de la maraña ambigua de un mundo incabado que sigue gimiendo sus dolores de parto porque no sabe nacer a lo verdadero, a lo bondadoso y a lo bello para lo que fuimos creados, como decía San Pablo en la carta a los Romanos (8, 22-39).

Dentro de este escenario hoy nos faltan muchos hermanos concelebrantes. Los que queriendo venir no pueden hacerlo por la restricción que nos imponen las medidas sanitarias y, sobre todo, los que nos han acompañado otros años y han fallecido durante este año. Haremos memoria de los que fueron llamados por Dios en este tiempo.

En esta Misa Crismal, aún en medio de la reducción de participantes que se nos impone por la pandemia, todo el pueblo de Dios quiere ser partícipe y a su modo concelebrar desde el sacerdocio común de los fieles que todos recibimos en nuestro bautismo, para rogar por los que de modo especial y distinto han sido llamados al ministerio ordenado en este día en el que renovamos nuestras promesas sacerdotales, y también para orar en el momento de la bendición de los santos óleos. Esta es la belleza de la Iglesia orante desde cada una de sus vocaciones e identidades, que como un solo cuerpo junto a Cristo nuestra Cabeza, celebramos los sagrados misterios en esta Eucaristía.

Tanto la primera lectura del profeta Isaías como el evangelio que hemos escuchado, tienen un texto común: en el profeta como anuncio y en el evangelio como cumplimiento. Siempre es conmovedor escuchar de los labios de Jesús un texto que hablaba de Él y en el que se reconocía para dar comienzo a su ministerio público, a su sacerdocio: «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.

Enrollando el volumen lo devolvió al ministro, y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: Esta Escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4, 18-21).

Todas las palabras y los gestos de Jesús tienen ese marchamo sacerdotal que ya indicó Isaías cuando habla de ese misterioso personaje que sería ungido para consolar a los afligidos, devolver la libertad, derrochar la gracia del verdadero perdón. Estamos ante un anuncio fuertemente vocacional de lo que supuso el sacerdocio mesiánico de Jesús en el que nuestro sacerdocio ha quedado inserto y del que somos prolongación en la historia. Es un sacerdocio que tiene entrañas de pastor, un sacerdocio lleno de misericordia. Su vida pública será una continua actualización de ese ministerio y a través de cada palabra y de cada signo milagroso, Él acercará a las personas concretas su bálsamo de esperanza en tantas heridas, su luz alumbradora en tanta oscuridad, su gracia bendita en tantos pecados. Los evangelios son una crónica viva de cómo Jesús se acercó sacerdotalmente para lo que fue ungido: los pobres escucharían una buena noticia esperanzada después de haber oído tantas tragedias sin salida, y los cautivos de tanta intemperie amordazada verían la soñada libertad, y los que su ceguera impidió ver la belleza para la que nacieron sus ojos se abrirían al asombro y a la gratitud; y todos cuantos sufrían la losa de su opresión se llamase como se llamase, volvieron a respirar habiéndoles quitado tan oprimente peso de encima.

Era lo que alimentaba la esperanza de un pueblo, lo que les hacía seguir esperando la llegada de ese Mesías bueno que Dios prometió por la boca de sus profetas, ese ungido de Dios que vendría con la paz y el año gracia del Señor que quitaría los pecados. Por eso, el bello lenguaje de Isaías concluiría diciendo que vendría «para cambiar su ceniza en corona, su traje de luto en perfume de fiesta, su abatimiento en cánticos. Vosotros os llamaréis “sacerdotes del Señor”» (Is 61, 3.6).

El sacerdocio de Jesús, y en el suyo el nuestro, tiene ese ministerio lleno de misericordia que pone fin al oprobio de la ceniza que humilla a las personas y abre el tiempo de una coronación como hijos de Dios. No hay más traje luctuoso con el que la vida se reviste de tristeza sin más horizonte que el oscuro abismo, sino un perfume que llena cada pliegue y cada rincón con su aroma más festivo. No será el abatimiento la estrofa maldita con la que nos describan los versos, sino el cántico el que cuente los besos que nos han sacado de la muerte y nos han redimido.

Pero podríamos concebir este mensaje como algo aprendido, algo que forma parte de nuestro guión profesional que hemos de saber proclamar con entonación y con estilo, con grandilocuencia ensayada y con vivencia prestada que jamás nos adentró la gracia que contamos a los otros con tanto ademán cansino. Jesús pone toda esa carga de esperanza en el cumplimiento de una fecha que marcaba un bienaventurado inicio: todo lo que acabáis de escuchar… se cumple hoy, se cumple aquí y conmigo. Es el “hoy” de los ángeles cuando anuncian a los pastores que ha nacido el Salvador; el “hoy” que se le dijo a Zaqueo cuando entró la salvación a su casa; el “hoy” que escuchó Dimas el buen ladrón antes de pasar al Paraíso prometido. Hoy se cumple esa Escritura.

Hermanos sacerdotes, yo entiendo que esto es lo que nosotros renovamos en la Misa Crismal de este año que nunca había sucedido y nunca jamás se repetirá: hoy se cumple, se cumple aquí, se cumple en cada uno de nosotros, haciéndonos testigos de la redención por Cristo comenzada en medio de un mundo herido y confuso. Tenemos una historia vivida, en ella se han dado tantas cosas que nos han tenido en vilo, que nos han defraudado, en las que acaso hemos sido incomprendidos. Es nuestra biografía personal. También en ella hemos cometido errores, hemos arriesgado en vano sin calcular los peligros, acaso tantas veces no hayamos llegado por comodidad o nos hayamos pasado sin tino, jugando quizás con lo que no era un juego y llegando a cuanto nos ha hecho deudores de nuestras traiciones y pecados. Sí, es nuestra biografía personal. Pero si no somos rehenes de nuestro pasado como quien vive bloqueado por sus fracasos colmados o por sus incomprensiones sufridas, o si no ponemos precio a las cosas que nos han salido bien y con las que hemos hecho mucho bien para no ser tampoco rehenes de nuestras éxitos y conquistas, entonces estamos en la situación de mirar nuestra biografía con un humilde realismo: cosas por las que pedir perdón esta mañana y cosas por las que dar gracias rendidas. Hoy se cumple esta Escritura, hoy se cumple con sabor de estreno, ese ministerio de misericordia al que hemos sido llamados.

El sacerdote llamado a ser testigo de la redención cristiana y ministro de la misericordia divina es ese buen samaritano, sabe Dios de qué heridos en el camino: las heridas del desafecto, de la soledad y el miedo; las heridas del cansancio, de la enfermedad y hastío; las heridas de la frivolidad irresponsable y del egoísmo; las heridas de la increencia y sinsentido; las heridas de las pateras, del hambre y del terrorismo, las heridas de la pandemia, del miedo y la desesperanza, las heridas del pecado con todas sus facturas públicas y sus fracturas internas. Tantas heridas, tantas. Tantos mirones impávidos y entretenidos, tantos. Sólo Jesús samaritano, sacerdote misericordioso tuvo mirada conmovida, descabalgó su prisa, detuvo su tiempo y estrechó al herido. Lo llevó consigo, le alojó en la posada y le pagó la cuenta como se invita a un amigo. Así nos trata Dios, y de ese trato somos nosotros sus testigos.

Queridos hermanos sacerdotes, me gusta repetiros mi agradecimiento por vuestra entrega en las 4 estaciones del año, cuando hay frío y cuando abrasa, cuando la vida explota en flor y cuando parece yerta y caducada. Gracias por seguir diciendo sí a la llamada recibida en la bonanza y en la inclemencia. En esta mañana en la que consagramos los santos óleos, pedimos al Señor ser cada uno de nosotros ungidos para que según nuestra vocación en la Iglesia seamos el bálsamo misericordioso para cuantos encontramos en el camino, ese bálsamo que nos ha curado a nosotros primero y por eso podemos contarlo como una gracia que nos ha tocado abrazando nuestra vida vulnerable y herida. Pedimos a María, que ella nos sostenga con su dulzura misericordiosa.

El Señor os bendiga y os guarde.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
S.I. Catedral, 30 marzo de 2021

lunes, 29 de marzo de 2021

Celebraciones del Papa en Semana Santa

(C.E.E.) La Oficina de prensa del Vaticano ha informado de las celebraciones que presidirá el Papa durante la Semana Santa.

Las ceremonias litúrgicas se desarrollarán siguiendo las medidas restrictivas sanitarias por la pandemia con una presencia limitada de fieles en el «respeto de las medidas sanitarias previstas». Un ejemplo de ello, será la ausencia de la muchedumbre de fieles que normalmente llenaba la Plaza de San Pedro, y el Coliseo, en la Semana Mayor.

El Pontífice celebrará los ritos de la Semana Santa en el Altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro, y el Viernes Santo presidirá el Via Crucis desde la Plaza de San Pedro.

Domingo de Ramos

El 28 de marzo, Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor, el Papa presidirá la celebración de la Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén y Santa Misa, a las 10:30 de la mañana.

Triduo Pascual

Por lo que se refiere al Triduo Pascual, el jueves 1 de abril a las 10:00 de la mañana tendrá lugar la Santa Misa Crismal, presidida por el Pontífice.

A las 18:00, no está previsto que el Santo Padre presida la Santa Misa en la Cena del Señor, in Coena Domini; en su lugar presidirá la ceremonia litúrgica el cardenal Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio.

Mientras que el 2 de abril, Viernes Santo, a las 18 horas, tendrá lugar la Celebración de la Pasión del Señor. Ese mismo día, a las 21 horas, el Pontífice presidirá el Via Crucis en la Plaza de San Pedro. Este año, según informó el director de la Oficina de Prensa vaticana, Matteo Bruni, la preparación de las meditaciones fue confiada al Grupo Scout Agesci «Foligno» de Umbria, y a la Parroquia Romana de los Santos Mártires de Uganda.

Serán de particular atención las imágenes que acompañarán las distintas estaciones, dibujos hechos por chicos de la Casa Famili «Mater Divini Amoris» y de la Casa Familia “Tetto Casal Fattoria”, ambas romanas, la primera seguida y administrada por las Hijas de la Virgen del Divino Amor, y la segunda por una asociación de voluntarios.

En lo que respecta a la Vigilia Pascual en la Noche Santa, se celebrará el Sábado Santo, 3 de abril a las 19:30.

Domingo de Pascua y Bendición

Finalmente, la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice dio a conocer que la Santa Misa del día, del Domingo de Pascua y de la Resurrección del Señor se celebrará el 4 de abril a las 10 de la mañana. Al final de la Santa Misa el Santo Padre impartirá la bendición «Urbi et Orbi». Al día siguiente, Lunes del Ángel, el Papa presidirá el rezo del Regina coeli, desde la BIblioteca del Palacio Apostólico.

Celebraciones de Semana Santa on line presididas por el Arzobispo de Oviedo


Las siguientes celebraciones de Semana Santa que presida Mons. Sanz tendrán lugar en Covadonga, desde donde se retransmitirán on line a través del canal de YouTube 24 horas del Santuario. Los horarios serán los siguientes:

Jueves Santo:
17 h: Misa Vespertina de la Cena del Señor.

Viernes Santo:
17 h: Celebración de la Pasión del Señor.

Sábado Santo:
20 h: Vigilia Pascual.

Domingo de Resurrección:
12 h: Misa Solemne de Pascua.

domingo, 28 de marzo de 2021

Domingo de Ramos, Domingo de Pasión. Por Joaquín Manuel Serrano Vila


Aún en el tiempo de Cuaresma, nos encontramos ya en el Domingo de Ramos, puerta de la Semana Santa y vamos disponiéndonos a celebrar el Triduo Pascual, el cual iniciaremos solemnemente con la misa de la Cena del Señor el Jueves Santo. Sé que este año vuelve a ser un domingo de ramos un tanto triste: la pandemia y una incipiente cuarta ola sigue acechándonos y eso ha obligado a que desde el Arzobispado, pensando en el bien de todos y tratando de evitar aglomeraciones y sus posibles consecuencias, se optara por decretar la supresión de la bendición de palmas y ramos. Nos da mucha pena, ciertamente, pero pensemos que más duro fue aún el domingo de ramos del año pasado y tengamos en cuenta que no es lo central las ramas verdes o secas que traíamos a los templos, sino las personas que en este día queremos tomar conciencia de que nos disponemos a acompañar a Cristo que entra en Jerusalén para llevar a cabo la misión de nuestra redención.

Refiriéndonos al Domingo de Ramos, hablamos siempre de entrada "triunfal"; es cierto, pero ojo, que el verdadero nombre de este Domingo es ''de Ramos en la Pasión del Señor''. Por eso utilizamos el color litúrgico rojo, pues es una fiesta de la Pasión. Toda la semana previa al domingo de ramos la llamamos así: "de Pasión", conscientes de que también Jesús vivía su procesión por dentro sabedor de que subía a Jerusalén a consumar la ofrenda de su propia vida. Los que conocen Tierra Santa saben que existe un templo llamado ''Dominus flevit'' -el Señor lloró- que nos recuerda precisamente esto, que Cristo no daba pasos a ciegas, sino que sabía perfectamente que caminaba hacia la consumación de su misión. Por eso se emociona al ver de lejos Jerusalén: "Al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella." (Lucas 19:41).

Al respecto de las gentes que aclamaban a Jesús, como nos gusta con frecuencia predicar a los sacerdotes en este día para tratar de unir el domingo de ramos con el Viernes Santo, se ha extendido que los mismo que hoy le aclaman serán los que gritarán: "¡crucifícalo!''... Salvo en un sentido metafórico es un poco osado afirmar esto cuando no estábamos allí, pero podemos pensar de otra forma. Jerusalén estaba abarrotada de peregrinos aquellos días, quizás los que pedían la crucifixión eran lugareños y los que le aclamaban peregrinos; fijémonos en algo más evidente: los adultos no somos "inocentes" en nuestros actos y palabras, más los niños sí. Estos son los que corren alrededor de Jesús con palmas y ramos, y ponen mantos en la calzada del camino. Sólo el corazón puro, libre de manipulaciones donde reina la inocencia, es capaz de reconocer al Mesías y salir a su encuentro. 

Acudiendo a la Palabra de Dios de este día, nos encontramos con pasajes que nos presentan tanto la confianza como el abandono del Hijo en el Padre; la carga de incomprensión, sufrimientos y silencios que nos llevan a entender por qué Cristo hace suyas las palabras del Salmo: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”... Benedicto XVI dijo respecto de este texto: “Abandonado por casi todos los suyos, traicionado y renegado por los discípulos, rodeado por los que le insultan, Jesús está bajo el peso aplastante de una misión que debe pasar por la humillación y el aniquilamiento. Por esto grita al Padre y su sufrimiento asume las palabras dolientes del Salmo. No es un grito desesperado, como no lo era el del Salmista que en su súplica recorre un camino atormentado para llegar, finalmente, a una perspectiva de alabanza en la confianza de la victoria divina”.

Se da también el perfecto paralelismo entre la primera lectura del profeta Isaías, donde nos habla del siervo sufriente de Yahvé, y el evangelio de la pasión según San Marcos. No hay forma de vivir verdaderamente la Semana Santa si omitimos, prescindimos o menospreciamos la Pasión. El relato con sus escenas, diálogos y detalles, nos ayudan a vislumbrar que estamos ante un Dios que se abaja haciéndose hombre para elevar y divinizar nuestra humanidad; que se hizo ofrenda perfecta de expiación para librarnos de las tinieblas, el pecado y la muerte. Os invito a releer y saborear lentamente este bello texto. Os lo presento en once puntos desde los cuales poder llevar a la oración:

1. Conspiración de los escribas y sacerdotes. Le traicionamos pero Él nunca falla

2. Unción con el nardo. Cuando estamos a bien 

3. Judas vende a Jesús. Preferimos servir al dinero

4. Última Cena. Cada vez que nos alimenta

5. Oración en el huerto de los olivos. Va llegando la hora

6. Hora del prendimiento. La injusticia de un inocente arrestado

7. Interrogatorio en el Sanedrín. La maldad que quita de en medio lo bueno

8. Negaciones y canto del gallo. Nuestra cobardía al no dar testimonio

9. Ante Pilato. Cuando nos lavamos las manos para no complicarnos la vida

10. Las burlas hacia el Señor. Cuando hablamos mal y permitimos las blasfemias

11. Crucifixión y expiración. Cada vez que pasamos de largo junto a los que sufren

Evangelio Domingo de Ramos - Ciclo B

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (15,1-39):

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

C. Él respondió:

+ «Tú lo dices.»

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Pues ¿qué mal ha hecho?»

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!»

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos.» Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un malhechor.» Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, jesús clamó con voz potente:

+ «Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.»

C. Que significa:

+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, está llamando a Elías.»

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

Palabra del Señor

Vivamos la Semana Santa. Por Rodrigo Huerta Migoya

Celebrar la Semana Santa no es cualquier fiesta ni fecha, sino la principal. Nos adentramos en el corazón del año litúrgico, en el eje de la vida eclesial, en el cimiento sobre el que se asienta nuestra fe. Con el alma purificada queremos acompañar al Señor en el convencimiento de saber detrás de quién vamos, al igual que aquel grupo de personas que con el corazón encendido salieron a su paso entre aclamaciones y vítores de júbilo.

Hemos superado ya la Cuaresma, y hemos de aprovechar con mayor intensidad el espíritu mortificado y penitencial de esos días para adentrarnos en el Triduo Pascual con el interior y el exterior debidamente preparados para entrar a formar parte del cenáculo. Este año no ha sido un domingo de ramos tan triste como el anterior, aunque tampoco con una completa alegría al no haber retomado aún la normalidad previa a la crisis sanitaria. Si la pasada Semana Santa fue "doméstica", ésta será para vivir sólo lo central.

Será una Semana Santa desnuda, despojada de todo aquello que es secundario, limitándonos únicamente a lo esencial; días de paz para hacer nuestra la actitud de María olvidándonos de las inquietudes qué, como le pasaba a Marta, nos hacían más mirar a las cosas del Señor que al Señor de las cosas. Extendamos nuestros mantos al paso del Señor que viene a nosotros una vez más -como cada día- y sepamos descubrirle de nuevo fijándonos sólo en Él. Arrodillémonos como María en su presencia al vernos indignos de tenerlo por Maestro, Huésped y Amigo. Derramemos a sus pies lo mejor de nosotros mismos sin reservarlo sólo para nuestro bien e intereses y compartamos la alegría de su encuentro.

En Navidad quizás cuidamos de forma notable las relaciones familiares por el dicho de las abuelas de que "en navidad no se puede discutir ni reñir". Con mayor motivo hemos de hacer un esfuerzo especial en estas jornadas por sembrar paz, perdón y esperanza entre los nuestros. Abundan por desgracia en demasía los recelos, enfados y disputas en nuestras comunidades parroquiales, religiosas, familia de sangre, hermandades y cofradías por visiones, gustos, sensibilidades y pareceres diferentes olvidando a veces que todos somos una familia plural. Detrás de todo ello siempre anda el maligno, muy satisfecho de distraer nuestra atención y devoción del Señor: no caigamos en su trampa y esforcémonos en favorecer todo lo que sume y no reste; construyamos puentes y tendamos manos a los más lejanos y también a los cercanos, los cuales no dejan de ser hermanos en la fe. Que no puedan decir los de fuera que estamos divididos, sino que desconcertados comenten: ''mirad como se aman''.

Al ver como se presentan estos días siento que estamos ante una gran oportunidad de redescubrir el tesoro que llevamos en las manos. Es como cuando a una imagen bella de Nuestra Señora le empezamos a quitar la aureola, la corona, el rostrillo, el delantal, el manto, las joyas, la peana, los adornos etc. Y bajo todo ello descubrimos la preciosidad de una talla románica que deja a uno aún más deslumbrado que antes. Dejémonos pues emocionar por la esencia de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, que también quiere morir y resucitar en nosotros.

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Como aquella mañana de ramos

No eran los timbales y la trompetería los que recibían a un victorioso ejército tras su triunfo bélico en su última correría. Allí no se cruzaba un arco de triunfo, ni el general montaba su caballo brioso saludando a una muchedumbre entregada. Lo que relatan los evangelios sobre la entrada de Jesús y sus discípulos aquella mañana en Jerusalén, era otra cosa bien distinta. Su cohorte era aquel grupo de apóstoles que mirarían cautelosos tanta algarabía desbocada. Quizás alguno de ellos hasta tuviera recelos por el entusiasmo callejero cuando sabían que al Maestro se le estaba buscando, se le tendían trampas, habían puesto precio a su captura, y aquello era extraño y no cuadraba. Otros, tal vez, se entusiasmaron con tanto entusiasmo y se dejaron llevar por la amable riada. 

No fue un corcel de general romano con mando en plaza, sino un pollino de borrica, humilde donde lo hubiera. Lo había profetizado quinientos años antes el profeta Zacarías. Y el moverse de ramos y palmas, era un modo sincero de recibir a quien por doquier había pasado haciendo el bien a tanta gente, a tantas almas. Hubo ciegos que pudieron asomarse a la luz y dar gracias por los mil colores con los que la vida se pinta en rostros, en paisajes, en amaneceres o en noches estrelladas. Hubo cojos que aprendieron a saltar dando pasos como nunca pudieron para ir por los mis senderos en los que subir o bajar los vericuetos de la vida sin tropezar. Hubo sordos que por primera vez oyeron el susurro del amor, la caricia del afecto hecho palabra, al igual que mudos vieron cómo se les soltaba la lengua y lograban decir bondades, llamar por su nombre a las cosas y dar por tantas cosas su personal gracias. Qué decir de los hambrientos de todas las hambres, de los marginados en tantos descartes, de los señalados con el dedo de sus abusadores. Hasta los muertos fenecidos y sus llorosos seres queridos, quedaron bendecidos por ese Dios de la vida que pasó en su encrucijada haciendo posible la esperanza. Y hubo ancianos que esperaban, y niños que jugueteaban, y novios que se casaban. Para todos tuvo un gesto, una palabra.

Ese era quien entraba aquella mañana en Jerusalén. A su modo aquella gente le daba gracias al reconocer en el Maestro Jesús y en sus amigos discípulos, a quienes pasearon de aquí para allá un motivo para la algazara con los ramos jaleados como aplausos, o las palmas que se hacían alfombras para tan inesperada llegada. Toda una vida de entrega, con palabras de ternura acogedora, con gestos de autoridad no autoritaria, con verdades que abrían a la luz denunciando las mentiras y las trampas. Fue mucho el bien que se hizo en aquellos inolvidables tres años, y esto explica el regocijo rendido de las gentes sencillas que vieron llegar a Jesús montado en aquel pollino de borrica. Pero si era la victoria de la bondad, de la belleza y de la verdad lo que en aquel cortejo se identificaba y se congratulaba, era un ensayo general de otra victoria aún mayor, infinitamente más grande que estaba por llegar al final de aquella semana grande, en aquella primera Semana Santa.

 Nosotros nos adentramos en lo que en estos días rememoramos dos mil años después, y lo hacemos en medio de la circunstancia que nos obliga a reinventarnos por fuera con las medidas que nos confinan y parapetan tras las fronteras invisibles que impone la pandemia, mientras nos fortalecemos por dentro aprendiendo a profundizar en el significado cristiano de unos días de gracia, en los que aquel Jesús vuelve a pasar humildemente para ganarnos para su causa que no es otra que la dicha bienaventurada que con su triunfo de la muerte y del sinsentido, vino Él a regalarnos con su pascua. 

Procesiones por dentro cuando las procesiones por fuera tampoco este año tocan. Dios sabe lo que en el corazón y las entrañas palpita y sueña, sufre y calla, espera y canta. Vivir estos días con Jesús y con la oración de la liturgia de la Iglesia para entrar victoriosos en la florida pascua que al final nos aguarda. 

+ Jesús Sanz Montes, 
Arzobispo de Oviedo

jueves, 25 de marzo de 2021

Sor Jacinta, la última franciscana de la Villa. Por Rodrigo Huerta Migoya

Otro duro revés para una familia religiosa muy querida en Asturias: las Franciscanas del Buen Consejo; apenas hace un mes lloraban la muerte de Sor Albina, ahora también la de la buena de Sor Jacinta. Ya ha unido su canto al "laudato sí" del Padre San Francisco: ''loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar... bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal''. Qué dicha tener el alma tan desprendida de las cosas de este mundo para atreverse a enfocar la muerte cara a cara diciendo como el Povorello: ''¡bienvenida hermana!''.

Al hablar de Sor Jacinta, bien estaría decir que supo ser una auténtica religiosa del Seminario, ¿pero cómo llegaron estas hermanas a un edificio pensado para hombres? Es cierto que la Congregación cuando vio la luz en 1896 no se inició con la pluralidad de las misiones que abarca ahora en la actualidad este carisma. Y es que con el paso del tiempo se fueron ampliando los campos de su apostolado. Lo cierto es que en el corazón de la Madre fundadora, los sacerdotes y los seminaristas ocupaban un lugar muy importante de sus plegarias. Nace este carisma en Astorga, muy cerca del Seminario donde Teresa Rodón Asencio empieza a recoger niñas huérfanas a las que instruye. Llanes también fue una de las primeras fundaciones de la Congregación aún en vida de la fundadora. Con el paso de los años empezaron a ser requeridas para escuelas dominicales, hospitales, asilos, y, de forma más concreta, para muchos seminarios: Astorga, Ciudad Real, Pamplona, y ya no digamos en Oviedo donde las monjas fueron las primeras en estrenar el magnífico edificio del Prau Picón.

Años después se establecen varias comunidades en la zona de Pravia y también en Villaviciosa, donde gestionaron muchos años la Residencia de Nuestra Señora del Portal, en ese bello edificio que aún conserva parte de la esencia de aquel convento franciscano llamado Seminario Misionero de San Juan de Capistrano. Con ellas se reforzó la presencia de la familia franciscana en esta localidad, cuya historia está inseparablemente unida al espíritu de San Francisco.

En esta preciosa localidad, a la que Don Gabino Díaz Merchán definía como uno de los reductos católicos del Principado, nació esta noble mujer, recibiendo las aguas del bautismo en la parroquia de Santa María. Allí entre novenas del Portal, de San Francisco, la Porciúncula o Santa Clara, creció nuestra Hermana entre los rígidos sermones de D. Pedro de la Fuente Junco y los cantares del Organista-Coadjutor, D. Manuel Arce. Sor Jacinta siempre estuvo muy enamorada de su pueblo y sus costumbres.

Ingresó muy joven en la Congregación con aquella primera comunidad de Franciscanas del Buen Consejo que supuso un vergel vocacional para ésta. Cuando los párrocos llevaban muchachos al seminario, también alguna chica entraba en él de mano de su párroco, de su hermano seminarista o de otra chica que dejando el pueblo para ir a Oviedo conocía a estas alegres religiosas. No procedía nuestra maliaya de una familia indiferente, sino tan religiosa que uno de sus primos ingresó en la Compañía de Jesús: el P. José Manuel Alonso Busto S.J., al que tantas veces ella visitó entre 1990 a 1998 cuando éste estuvo destinado en el ''Coetus'' de los jesuitas de Tremañes.

Ya desde el noviciado gozó de muy poca salud, y ésta se agravó las pocas ocasiones en que se la destinó fuera del Principado. Sor Jacinta no podía vivir fuera de Asturias como un pez no puede vivir fuera del agua. Toda su vida de religiosa franciscana tuvo por único destino el Seminario Metropolitano de Oviedo: cocina, limpieza, lavanderías, sacristías... incluso cuidó ahí a su anciana madre hasta el final de sus días.

Las vacaciones también las pasaba en su pueblo en los días próximos a la novena de la Portalina, saboreando así los días grandes de su tierra chica. Nunca iba sola, le encantaba que hermanas de la Congregación fueran a pasar esos días estivales con ella compartiendo distracción y devoción, devolviéndole a Villaviciosa -aunque fuera por pocos días- la presencia de las hijas de Madre Teresa Rondón, tan queridas en ese lugar.

Sintió mucho el fin de la presencia de las Franciscanas en su pueblo, más aún cuando el motivo no fue la falta de personal, sino, como casi siempre, intereses ajenos económicos o políticos, que vinieron en considerar que ya nada pintaban unas monjas en un edificio municipal. Fuera como fuese, su recuerdo sigue vivo en el corazón de las gentes de la Villa en figuras tan señeras que por allí pasaron como la recordada Sor Puy.

Sor Jacinta era una mujer positiva, sonriente y con ese salero propio de las buenas gentes de la comarca de la sidra. Le encantaban los cuentos en bable y los chistes costumbristas; alguno que otro intercambiamos. Me viene a la cabeza uno que a ella le encantaba que le recitara: ''Un asturianu en Madrid'', de las historietas de Pinón, Telva y Pinín, del gran Alfonso Iglesias. Siempre se ha dicho que el humor y la risa son muy valoradas entre los hijos de San Francisco, Sor Jacinta hacía gala de ello. Le encantaban las anécdotas graciosas de seminaristas, monjas y curas; se las sabía todas. Como cuando fueron en peregrinación al Santuario de Nuestra Señora del Buen Consejo en Genazzano (Italia) un buen número de religiosas de la Congregación, y al sentarse en una terraza frente a la Iglesia de la Virgen, el camarero salió y les preguntó -pensando que pedirían lo que acostumbran los turistas- ¿Cappuccino?, y "una monja" asturiana despistada respondió: ''no fiu", nosotras Franciscanas del Buen Consejo''.

Los años no perdonan y la salud fue presentando nuevos achaques que la obligaban a visitar de vez en cuando el hospital, siempre cuidada y acompañada por sus hermanas de comunidad, pendientes de ella en todo. Fue madre, amiga y abuela de muchísimas generaciones de seminaristas mayores y menores que por esa gran casa del Seminario Metropolitano pasaron. Siempre Con Francisco de Asís por compañero, con Jesús que es camino y es verdad, con tu ayuda Madre del Buen Consejo...

Creo que la última religiosa fallecida en la Comunidad del Seminario fue la buena y entrañable de Sor Fe. A Sor Jacinta, como no podía ser de otra forma, se la ha velado y despedido en la Capilla Mayor del Seminario; sin embargo, como ya explicamos, la llamaba tanto su tierra que sus restos mortales no descansarán en el panteón que las religiosas del Seminario tienen en el cementerio del Salvador, sino que aguardará la resurrección de la carne en el cementerio parroquial de Villaviciosa, donde ya reposan otras buenas Franciscanas del Buen Consejo. 

Resume la espera de la Parusía el deseado anhelo de la Madre fundadora: ''¡Oh mi divino Jesús!, ven a mi corazón no tardes más''. 

Descansa en Paz Sor Jacinta: madre, hermana, amiga.

El anuncio de Dios a María. Por Fray Manuel Santos Sánchez O.P.

(dominicos.org) María recibe la noticia más importante de toda la historia de la humanidad. La noticia de que Dios, por amor, va a enviar hasta nosotros, a nuestra tierra, a su Hijo Jesús. Quiere que llegue a modo humano, concebido en el seno de una mujer y por obra del Espíritu Santo. Y Dios elige a María para ser la madre de Jesús. En un primer momento, como no podía ser menos, María se llenó de un gran asombro, de un asombro positivo. Dios le pedía, ni más ni menos, que ser la madre de su Hijo. María, ante las explicaciones del ángel Gabriel, aceptó la oferta de Dios. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Durante nueve meses tuvo la ilusión de dejar nacer en su seno a su propio hijo, al hijo de Dios. Durante el resto de la vida de su Hijo, siempre, como buena madre, le llevó en su corazón. Cuando Jesús fue presentado en el Templo, les recibió Simeón y dijo a María, su madre: “Está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; una espada atravesará tu alma, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones”. Cuando Jesús empezó su vida pública, a predicar su buena noticia del reino de Dios, se cumplieron las palabras de Simeón. Ciertamente una espada atravesó el alma de María, al ver que su Hijo era signo de contradicción, al ver que algunos le rechazaban y que su rechazo fue tan fuerte que le clavaron en la cruz. Cran dolor para María. Pero María siempre disfrutó del cariño, del amor de su Hijo, a la vez que Hijo de Dios. Su corazón se ensanchaba cuando veía que también mucha gente aceptaba a su Hijo, le escuchaba, le seguía… y le reconocían como su Salvador.

María, también nuestra madre, da un paso en favor nuestro. Nos ofrece que también nosotros, como ella, dejemos nacer en nuestros corazones a Jesús. Porque Jesús ha venido hasta nosotros para eso, para adentrarse y adueñarse de nuestro corazón, por lo que podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”.

En este día especial, alegrémonos con María porque el Señor ha hecho maravillas en ella, la ha hecho Madre de su Hijo. Y demos gracias a Dios porque Jesús, el Hijo de Dios, también quiere nacer en nuestros corazones. Nadie mejor que él que sea el Dueño de nuestro corazón.

El autor es Religioso del Convento de Santo Domingo de Guzmán de Oviedo

''Semellum'': In memoriam D. Silverio Rodríguez Zapico, Sacerdote pascual. Por Rodrigo Huerta Migoya

El pasado martes 9 de marzo ojeando el evangelio del día, eché también un vistazo al texto de la Palabra de Dios para el cercano domingo. No pude evitar recordar a D. Silverio al descubrir que se trataba del diálogo de Jesús con Nicodemo, el mismo evangelio de la fiesta de la Exaltación de la Cruz, última vez que le ví y pude conversar con él. Y es que no podré olvidar una de esas magníficas homilías suyas un 14 de septiembre cuando empezó su prédica con esta palabra: Seguro que muchos están pensando ¡Ya está aquí la serpiente de bronce!. Qué cosas, la lectura del día en que Don Silverio recibe sepultura es precisamente el relato del Libro de los Números sobre la serpiente de bronce. El sábado, en una de las llamadas que recibí con motivo de mi santo, un sacerdote me dio la triste noticia: Don Silverio se está muriendo. En las misas del fin de semana no pude quitarle de mi mente mientras me decía a mi mismo ¡Ya está aquí! -no la serpiente de bronce- sino el último viaje!.

La vida de Don Silverio ha sido un icono pintado por la gracia propia de un hombre que ha sabido beber de la espiritualidad, la liturgia: ¡la teología!... Nacido en Ciaño al cobijo del manto de la Patrona de Langreo, Nuestra Señora del Carbayu a la que ya su hermano mayor Senén le cantaba de niño en aquellos antiquísimos gozos: ''En este templo sois venerada, /Virgen Sagrada, con devoción...//Al fin pedimos Madre amorosa/ nos deis piadosa la bendición''. 

Fue un alumno brillante; de su curso dos fueron designados para ir ampliar estudios a Salamanca antes incluso de recibir la ordenación presbiteral; allá fueron él y su inseparable condiscípulo D. José Manuel García Rodríguez. Salamanca marcó a Don Silverio, aunque más aún el estilo francés del que tanto aprendió en sus estancias en tierra gala. Recuerdo sus celebraciones siempre con su cogulla al estilo benedictino de Solesmes. Don Silverio era un sabio teórico que disfrutaba con paraliturgias de las que se empapó del Centro de Pastoral litúrgica de Barcelona. Tenía gran admiración por los pastoralistas catalanes, a los cuales se asomaba en sus vacaciones ya siendo sacerdote una vez que sus padres decidieron vender la casa de veraneo que tenían en Carreño. En Salamanca hizo gran amistad con el profesor Casiano Floristán Samanes, junto al cual publicó -siendo aún diácono en 1964- un opúsculo en la editorial Propaganda Popular Católica titulada ''Los grandes temas de la Constitución sobre la Liturgia''. 

Todos sus compañeros de curso se ordenaron el día de San Pedro y San Pablo en la Iglesia parroquial de San Nicolás de Bari de Avilés; D. Silverio, por su parte, recibió la ordenación sacerdotal días después en la iglesia parroquial de Sama por manos del entonces obispo de Cuenca, Monseñor Inocencio Rodríguez Díez, amigo de la familia al que conocían de sus años de sacerdote diocesano en León cuando únicamente era Don Chencho. Gijón fue el primer y único amor, y es que algo tiene la Villa de Jovellanos que tanto atrae a los de la Cuenca. Aquí llegó en un lejano 1965 para no marchar ya más. 

El primer destino fue como coadjutor de San Lorenzo, a la vera de aquel agudo y renombrado párroco oriundo de la levítica feligresía de Naraval, D. Manuel Álvarez Menéndez. Ahí vivió el joven presbítero el efervescente postconcilio que tanto revuelo ocasionó en aquella señorial feligresía. El titular de la Plaza viendo que se avecinaba "temporal" se tomó un año sabático dejando al coadjutor al frente de la aplicación y adaptación del templo al modelo del Vaticano II. Nada se hizo sin consentimiento del Párroco, pero el pobre Coadjutor cargaría con la culpa de por vida de haber sido quien quitó los santos y los retablos de aquella catedralina gijonesa. No hace tantos años, en una concelebración a la que acudía Don Silverio, una beata le comentaba a otra tras un codazo: "mira, ahí va el cabrito que nos tiró los retablos". Aparte de aquellos disgutillos Don Silverio fue feliz en San Lorenzo, e incluso muchos estaban convencidos de que sería el futuro párroco de ésta, algo que finalmente no ocurrió. 

A D. Silverio le apasionaba el arte vanguardista, pero era tan moderno que incluso en una ciudad tan abierta como Gijón aquello chocaba un poco. Ahí está el conjunto escultórico del Resucitado que preside el baptisterio de San Lorenzo, en el lugar que antes ocupaba un retablo. La gente del barrio cuando lo vio no le gustó nada por mucho que el sacerdote explicaba que su autor era Rubio Camín, el cual sería muy valorado en un futuro, y toda la catequesis que el joven sacerdote desarrollaba sobre el relieve -el cuál definía como ''Piedad horizontal teológicamente preciosa'' no sirvió de mucho; los gijoneses, que a veces somos más bien gijonudos, le acuñaron por mote a la nueva talla ''la madreñona''. Tampoco hubo suerte con el baptisterio postconciliar que se diseñó para San Lorenzo, ni con el resucitado que colocó para presidir el templo de la nueva Parroquia, al que algunos vecinos que esperaban la talla de un resucitado más clásico definieron -para enfado del cura- como ''la sirenita'', y es que aquel arte aún estaba a años luz de lo que entonces se entendía por tal. Aún así el Párroco siguió fiel a su estilo con esa cita de Dostoyevski clavada en sus ideales: "la belleza salvará al mundo".

Llega un nuevo Arzobispo a la diócesis y la iglesia de San Lorenzo acogerá el primer acto oficial del Prelado en la que ya era la población mayor de ésta. Monseñor Gabino Díaz Merchán dará a Don Silverio -que en aquella celebración ejerció de ceremoniero- su segundo y último destino pastoral: crear una nueva parroquia en la zona del barrio de Laviada de Gijón.

Don Silverio se dejó la piel y el alma en esta nueva misión, hasta el punto que a día de hoy la parroquia de la Resurrección no se entiende sin el estilo e impronta propia que le diera su primer y único sacerdote hasta la fecha. 

Hasta el nombre de la Parroquia fue elegido por él, consciente de que todo brota de la Pascua, o como nos recordó el Vaticano II: ''Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin'' (GS 38). 

El barrio de Laviada, en su parte más primitiva conocida por los playos como "barriu del Parrochu", fue el lugar donde Dios quiso poner su casa y hacerse un vecino más por medio de las grandes y alargadas manos de D. Silverio. También fueron muchos años de provisionalidad en un bajo humilde en la calle Pola de Siero.

La docencia ha sido otra de sus pasiones, no sólo como profesor de religión en institutos de Gijón, sino, sobre todo, enseñando la asignatura de "sacramentología" en el Seminario Metropolitano. Monseñor Sanz le nombró con acierto Delegado Episcopal para las Relaciones Interconfesionales, y es que Don Silverio tenía un gran espíritu ecuménico.

Gran orador; he de reconocer que al igual que todos los curas de su quinta, sus predicaciones eran soberbias. Recuerdo "un Cristo" en Candás en que nos regaló una homilía de esas que no tienen desperdicio; al terminar la celebración uno de los concelebrantes que otros años aprovechaba la homilía para echar un "pigacin" definió la altura del sermón: "enhorabuena Silverio, ye la primera vez en muchos años que non me duermo en la homilía''. 

Era un gran devoto del Santo Cristo de Candás por aquellos años de su infancia en que sus padres tenían casa en La Formiga, en los límites de las parroquias de Perlora y Candás. Por ello los veranos correteaba entre Candás y Perlora, incluso llegó a ser monaguillo de D. Celestino -"Panchulo"- del que se decía que por no ser muy inteligente no llegó a obtener el título de párroco de Perlora a la que aspiraba, obteniendo finalmente en la oposición a curatos la plaza en san Román de Candamo.

