El salmo que hemos cantado en este fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret es sin duda el más utilizado de los varios que la liturgia nos ofrece para la Eucaristía en la que se celebra el sacramento del matrimonio: Tu mujer como parra fecunda en medio de tu casa, tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Y es que la familia nace de aquí, de la unión del hombre y la mujer ante los ojos de Dios y los hombres. María y José no eran una pareja que vivía en pecado, al contrario; habían vivido su noviazgo con todas las premisas que la ley mosaica predisponía para ello, hasta el punto que el año de prometidos no se podían dar ni la mano. Y aunque lógicamente las escrituras no nos relaten cómo fue la boda de José y María, hubo boda, aunque ningún detalle tengamos de aquel emocionante acontecimiento.
La tradición cristiana muy pronto hizo suyo ese momento tan íntimo de la Santísima Virgen, su desposorio con San José y que los artistas a los largo de los siglos han representado en pinturas, retablos, iconos, mosaicos, relieves... Marido y mujer a los ojos de Dios, como eran costumbre en el pueblo judío y como exigía la situación en la que se vieron envueltos al responder al plan de Dios para ellos constituyendo la familia de su Hijo, la familia de Dios mismo aquí en la tierra.
Y Jesús no creció creyéndose por encima de sus propios padres, sino que como buen hijo cumplió siempre el cuarto mandamiento de la ley que manda ''honrar padre y madre''; así nos decía al respecto la primera lectura del libro del Eclesiastés: ''El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros''.
La lectura de San Pablo a los Corintios que hemos escuchado, nos suena un tanto "machista" y anacrónico cuando el apóstol dice ''Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos'', y es cierto que a nosotros nos suena un poco "fuerte", pero entendamos que en el siglo I, cuando fue escrito, las mujeres no contaban nada en la sociedad judía. Pero si en esa frase San Pablo nos suena anticuado, en su siguiente afirmación se adelanta a su tiempo al pedir: "Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas''; es decir, sed delicados, no las tratéis como objetos, sino como la que es compañera en el camino de la vida.
El evangelio de la Sagrada Familia de este domingo, dentro de la octava de Navidad, se corresponde con a la huída a Egipto por la matanza de los inocentes a manos de Herodes. Este hecho ocurre después de la visita de los magos; sin embargo, la Iglesia nos pone hoy delante este pasaje doloroso y tierno a la vez para contemplar en él la estampa de la Sagrada Familia de Nazaret como modelo y reflejo de lo que deben ser y a lo que deben aspirar nuestras relaciones familiares.
El sufrimiento de José y de María fue inmenso al tener que huir a prisa de Belén al desierto como si fueran criminales, adentrándose igualmente en el peligro de un largo viaje hasta Egipto y dejando tras ellos un reguero de sangre inocente de tantos niños sacrificados, cuando al que en verdad buscaba asesinar el infame reyezuelo era su pequeño Jesús.
En ellos vemos a la familia unida ante los problemas; la familia que se pone en camino, la familia que mira al futuro y no al pasado, la familia que reza y confía en Dios, la familia que sabe ser piña en lo bueno y en lo malo.
¿Cuántas familias a lo largo del tiempo han tenido que hacer como Jesús, José y María dejando atrás su tierra para buscar un mañana mejor para ellos? Es este un domingo especial para recordar a los emigrantes e inmigrantes, pues también la Familia Sagrada emigró, buscó refugio y anheló su propia tierra prometida.
Es un día para pedir por la familia, por todas las familias que pasan tribulación, rupturas o desgarro por la pérdida de un ser querido -mucho más si es un niño pequeño-; por las que viven problemas personales, de salud o económicos... A todas ellas las ponemos hoy ante el portal de Belén, ante la Familia Sagrada de Nazaret que experimentó igual que ellos lo que es el sufrimiento y el dolor.
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