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jueves, 20 de septiembre de 2018

Engancharse a la misa dominical. Por Jorge González Guadalix

(De profesión cura) Me parece que hay que entrar por el camino de la simplificación. Los planes pastorales de diócesis y parroquias me superan. Objetivos, contenidos, actitudes que fomentar, valores que proponer. Si hablamos de actividades, ya es que ni cuento. Entre catequesis, campamentos, liturgias varias, grupo de A, B, C y X, salidas, excursiones, Cáritas, cultura, vida ascendente, fiesta parroquial y encuentros a diversos niveles: parroquia, arciprestazgo, vicaría, diocesanos, alguna peregrinación… un estrés de padre y muy señor mío.

Todo esto me parece bien. Cuanta más vida una parroquia, mejor que mejor. Dicho esto, yo creo que lo que hay que lograr es que la gente se agarre a la misa dominical de forma que se convierta en algo tan consustancial, tan natural, como respirar, comer, caminar, dormir. Cuando me encuentro con una familia que, por ejemplo, al planificar un viaje, lo primero que se pregunta es dónde ir a misa el domingo, o cuando salir o regresar para no perderla, esa es una familia católica enganchada a la Iglesia.

No siempre hemos sabido valorar convenientemente la misa del domingo. Sin embargo, es algo tan fundamental que se nos presenta como primer mandamiento de la santa madre Iglesia y su obligatoriedad bajo pecado mortal.No es por fastidiar, evidentemente. Es que es algo tan clave, que uno no puede permitirse faltar a ello. Es más, cuando se habla de un católico perdido, lo primero que se nos dice es que ya no iba ni a misa los domingos.

La misa dominical supone que uno, al menos una vez por semana, tiene la oportunidad de encontrarse con otros católicos, rezar, escuchar la Palabra, oír una homilía, compartir unas monedas en la colecta y enterarse de la vida de la comunidad. Al menos una vez por semana uno asistirá a la celebración del santo sacrificio.

Es la clave. La misa del domingo. En esto necesitamos insistir a niños y adultos.Llega un momento en que esto se convierte en algo tan natural que uno no se plantea la posibilidad de un domingo o un festivo sin ir a misa el domingo. Y al revés. Suelo decir a los niños que la mejor forma de perder la fe es olvidarse de la misa dominical.

No falla. El primer domingo que uno no va a misa, el segundo y el tercero, siente remordimiento. A partir del cuarto, uno descubre que tampoco es tan importante. Más adelante, se decide que lo importante es ir cuando se sienta, que ir por ir sin sentirlo no merece la pena. Sigue la cosa por ese “los que van son los peores”. Continúa por el camino de que para hablar con Dios no necesito ir a la iglesia y acaba que bueno, que en realidad algo tiene que haber.

Misa dominical. Siempre. Para todos, en cualquier edad, en cualquier momento.En casa y fuera, en vacaciones y durante el año ordinario. Domingo y festivo, navidad y agosto, siempre.

¿El resto? Vendrá solo. El riesgo es limitar la Iglesia a ser buenos, compartir, estar con los débiles y lo de la misa no es para tanto. Nos hemos cargado el invento. Los de misa dominical son los de siempre, los que no fallan, los que apuestan por la Iglesia. Por eso, siempre, viva la misa del domingo.

¿De dónde salen los grandes colaboradores? ¿De dónde los comprometidos? Los de verdad, de la misa del domingo.

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