Páginas

sábado, 9 de mayo de 2020

San Juan de Ávila. Por Monseñor Demetrio Fernández

Hace 451 años moría en Montilla san Juan de Ávila. Cada año por el 10 de mayo acudimos junto a su sepulcro para celebrar su fiesta solemne en la basílica que lleva su nombre, y a lo largo del año no dejan de pasar obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, en grupos de familias o de parroquias, que peregrinan hasta el sepulcro del Maestro de santos.

Este año nos encontramos sumergidos en una situación especial, y especial será la celebración de la fiesta de san Juan de Ávila. Normalmente es un día de encuentro de los sacerdotes de la diócesis de Córdoba, a los que unen otros que son gozosamente acogidos.

Solemos rendir homenaje a los que celebran 25 y 50 años de sacerdocio (bodas de plata y oro), y es un momento festivo de convivencia entre todos. En estos últimos años, nos ha presidido alguna personalidad eclesiástica relevante, que nos une a la universalidad de la Iglesia y nos abre horizontes.

La página web sanjuandeavila.net/sja2020 nos trae abundante material y recursos para hacer un «viaje» hasta Montilla y visitar los distintos lugares avilistas. Os invito a entrar en ella. Encontraréis textos bien traídos, videos del año jubilar y de cada lugar, una novena para este año especial. La diócesis de Córdoba se siente en la obligación de difundir esta figura eclesial para conocimiento universal y para provecho de todos. Y se une a otras tantas diócesis vecinas, en las que san Juan de Ávila ejerció importante influjo, en la que dejó huella profunda. Ante su fiesta, destacaría de san Juan de Ávila:

–Su profundo amor a Jesucristo. El toque de la gracia vivido en Salamanca a los 18 años le hace cambiar de rumbo en su vida, el largo periodo de retiro en Almodóvar su pueblo, la experiencia de la cárcel en Sevilla, etc. le han ido puliendo su corazón en gran sintonía con los sentimientos de Cristo. Todo ello alimentado con una devoción grande a la Eucaristía, con largas horas de adoración, su amor a la Cruz, o mejor, a Cristo crucificado.

Acercándose a él, constatamos que vive muy identificado con Cristo y nos hace mucho bien. Tiene páginas de una profundidad mística, que expresan no sólo la cultura adquirida sino la experiencia fuerte de un encuentro con Jesucristo que ha sido creciente a lo largo de su vida. Y junto a Jesús, la gran devoción a la Virgen María. «Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción a la Virgen», a la que llama enfermera del hospital de la misericordia de Dios.

–Su gran celo apostólico. Le ardía el corazón por llevar las almas a Dios, por dar a conocer ese amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo y que es como fuego del Espíritu Santo. «Sepan todos que nuestro Dios es amor», en un contexto en el que los reformadores hablaban de la cólera de Dios, de su justicia vengativa. Desde joven se arriesga a dejarlo todo, a venderlo todo repartiéndolo a los pobres y emprender camino a las misiones lejanas de México. El arzobispo de Sevilla se lo impidió y lo convirtió en «Apóstol de Andalucía».

Pero él no paró predicando misiones populares, explicando el catecismo a los niños, fundando colegios para formar a los jóvenes, fundando la universidad de Baeza, formando a los jóvenes sacerdotes, tratando en dirección espiritual a tantas personas a las que proponía directamente su vocación a la santidad. Trató con muchísimas personas, de toda clase y condición, que buscaban su consejo y dirección: con jóvenes y adultos, con seglares y casados, con clérigos y obispos, con religiosos.

–Estuvo conectado con los más grandes santos de su época, el siglo de oro de la mística española, que acudían a él buscando su doctrina, su consejo y orientación. Donde hay un santo se apiñan otros muchos, y es que un santo no crece solo, sino en racimo con otros muchos: san Juan de Dios, santa Teresa de Jesús, san Francisco de Borja, san Ignacio de Loyola, por citar algunos. Los entendidos dicen que san Juan de Ávila es como la «puerta de la mística» del siglo de oro español, y qué siglo aquel.

Maestro de santos, en sus últimos 15 años desde Montilla, como el mejor vino de solera, desplegó un influjo enorme hasta el concilio de Trento y los Sínodos de Toledo, Córdoba, etc. Una de sus preocupaciones fue elevar el nivel de formación y santidad de los sacerdotes, auspiciando que la reforma de la Iglesia debe ir precedida por la santidad de los sacerdotes.

Benedicto XVI dijo al proclamarlo doctor de la Iglesia: «A lo largo de los siglos sus escritos han sido fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares». Promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares, casi nada. Por eso, volvemos a él una y otra vez. Que su fiesta nos alimente el deseo de parecernos a él, por eso la celebramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario