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jueves, 2 de mayo de 2019

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Aire de gaitas en Roma

La vida tiene muchos vaivenes, y los avatares cotidianos nos empujan o nos sustraen en lo que de inmediato acontece. Todo tiene su porqué, su valor, su desafío o su incertidumbre, pero la vida como tal es mucho más que los altibajos cambiantes con los que cada día nos sorprende. Resultados deportivos en los equipos que nos suscitan un interés y seguimiento, resultados políticos cada vez que hay comicios electorales, resultados de pruebas médicas cuando pasamos por el galeno para que nos haga revisión, dimes y diretes en el toma y daca de cada faena, de cada reunión, de cada expectativa. Y es que la vida está hecha de todos estos cambiantes factores. 

Este domingo pasado hemos estado un grupo de asturianos en la Ciudad Eterna. Con la Fundación Valdés-Salas y el Taller de canto Lolo Cornellana, quisimos llevar algo que tiene la solera de los años, de los siglos tal vez, portando con nosotros la asturianía hecha gesto y canto, con los sones de nuestra gaita que pusimos a soplar para sostener y acompañar la santa misa que durante tanto tiempo se ha celebrado en nuestros lares. 

En el segundo domingo de pascua celebramos la misa asturiana en la basílica romana de Santa María la Mayor. Cada pueblo expresa los diversos momentos de la vida según su idiosincrasia con el murmullo de sus palabras y los sones de sus melodías. Así sucede con el amor humano, el trabajo y sus fatigas, el contento de las alegrías, la mueca triste de nuestros pesares, la primavera de la infancia y mocedad o el otoño de los años que acumulamos, sin que falte la expresión de nuestra fe en la religiosidad popular. 

Todo eso tiene la letra de nuestros versos en los que contamos la historia que a diario escribimos en el libro de la vida, y la música de nuestros cantares con la que tatareamos la melodía de cuanto nos sucede. No hay momento ni circunstancia de nuestra vida que no haya sido objeto de esta letra y de esta música, con nuestros modos de expresarnos verbalmente y con las maneras de cantar cuanto acontece. 

Así fuimos a esa Roma, corazón de la Iglesia y meta de peregrinación de tantos creyentes, con las letras y las músicas que desde Asturias hicimos presentes. Durante siglos, nuestro pueblo ha sabido expresar con sencillez y constancia la fe que de padres a hijos se fue transmitiendo con dulzura, con talento y con coraje. Las palabras de la liturgia eran invariables en su relato antiguo que nos remonta a los orígenes cristianos de haber sido salvados por la resurrección de Jesucristo. Pero la música la ponían nuestros astures creyentes a través de los instrumentos que estaban presentes en las tonadas de nuestra tierra que acompañaban tantos momentos de la vida con todos sus climas y las diversas estaciones. La gaita y el tamboril han acompañado en nuestro pueblo todas las sonrisas de nuestra algazara cuando hacíamos fiesta y todas las lágrimas de nuestros llantos cuanto tocaba abrazarnos ante las pruebas que nos desafían. Y con la misma gaita y el tamboril, con el tono de nuestras tonadas, hemos rezado a ese Dios cercano y amable que sabe brindar con nosotros en nuestros gozos y sabe conmoverse con nuestros pesares. 

La misa de gaita quiere expresar todo esto, como durante siglos lo ha hecho nuestro pueblo de Asturias en todos sus rincones de riberas y concejos, de villas y valles. En esa tarde de pascua, allí en Roma, y en esa emblemática basílica mayor de Santa María, tan vinculada a España por la historia, quisimos ser peregrinos como cristianos con los modos propios de la expresión de la fe que hemos heredado de nuestros mayores a través de los siglos. La gaita asturiana se hizo música sacra en la Ciudad Eterna para expresar nuestro ser de pueblo creyente.

+ Fray Jesús Sanz Montes O. F. M.
Arzobispo de Oviedo

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