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viernes, 1 de febrero de 2019

Cuando jefe es sinónimo de tirano. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

…’’Jesús los llamó y les dijo: «Ya sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea el que sirva, y el que quiera ser primero, que sea esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos’’. (Mc 10, 42-44)

El escandaloso asunto de Venezuela, si no fuera por la dramática situación real de los ciudadanos que mueren de hambre, sin medicinas o simplemente asesinados o torturados por la tiranía de un sátrapa corrupto y corruptor vestido de la obsoleta y fracasada progresía marxista, debería abochornar a toda la Comunidad Internacional, la cual sigue con palabrería barata y paños calientes ante algo que debería haber terminado -y nunca haber empezado- hace ya tiempo.

Pero la principal motivación hoy de éste, no es la tiranía de un personaje totalmente identificado y desenmascarado, tal como el orondo y satisfecho venezolano; hoy quiero traer a la memoria -y a la oración- a tanta gente que cada día cumplen con su quehacer y trabajo bajo la tiranía sibilina de jefecillos de media suela, sin alma ni corazón, los cuales esconden tras una sonrisa y el parapeto de su carguillo, frustraciones y complejos que retroalimentan desde su vanidad y prepotencia.

Personajillos estúpidos -jefecillos de quita y pon- que parecen ser felices haciendo la vida imposible a los demás, y cuyos genéricos actos de nepotismo o tiranía pretenden revestir casi siempre de su presunta “responsabilidad”. Por supuesto, ninguno de estos individuos se sentirá nunca reflejado en estas descripciones, pues ello es algo inherente al carguillo del personajillo y a su perfil indolente, el cual, va dejando “cadáveres” en las cunetas de la vida y “amigos” por doquier…

Estas actuaciones se dan en todos los estratos de nuestra sociedad, fundamentalmente en el ámbito empresarial o laboral, en la política, la vida social o familiar y, por ende, también en la Iglesia. Esta acciones son en sí mismas, una por una y en grupo, son un grave pecado -y en algunos casos pueden llegar a ser constitutivas de delito penal- contra el amor de Dios y la sana igualdad entre hombres hermanos entre sí e hijos de un mismo Padre.

Lo más espantoso y abominable para mí es cuando estas situaciones de se dan con cierta “normalidad” en el seno de la Iglesia -como si no tuviéramos ya bastantes tormentas naturales y artificiales- pues, además de antievangélicas, estas actitudes y comportamientos ponen de manifiesto el antitestimonio de dichos personajes que siempre imponen su criterio y argumentos a la Palabra de Dios, quedando desautorizados moralmente para trasladar y extender el mensaje del Evangelio, dejando, finalmente, en muy mal lugar a nuestra -de todos- Santa Madre Iglesia.

Joaquín, Párroco

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