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jueves, 20 de septiembre de 2018

Carta semanal del Sr. Arzobispo

Junto al Papa Francisco, desde Covadonga

Durante todo el año jubilar mariano lo hicimos, y de modo intenso lo repetimos durante toda la Novena a la Santina de Covadonga: cada día teníamos un recuerdo por la persona, las intenciones y el ministerio del Papa Francisco. Sabíamos de la compleja y delicada situación que en este momento vive la Iglesia, y cómo el Santo Padre está en el punto de mira por las decisiones que va tomando en relación a la triste lacra de los abusos de menores por parte de clérigos. Hace unas semanas escribió una Carta al Pueblo de Dios en la que pedía orar, hacer penitencia y ser transparentes ante estos crímenes. Algunos de los casos han sido personas en las que el propio Papa Francisco había confiado y han resultado luego encubridores y malos informadores. Lo ha lamentado, compartiendo con toda la Iglesia su sentimiento de dolor. Ojalá tenga fuerzas y gracia para hacer también en casa esa limpieza de transparencia con los más de cerca.

Él lo señalaba en esta carta: «Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos. La conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los delitos y las heridas generadas en el pasado y nos permite abrirnos y comprometernos más con el presente en un camino de renovada conversión. Asimismo, la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que nos sacuda y nos lleve a comprometernos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de abuso sexual, de poder y de conciencia».

Recordaba el Papa Francisco una conmovedora cita del entonces Cardenal Ratzinger, en el Viacrucis romano de 2005, cuando hizo aquella dolorosa comunicación: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!».

No obstante, los casos que tristemente se han dado, no pueden ensombrecer ni empozoñar la labor de sincera entrega de tantos sacerdotes y religiosos que, con rectitud de intención, y probada virtud evangélica han dedicado y dedican sus vidas a Dios y a los que Él prefiere, que son siempre los más pobres. Niños, jóvenes, mujeres, familias, ancianos, enfermos, encarcelados, excluidos y descartados, todos los que han sufrido la violencia, la guerra, el terrorismo, la droga, el sida, la soledad, la ignorancia, la conculcación de sus derechos y dignidad, son los que el Señor prefiere y, por tanto, los que la Iglesia debe mimar con sus instituciones. No sería justo señalar a la Iglesia como si el horrendo pecado de la pederastia fuera un pecado católico y clerical. Pero cuando se dan también estos delitos y pecados entre los hijos de la Iglesia, máxime si son sacerdotes y religiosos, la comunidad cristiana debe reaccionar como a ello nos anima el Santo Padre.

Hemos de rezar por el Papa Francisco: lo pide él con mucha frecuencia. Que Dios le dé luz y fortaleza para guiar a su Iglesia como ella lo necesita y Dios mismo lo espera. Recemos por el Papa con perseverancia y afecto. Lo que hicimos en la Novena de Covadonga lo hacemos cada día orando por el Sucesor de Pedro. Que la Santina nos ayude a todos a vivir en la verdad, en la gracia, la bondad y la belleza.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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