(Iglesia en León)
La parábola del buen samaritano nos enseña lo esencial de ser cristiano. Tanto el escriba como el sacerdote pasan de largo, ya que sus obligaciones no les dejan pararse ante la desgracia de aquel pobre hombre.
La parábola del buen samaritano nos enseña lo esencial de ser cristiano. Tanto el escriba como el sacerdote pasan de largo, ya que sus obligaciones no les dejan pararse ante la desgracia de aquel pobre hombre.
El sacerdote no podía tocar un cadáver (en este caso el hombre lo parecía), ya que perdería su pureza ritual. Por esto el sacerdote, pasando de largo del pobre, piensa que así cumplirá con la ley de Dios.
Lo mismo el levita, que seguía en su vida todos los prescripciones de la Ley, subía cada cierto año a Jerusalén para hacer el sacrificio en el Templo. Al pasar cerca del pobre ensangrentado no pudo tocarle para no caer en la impureza, así no cumpliría con su obligación.
Sólo el samaritano, que se consideraba enemigo del pueblo de Israel, dejó todas sus ocupaciones y ayudó al pobre. No solamente curó sus heridas, sino que le recogió y le llevó a la posada, dejando incluso el dinero que tenía para asegurar el futuro cuidado del pobre. Éste es el amor que nos tiene Jesucristo a nosotros al encontrarnos tantas veces tirados al borde del camino.
Él no ha tenido repugnancia ante nuestras heridas, ante nuestros pecados, no tuvo miedo de perder su pureza ritual; Él, siendo Dios, se ha rebajado ante nosotros para devolvernos la vida. Más aun, nos ha entregado su Espíritu Santo y su Iglesia para que nos cuiden, para que siga curando nuestras dolencias, así cuando Él vuelva se restaurará todo lo que falte aún por hacer.
Es verdad que nosotros tantas veces consideramos a Dios nuestro enemigo, no contamos con Él hasta que no nos llegue a nuestra vida una desgracia, pero Él siempre está dispuesto a ayudarnos y a curarnos. ¡Es una gran noticia!
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