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sábado, 30 de mayo de 2020

Pentecostés. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Concluimos este domingo de Pentecostés la cincuentena pascual que inauguramos la noche de la vigilia de resurreción. Tercera y última Pascua del año cristiano, pues si la primera fue la de Navidad y la segunda la de Resurrección; ahora retomaremos el Tiempo Ordinario con la Pascua del Espíritu. 

Toda la liturgia de este día, tanto los textos bíblicos como los litúrgicos centran la atención en la importancia del Espíritu Santo en la vida del mundo, de la Iglesia y en nuestra propia vida. En la vida del mundo porque cada vez que un corazón alejado, no creyente o de otra religión descubre a Jesús y decide empezar su iniciación cristiana, estamos seguros que detrás de esa transformación está el Espíritu Santo que enciende en nosotros las ansias de seguir y conocer más a Cristo, y por ello de esforzarnos en sacar de nuestra vida lo que no nos deja progresar en el camino hacia Él. 

La primera lectura empieza diciéndonos: ''Al cumplirse el día de Pentecostés''; es decir, que el término "Pentecostés" no es nuestro, lo hemos heredado, pues el autor nos dice que fue ese día que llamaban ya "de Pentecostés" cuando el Señor envió sobre ellos su Espíritu Santo. ¿Qué sentido tenía entonces tal día para los judíos? Pues era algo así como la "fiesta de las cosechas", no muy distinto a nuestra liturgia de las "Témporas de acción de gracias" que celebramos cada cinco de octubre; es decir, era el día dedicado a agradecer a Dios los beneficios que anualmente recibimos de la tierra. Nosotros lo celebramos en Octubre cuando las cosechas ya han sido recogidas, sin embargo, el sentido que el pueblo judío daba a esta fiesta era más bien en relación a los primeros frutos del año. Pero realmente detrás de esto había una conmemoración aún mayor en la tradición judaica, no se limitaba a ser un día de acción de gracias sólo por lo material, sino también por lo espiritual al conmemorar en dicha fiesta el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí a Moisés. Era un día para agradecer que Dios se había acercado a su pueblo y les había regalado la nueva ley en reciprocidad entre Dios y su pueblo y éste con Dios. 

En diferentes pasajes tanto del "libro del Levitico", "de los Números" y "del Deuteronomio," encontramos perfectamente descrito cómo se había de celebrar esta festividad llamada del "Hag Shabu'ot" y, entre lo mandado sobre sacrificios y demás prescripciones, se alude al "Tributo de su libre ofrenda". 

En la primera lectura de la "misa del día" (pues la vigilia de esta solemnidad tiene otros textos) el "Libro de los Hechos" narra la escena que trae a nuestra mente el término ''Pentecostés''; es decir, los apóstoles en oración con María recibiendo el fuego del Espíritu para ser "testigos". Esta fiesta en el calendario hebreo abarrotaba de gente Jerusalén, pues era costumbre peregrinar a la Ciudad Santa para celebrar allí esa fiesta. Y ese día de reunión y fiesta popular el Señor cumple su promesa, envía al Paráclito y los suyos, temerosos y "con las puertas cerradas por miedo a los judíos", salen revestidos de fuerza testimonial y militante por las calles de la Ciudad. 

Y, para asombro de todos, hablan -y les entienden- sin necesidad de traductores a pesar de que Jerusalén estaba repleto de extranjeros. El texto nos dice que ''cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua''. Como la mayoría sabemos, el "Libro del Génesis" está formado en su mayor parte por historias mitológicas que se transmitían de forma oral y con las que los "pater familias" trataban de dar respuesta a aquello que no entendían, como por ejemplo la diferencia de lenguas y razas. Para entender en todo su sentido la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos hemos de remontarnos en el Génesis al episodio de "La torre de Babel". En éste, se nos narra cómo el hombre tienta al Señor y, retándole, pretende levantar una edificación que supere el mismo cielo. Entonces el Creador los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel,​ porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie''. Aquí visualizamos la importancia de este día; Dios restaura la ruptura con los hombres pues con Cristo ya no hay razas, colores ni lenguas; todos somos el mismo pueblo y estamos llamados a hablar el mismo idioma: la lengua del amor de Dios que ha sido derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado

En segundo lugar, la epístola de San Pablo insiste en que es vital en el hombre el Espíritu Santo; no se puede ser verdaderamente cristiano prescindiendo del Espíritu, pues como él mismo nos dice ''nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo''. Y el apóstol se detiene en la unidad; no podemos permitir una segunda Babel, por eso todo se resume en la unidad de la multiplicidad: "un Espíritu, un solo Señor, un Dios que obra todo en todos"; aunque no niega que hay muchos carismas, ministerios y dones. En una palabra, acepta y reconoce la pluralidad pero incidiendo en que las diferencias dentro de la Iglesia hemos de verlas como un servicio a un único Señor y no utilizarlo para conflictos internos contra los que ostentan otros ministerios o carismas. Nos dice de forma clara: ''hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo''. Pentecostés nos invita a superar rencillas de parroquias, de diócesis o entre conservadores o progresistas. Somos muchos miembros y muy diversos pero formando un solo cuerpo.

Por último, el evangelio de este día nos presenta el resumen de lo que supuso la Pascua para los apóstoles y lo que tiene que suponer para nosotros: alegría, gozo de saber que el Señor vive para siempre, la paz que Cristo resucitado nos regala, la vida que se nos da en abundancia y la gracia con sentido de plenitud. 

San Juan pone de manifiesto cómo el Señor resucitado sale a nuestro encuentro por medio del Espíritu del mismo modo que hizo con sus discípulos. En cada aparición de Jesús desde el día de su resurrección, el Espíritu Santo ha sido el hilo conductor y la verificación de la promesa de no estar solos para peregrinar como Iglesia, ante todo testimonial y misionera. El escriturista Miguel de Burgos llegó a decir  "la unión entre Jesús resucitado y el Espíritu Santo es indiscutible. Será, pues, el mismo Espíritu, el que garantice el acontecimiento de la resurrección pero también el de la misión''. Misión a la que todos somos enviados como el mismo Jesús nos ha dicho en el evangelio: ''Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo''. Por ello celebrar Pentecostés tiene este matiz eclesiológico, sacramental y misionero, pues desde los sacramentos de nuestra iniciación cristiana que todos recibimos estamos llamados a transmitir y propagar el reino de Dios y a orientar nuestro entorno hacia Cristo de forma testimonial.

Me vais a permitir una reflexión final especialmente dedicada a los sacerdotes, pues el término del evangelio de este día es puramente sacerdotal: ''Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos''. He aquí una de las gracias más grandes que tenemos los ministros ordenados: poder regalar el perdón de Dios en su nombre. El Papa Francisco dice al respecto: "Jesús no los condena, a pesar de que lo habían abandonado y negado durante la Pasión, sino que les da el Espíritu de perdón". Este es el comienzo de la Iglesia, este es el aglutinante que nos mantiene unidos como el cemento a los ladrillos: el perdón. Porque el perdón es el don por excelencia, el amor elevado a la enésima potencia, el que nos mantiene unidos a pesar de todo y que evita el colapso, el que nos refuerza y fortalece. El perdón libera el corazón del hombre y le permite comenzar de nuevo. El perdón da esperanza y sin él no se podrá construir una Iglesia testimonial. 

He aquí el pueblo nuevo con corazón nuevo que nace de la efusión del Espíritu. Necesitamos vivir del amor y del perdón, y para ello necesitamos a los sacerdotes. Como sabéis el día de Pentecostés es la solemnidad en que en nuestra diócesis tiene por costumbre celebrar las ordenaciones presbiterales. Un domingo de Pentecostés como éste también yo fui ordenado. Este año dada la situación sanitaria que vivimos no tendrán lugar en este día las órdenes; sin embargo, os pido una oración por todos los sacerdotes y seminaristas de la diócesis, por los que se han de ordenar este año y por el aumento de las vocaciones. Sólo perseverando en la oración a ejemplo de Santa María Reina de los Apóstoles viviremos un verdadero y renovado Pentecostés que nos impulse a trabajar, vivir y ser  laicos, religiosos o fieles unidos en ''un sólo cuerpo''. 

Que el Señor envíe su Espíritu y repueble la faz de la tierra.

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