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lunes, 7 de octubre de 2019

La Visitación de María como modelo de pastoral parroquial. Por Rodrigo Huerta Migoya

El misterio de la Visitación de María, el pasaje de San Lucas que con tanto mimo meditamos y hacemos nuestro en esta Parroquia, es sin duda una escuela para la evangelización y la pastoral que hoy impera aire fresco, o, en palabras del Papa Francisco, una autentica ‘’conversión pastoral’’. 

En ese pasaje vemos a María como misionera de lo ordinario, mujer valiente que se pone en pie, en camino, en marcha… la actitud de María en todo el relato evangélico es el compendio perfecto de la invitación que la Iglesia nos hace precisamente en este mes misionero extraordinario con el que se nos pretende recordar nuestra vocación misionera que debemos desarrollar en nuestro entorno. 

Así lo hizo la Santísima Virgen al subir a la montaña, al acudir presurosa una vez que conoció la situación de su anciana prima; en definitiva fue la urgencia por servir, por ser útil a los demás llevando el mejor presente: Cristo mismo ya en su seno. 

María lleva la alegría a casa de Zacarías e Isabel, un matrimonio anciano que se encontraban ambos en una situación que les desbordaba: él mudo desde hacía semanas y ella en la recta final de un embarazo de riesgo. Por eso la presencia de Jesús por María cambió sus rostros y expectativas con el gozo inocultable de que el mismísimo Dios se hospedara con ellos. 

Los cristianos que por Cristo y María hemos descubierto a Dios, hemos experimentado el encuentro personal con Él; su convocatoria no es una simple rutina adquirida en los sacramentos ni una simple herencia familiar de costumbres. Es ante todo un encuentro gozoso que hemos de dar a conocer. 

María es un ejemplo misionero en el cual no ella se encierra a saborear personalmente en su período de gestación el misterio del Dios que crecía en sus entrañas, sino que a pesar de su juventud y sencillez, de ser una madre primeriza, no se limitó a su hogar sino que rompió con todos los moldes al no pensar solamente en ella, y poniéndose en camino lleva esa buena noticia y su alegría a los demás. 

Nuestra Señora al subir a la montaña, al ir a Ain Karem, no quiso hacer una visita puntual ni como coloquialmente decimos “de médico”. Por lo que nos dice el texto sagrado: “María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa” (Lc 1,56). Y es que la misión no tiene un tiempo concreto, podemos calcular nuestros esfuerzos al sembrar pero la cosecha es siempre impredecible. 

Seguro que en el camino de María, tanto a la ida como de regreso, se encontró con facilidades y dificultades. Incluso hoy, que tendemos a pensar que todo está perdido y que no hay entornos fáciles para sacar a relucir nuestra fe y dar cauce a la misma, debemos dejar por secundarias las dificultades, las malas caras o las mofas o rechazos con los que nos encontremos, pues en definitiva se hacen verdad las palabras del Señor: ‘’hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos’’. 

También el camino nos esconde gratas sorpresas, pues así son siempre para los creyentes los caminos que la Providencia nos depara, esos de los que Santa Teresa definió a la perfección comentando como Dios escribe recto, con renglones torcidos. Vayamos pues como María a la montaña, al camino, al anuncio… seamos misioneros de la alegría que llevamos en el corazón del que se ha encontrado con Cristo, y hagámoslo -al margen de las circunstancias- con la ternura y maternidad de María.

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