Fiesta patronal de los curas
Hay un patrono para cada gremio y profesión, que tiene su onomástica y su fecha en el calendario laboral y festivo de nuestra sociedad. Bajo ese patrocinio se pone el presente de quienes se abrazan a su protección y piden ayuda en las fatigas, las incertidumbres, los desafíos que a diario nos retan cuando vamos adelante con un trabajo o cuando lo hemos perdido. En este sentido, los sacerdotes tenemos también nuestro particular patrono en el que mirarnos como referencia ejemplar y como ayuda intercesora en nuestro camino.
Cada diez de mayo celebramos la fiesta de San Juan de Ávila, el maestro Ávila que es doctor de la Iglesia. Y es ocasión para festejar a nuestros curas del clero secular encomendándolos a quien es el patrono suyo en España. Si como San Juan de Ávila dijo, el sacerdote debe saber a lo que sabe Dios, estamos ante un primer retazo de cuanto él a nosotros los sacerdotes nos propone, aunque podría ser extendido a todos los cristianos. Los “sabores de Dios” es la ciencia espiritual que debe embargar nuestra persona. Nuestra humanidad ha de estar toda ella zambullida en estos sabores que han gustado los santos que en el mundo han sido y de los que nos dan rendida cuenta en su caridad y en su entrega, haya sido cual haya sido su camino.
En sus pláticas él califica a los sacerdotes como “ojos de la Iglesia” (Plática 2ª, 449), “enseñadores” (Ser 55, 784) y “guardas de la viña” (Ser 8, 600s), y esto equivale a una llamada apremiante a la santidad. No una santidad desencarnada y mojigata, pero sí sabiendo llenar del buen olor de Cristo y de los sabores de Dios todo cuanto dicen nuestros labios y proclaman como buena nueva, lo que acarician nuestras manos y reparten como gracia y lo que palpita en nuestro corazón. De ahí la necesidad de una formación continua que actualice nuestra fidelidad para evitar que seamos críos, como el Maestro Ávila señalaba en uno de los memoriales al concilio de Trento: “Porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense”(Memorial I, n.36, 1005ss). Hermosas palabras de actualidad siempre vigente para todos los curas de cualquier edad.
Van pasando los años sin una pausa que los detenga, y subidos en la nave del tiempo surcamos mares de bonanza o aguas turbulentas. A veces las brumas nos impiden atisbar con gozo y claridad el puerto hacia el que navegamos. Acaso las fuerzas se debilitan y encontramos fatigoso seguir remando en la brega que al inicio parecía gratificante y festiva. Experimentamos no pocas veces esa soledad que nos acorrala con nostalgias imposibles, con temores venideros y con un presente cansado que nos desfonda y astilla.
No ha cambiado la llamada, no es distinta la misión ni extraño el ministerio, pero cada uno de nosotros va transformando poco a poco su vida creciendo en el Señor o decreciendo hacia lo mundano, madurando con adulta sensatez o volviendo a una caprichosa inmadurez de tiempos pasados. La vida es susceptible de ese vaivén que ante los ojos de Dios que todo lo ve, absolutamente todo, nos miran con la entraña bondadosa de la parábola del Padre bueno que cada mañana se atisba si volvemos de nuestra última aventura pródiga de los caminos a ninguna parte.
Es la fiesta de nuestros curas, agradecemos sus vidas y los queremos acompañar con afecto por su entrega, ayudándolos y dejándonos por ellos ayudar. Que San Juan de Ávila sea para todos ellos una referencia de sabiduría y santidad pastoral.
+ Jesus Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo
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