Su padre llegó a tener mucha amistad con D. Manuel Peláez, del que decía "no hay cura que confiese como él"; aquello a Silverio le hacía gracia a la vez que le daba cierto coraje, por lo que añadía: "papá, tienes dos hijos curas y nunca te has confesado con ellos".

Sacerdote muy abierto para muchas cosas como era el Sacramento de la penitencia, compartía las visiones aperturistas de la Iglesia y en especial la línea pastoral del arzobispo Merchán. Con los años creo que D. Silverio fue madurando hasta el punto de reconocer que la Iglesia vivía aún de las rentas de los curas antiguos de confesionario y recordatorio de los días de precepto. Sufría cuando había descuido por el templo, gente hablando o poca participación. Mimaba mucho lo celebrativo en los cultos ensayando con antelación los cantos que iban a ser entonados en la santa misa.

Quiso construir en el barrio de Laviada el tipo de Iglesia moderna, conciliar y ecuménica que escondían su corazón y su mente. Sus escritos y reflexiones publicados en tantísimas hojas parroquiales dan testimonio de la altura intelectual de este hombre que con sus aciertos y fallos -como todos- hizo sencillamente aquello que se le había encargado. Muchos consideran que el error fue dejar a Don Silverio "eternizado" en ese humilde barrio de Gijón, más cuando se echan raíces en un lugar aunque te presenten otros mejores, para uno siempre son más feos que el propio. 

A pesar de tener dos comunidades religiosas dentro del territorio de la Parroquia -las Madres de Desamparados de San José de la Montaña del Colegio Virgen Reina, y las Terciarias Capuchinas del Albergue Covadonga- Don Silverio siempre se apoyó en los laicos, pues las religiosas tenían ya mucho trabajo, tanto en el colegio como en el Albergue.

Recientemente se ha publicado un libro sobre la historia del barrio; no he tenido la suerte de leerlo, más considero de justicia que se haya incluido el nombre del primer, único, y seguramente último sacerdote "in situ" que ha tenido Laviada. El gran "miedo" que tenía D. Silverio era precisamente por el futuro de la Parroquia, así entiendo su decisión de continuar al frente de ella hasta el último momento. Ya hacía años que tenía problemas de vista y desde hacía más de un año su salud estaba muy quebrada para seguir trabajando; sin embargo, creo que para él hubiera sido mucho peor jubilarse y ver que su querida parroquia era absorbida, fusionada o incluida en una Unidad Pastoral... Hacía años que se hablaba de que ya no tenía sentido mantener dos parroquias tan próximas y la posibilidad de unir ''aeque principaliter'' las parroquias del Espíritu Santo y la Resurrección; esto siempre estuvo entre sus temores. 

Aún pudo celebrar las bodas de oro de la Parroquia con la emoción añadida de quién se ve frágil y barrunta próxima la partida. La muerte de su hermano D. Senén fue un durísimo golpe para él que seguramente aceleró el ritmo de su propio final. Aún esperaba sacar fuerzas para poder celebrar el funeral de su hermano mayor, pendiente aún al encontrarse el mes pasado tantos municipios perimetrados. Al final y en cierto modo, el Señor le ha permitido partir como él quería, en Gijón, cerca de su gente y siendo no ya un jubilado, sino manteniendo la plaza. Con él muere también un estilo, pero como el grano que cae en tierra y muere, deja un legado de mucho fruto. Sería bueno para la comunidad parroquial recabar los numerosos escritos de D. Silverio a lo largo de toda una vida de sabio pastor a pie de barrio. 

Se tomó con mucho interés su papel de Delegado Episcopal de Ecumenismo y Relaciones Interconfesionales. Promovió encuentros incluso con las comunidades islámicas de Asturias; fue para él una alegría recibir este nombramiento cuando tanto había estudiado y leído al respecto a lo largo de toda su vida en autores para él tan valorados como Gardiner, Yves Congar o Roger Schutz. Un ecumenismo que ya no era aquel «oikoumenē» de las conquistas romanas al considerar Roma haber logrado la unidad sometiendo todos los territorios que podían, sino que este ecumenismo del que tanto predicó Don Silverio era más bien el οἰκουμένη de los antiguos griegos, que así llamaban a la tierra habitada. El anhelo ecumenico es, precisamente, que la Iglesia sea la tierra, el hogar y la única morada de todos los que creemos en Cristo. Ese fue el deseo del Señor en su oración sacerdotal las horas previas a su Pasión afirmando: ''Padre este es mi deseo''; completando más adelante: ''que todos sean uno''. 
 
Recuerdo mi último saludo cuando le pregunté: ''Don Silverio, ¿qué tal por la Resurrección?'', y me respondió: ''Rodri, por la Resurrección es imposible estar mal, pues estar en la Resurrección es ya vivir mortalmente la esperanza de lo que habrá de venir''... He sentido mucho su muerte, la crueldad con la que la enfermedad hizo prisionero su alto y robusto cuerpo de antaño; lo mucho que habrá padecido también mentalmente viéndose morir con tantas cosas aún pendientes de concluir, no sin el permanente auxilio de su buen y leal escudero, Vicente (Tente). Quizás ya había sido grande el calvario, y por eso ha querido el Señor que la fiesta de las fiestas cuyo domingo da nombre a su Parroquia la celebre ya libre -como diría Santa Teresa- ''de estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida''. 

A Don Silverio le gustaba decir que ''la muerte siempre nos sorprende y su visita jamás coincide con nuestra agenda''. Y añadía también algo más que demostraba su madurez para el final: ''todos aspiramos a transparecer y transcender'', comunicar a los demás que Cristo ha resucitado y confiar que algún día resucitaremos con Él. Toda la existencia de este buen sacerdote gijonés nacido en Langreo, ha sido esto: un canto pascual. En tí -D. Silverio- que apacentaste las ovejas del Señor, se hacen verdad las palabras de la liturgia exequial: ''No temas, hermano, Cristo murió por ti y en su resurrección fuiste salvado''.

D. E. P. 

martes, 23 de marzo de 2021

Santoral del día: Santo Toribio de Mogrovejo

(COPE) Ya resalta el Señor en el Evangelio aquello de que debemos cuidar a los más pequeños porque los Ángeles del Cielo ven el rostro del Padre Celestial. Hoy conmemoramos a Santo Toribio de Mogrovejo. Este vallisoletano de nacimiento, concretamente en 1538, sería un gran evangelizador en las tierras del Nuevo Continente.

Ordenado sacerdote, fue estudioso del Derecho – y muy particularmente el Canónico -, pasó por universidades y lugares tan afamados como Salamanca, Santiago de Compostela y Coimbra, todos ellos ciudades universitarias de gran prestigio. Tras dos años en el delicado cargo de estar en la Inquisición de Granada, es designado como Obispo en la Sede de Lima. Consagrado en la Catedral Hispalense, se incorpora a Perú en un momento con graves dificultades.

