Páginas

lunes, 13 de julio de 2020

Porque sumamos por todos y para todos

(C.E. E.) Están siendo meses de mucho dolor, de mucho sufrimiento. Nadie esperaba que la prueba para este tiempo fuese esta y fuese tan dura. Podríamos haber imaginado una guerra, seguro el sufrimiento de otros al que, por cierto, nos hemos acostumbrado, veíamos unos nubarrones económicos en el horizonte, que hasta que no llegan no son tormenta. Siempre sufren los más débiles, los que menos tienen. Nadie podría aventurar la cruz que estamos todavía padeciendo.

En medio de tanta aflicción está la Iglesia. Todos los centros que ella ofrece habitualmente a la sociedad permanecen abiertos. No han cerrado sus puertas ni en los peores episodios. En algún momento, en los primeros días de confinamiento y cuarentena, corrieron algunas imágenes por las redes sociales sobre el tipo de encierro, y dónde podría ser, de los “sin hogar”. No solo no tienen un techo donde cobijarse, no tienen el calor de abrir la puerta y poder decir: «Ya estoy aquí». Esos han sido acogidos por la Iglesia. Ellos han encontrado en ella su hogar, el lugar donde los esperaban. Eso significa que las decenas de miles de voluntarios también han continuado con su labor de generosidad.

Algunos se apartaron en el primer momento para evitar el posible contagio, pero otros han seguido. Ha habido diócesis que han tenido que pedir ayuda y pedir generosidad para que se incorporaran nuevos voluntarios. Tampoco ha cesado la atención cuidada y generosa en los centros de atención y acogida a drogodependientes. Son muy vulnerables, y de la atención que se les dispensa depende también su rehabilitación y su nueva integración en la sociedad. Es una dolorosa espada clavada en el corazón de nuestra sociedad la de las mujeres víctimas de la trata, de explotación sexual o de la violencia. Tampoco ahí la Iglesia se ha detenido.

Además de todo ello, ¡hay tanta gente necesitada de esperanza! Los sacerdotes y su entrega han brillado especialmente en este tiempo. Se ha puesto la creatividad a funcionar porque era necesaria, vital. Ha habido multitud de iniciativas para ofrecer la misa diaria utilizando las nuevas tecnologías. Se han creado infinidad de mensajes ofreciendo apoyo y esperanza. Es emblemática la imagen del sacerdote sentado en una silla, y circundado por unos conos de tráfico, es decir, manteniendo y cumpliendo las indicaciones de las autoridades, y cómo iba ofreciendo el sacramento de la confesión o un tiempo de escucha. Muchas iglesias han permanecido abiertas porque había que cuidar el cuerpo, pero también el alma, que, sin esperanza, muere. Hay una esperanza primera, la que nos dice que vamos a salir de esta situación y, después de ella, recupera- remos una vida normalizada, y la esperanza que va más allá, que nos asegura una vida en plenitud. Esa esperanza está bien fundada en Dios. Iglesias abiertas, sacerdotes al servicio de todos para seguir ofreciendo los sacramentos, para escuchar, para aconsejar, para, con humildad, ser luz y consuelo, apoyo y esperanza.

Solo hay una razón que hace posible toda esta labor: la generosidad. Generosidad de tantas personas como han ofrecido y siguen ofreciendo su tiempo, sus cualidades, lo poco o mucho que tienen. Miles de voluntarios, religiosos y religiosas, sacerdotes, todos; y siempre más allá de lo que la razón humana nos puede señalar. El vértice ha sido nuestro sistema sanitario. Gracias. Pero, y con ellos, muchísimas más personas que han entregado su vida cuando la sociedad más lo estaba necesitando. Vamos a rezar y a dar gracias por tantas personas como nos han ofrecido el bello rostro de la humanidad. También vamos a rezar por los que han fallecido porque se han visto contagiados. Dios sabe ser buen pagador. En él confiamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario