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martes, 8 de octubre de 2019

El protagonismo silencioso del cardenal Sarah

(Infovaticana) 
Hay un sentido en el que la presencia del cardenal africano Robert Sarah es piedra de toque en el Sínodo de la Amazonía que está desarrollándose en Roma. No me refiero solo a que sea una de las pocas figuras, sino la única, de la que muchos esperan -como ya se ha confirmado- que defienda la práctica y la doctrina católicas frente a las fuerzas que quieren disolverlas aparentemente en una religión universal de difusos contornos, no: me refiero exactamente a eso, a su presencia, a lo que significa incluso sin necesidad de abrir la boca.

Sobre el sínodo y su significado, los ‘rígidos’ están divididos. Los hay que piensan que todo el asunto de los indígenas y la ecología y todo eso es una mera cortina de humo para relajar la disciplina eclesiástica en cuestiones muy concretas que demanda la iglesia alemana, como es el fin del celibato sacerdotal y algún tipo de ministerio eclesial oficial para las mujeres. Por otra parte, están quienes, por el contrario, opinan que los curas casados y las diaconisas son carnaza mediática para distraer la atención del verdadero fin, que sería la incorporación de la ecoteología y la teología indigenista a la Iglesia Católica.

Personalmente, me parece un debate innecesario, porque lo segundo casi exige lo primero, y estaríamos aquí ante un inquietante “et… et”. Pero lo que más llama la atención de todo el asunto es lo forzado, retorcido y manipulado de todo el asunto.

Por ejemplo, tanto la necesidad de ordenar a los dichosos ‘viri probati’ casados como de incorporar rituales indígenas en la liturgia católica se justifican o se excusan como único medio de incorporar a estos pueblos a la vida de la Iglesia. No deja de ser curioso este pretexto en prelados que presumen de no haber convertido a un solo indígena o bajo el pontificado de un Papa con aversión al proselitismo y que se ha confesado recientemente ‘amargado’ por la conversión de dos personas en Sudáfrica. Pero aceptaremos barco como animal acuático.

Y aquí es donde la figura de Sarah es paradigmática. Robert Sarah es un cardenal de la Iglesia Católica, prefecto de una congregación en la Curia romana, y sin embargo nació en una aldea perdida de la sabana africana dentro de una tribu minoritaria, en Guinea Conakry, un país de mayoría musulmana, de padres animistas. La distancia cultural y psicológica con respecto a los usos occidentales no era menor que la de los amazones. Y, sin embargo, es también uno de los prelados más respetuosos de la liturgia y la Tradición de la Iglesia, sin diluciones.

Ese es el verdadero testimonio, lo que arruina todo lo que tiene de montaje la postura inicial del sínodo, lo que un católico nigeriano en Twitter explicaba así: “Si las aldeas, ciudades, tribus y naciones africanas pudieron aprender a ser #católicos -hace menos de 100 años- ¿qué teme el #SínododelaAmazonía? ¿Por qué se dispone Roma a seguir un camino distinto al de sus pasados éxitos? ¿No están ya liberados estos pueblos?”, y acompaña el comentario con una vieja foto en blanco y negro de un grupo de niños africanos preparándose para su Primera Comunión.

Hay, en definitiva, un leve tufo de racismo en la condescendencia desplegada en el Instrumentum laboris, refrendado por estas primeras sesiones sinodales. Y que, ominosamente, parece continuar una constante anterior.

Porque Francisco ha denunciado desde el inicio de su pontificado lo que llama ‘la cultura del descarte’, la tendencia en nuestras sociedades a ‘descartar’, dar de lado, a los pobres, los marginados, los débiles, los ancianos, los enfermos. Pero hay una tentación, al menos, tan peligrosa como descartarlos, una tentación que los deshumaniza igualmente: instrumentalizarlos. El ‘indígena’, como el ‘migrante’, deja de tener un rostro único, un alma inmortal cuyo destino eterno depende de su libertad, para convertirse en un epígrafe, en un estereotipo anónimo y colectivo que se ‘secuestra’ y se pone de coartada para intereses ideológicos.

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