Esto no le aparta de su Ministerio caracterizado por la prudencia y la capacidad de unir a todos en bien del Reino, desgastándose por los indios y nativos de aquellas tierras, con los que mantuvo siempre una estrecha unidad en la Fe y en la vida. Convocó diversos concilios y, con no pocos aprietos trató de aplicar las conclusiones del Concilio de Trento.Tampoco se puede olvidar su aprendizaje del quechua para entenderse con los indios, o la redacción de un Catecismo en quechua y castellano.

Destacable fue, igualmente, su atención a los bautizados que provenían del mundo pagano. Su celo por las almas le llevó a enfrentarse en multitud de ocasiones con las autoridades civiles, lo cual no le minó en su defensa del Evangelio de Cristo. Antes bien, fue ese heraldo que proclamó la Buena Nueva a todos los pobres. Muere en 1606, atendido por uno de sus propios misioneros cuando hacía una visita pastoral.

«Hemos pecado de ofrecer un cristianismo de valores, sin rostro»: entrevista al obispo Luis Argüello

(Rel.) Luis Argüello, desde 2018 portavoz de la Conferencia Episcopal y desde 2016 obispo auxiliar de Valladolid, es entrevistado en profundidad en El Debate por José María Sánchez Galera. Habla con libertad y bastante autocrítica de la situación de los católicos y la cultura católica en España y en el mundo.

Él, que es el rostro de la Iglesia española ante la prensa, admite precisamente, en esa entrevista: "hemos pecado de ofrecer un cristianismo de valores sin rostro".

"Se ha producido un repliegue por parte de los católicos", explica. "Quizá es el resultado de una inercia en la manera de vivir la fe, ya en el rincón de la privatización confortable o en la plaza del testimonio de unos valores, compartidos con nuestros conciudadanos, pero sin presentar su fuente o bien renunciando a una propuesta cristiana al pensar que la fe ofrece «motivación» o sentido para vivir, pero no un pensamiento y formas de vida propias".

Para vivir como cristianos hoy, cita la propuesta del Concilio Vaticano II, que resume como:

- volver a las fuentes, Palabra y Sacramento;

- recuperar la iniciación cristiana, Palabra, Liturgia y Vida Nueva

- vivir el seguimiento de Cristo como vocación y en comunidad

- ser Iglesia en el mundo sembrando «gérmenes y diseños del Reino de Dios»

Argüello añade: "estamos llamados a «estar en el mundo, sin ser del mundo para transformar el mundo». La mundanidad está en el corazón herido por el pecado y en poner la esperanza de la evangelización en «el poder» y no en la gracia. Es imprescindible cultivar la vida de gracia y ofrecer, en gratuidad, un testimonio encarnado de vida evangélica y de la doctrina social de la Iglesia en ambientes e instituciones".

A la hora de concretar ese "testimonio visible" señala las "familias abiertas a la vida que se agrupan en «familia de familias», comprometidas con el bien común desde las relaciones naturales que se dan en la vecindad".

Una minoría, pero "en permanente salida"

Argüello ya da por supuesto que los católicos hoy son "un pueblo entre los pueblos y además minoritario desde el punto de vista de la incidencia cultural. Por eso, nuestra referencia para evangelizar es la primera navegación de la Iglesia: una minoría martirial en permanente salida".

Además, advierte que "la Modernidad antropocéntrica es incapaz de superarse a sí misma sin renunciar al humanismo en propuestas «transhumanistas»". Ante este peligro, el teocentrismo es una intuición protectora para el hombre.

Preguntado por la falta de belleza en el arte y los edificios cristianos modernos, lo atribuye a "el espíritu de la época, ausencia de misterio y funcionalismo, además de la prisa". Pero añade que "algunas de las nuevas realidades eclesiales sí están siendo capaces de diseñar espacios, componer música y crear iconos que ayudan al encuentro con la belleza".

¿Hace buen uso la Iglesia española de sus numerosas universidades, radios, medios culturales...?, le preguntan.

"Seguramente hemos pecado de dispersión y de ofrecer un cristianismo de valores sin rostro", admite. "Creo que hoy somos muy conscientes de esta carencia y se está produciendo un giro. Este se da con lentitud, pues estas instituciones, algunas muy grandes, han generado inercias e intereses empresariales que dificultan una renovación más ágil".

Criticar a los obispos... ¿desde lejos o desde cerca?

Sobre los que critican la ineficacia de los obispos, o su mala gestión, distingue entre los que lo hacen "desde lejos a través de medios de comunicación, sobre todo las redes sociales" y los que lo hacen "más de cerca en el camino compartido en el día a día".

Después añade que el Papa "nos empuja a un camino sinodal que reclama un crecimiento en la escucha, en el discernimiento compartido y la acción apostólica".

Sobre las escuelas empresariales con un origen católico, señala que no basta "una leve pátina de valores cristianos, muchas veces dirigida solo al sujeto y no a los conocimientos científicos". Pide una "visión católica de la economía o de la empresa. No es suficiente formar personas, si se acepta de manera acrítica el entramado institucional del «capitalismo neoliberal»", y discernir desde "la Palabra y la Doctrina Social de la Iglesia".

Señala que si antaño el catolicismo generó "cooperativas y periódicos y mutualidades" y después se dejó de hacer es porque "se fue perdiendo la importancia de formar personas. Sin cooperativistas no hay cooperativas".

Y añade: "si nos planteamos una batalla cultural solo de ideas, y las formas de vida de los «ideólogos» no ofrecen una novedad, la guerra está perdida de antemano".

¿Qué tienen de cristiano las universidades cristianas?

"¿Cuánto sabe de Cristo, o de los Padres de la Iglesia, el alumno que obtiene un grado, máster, doctorado en una universidad católica?", pregunta El Debate, digital cercano a las universidades San Pablo CEU.

"Respetamos los diseños curriculares que ofrece la Administración pública sin enriquecerlos con nuestra propuesta. Seguimos pensando en un cristianismo transcendental que ofrece motivación y cierto sentido, y nos cuesta acoger una propuesta categorial que ensanche la razón y ofrezca paradigmas y contenidos a la búsqueda de la verdad y del saber", responde el obispo.

Sobre los seminarios, considera "un tópico de los años 70" decir que se estudie más Kierkegaard o ecologismo que "los Padres, el Demonio y las Postrimerías". Eso ya no sería así.

Y sobre los profesores de religión en las escuelas, admite que aunque realizan "un gran esfuerzo", "tienen que ganarse los alumnos cada año" y eso implica "el riesgo de rebajar exigencias para mantener o incrementar el alumnado".

Añade que la clase de religión en la escuela "es complementaria con la catequesis parroquial y no la suple. Precisamos una mayor colaboración entre la escuela y la parroquia con la familia".