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miércoles, 6 de junio de 2018

Gonzalo Zurro, un sabuguero que se hizo de la Cuenca. Por Rodrigo Huerta Migoya

El primer seminarista en derramar su sangre fue Gonzalo Zurro Fanjul, nacido en Avilés el 22 de octubre de 1912; hijo de un vallisoletano y de una llanerense. Sabuguero de pro, recibió las aguas del bautismo con el nombre de César Gonzalo en la Iglesia de Santo Tomás de Cantorbery. Hijo de Luis Zurro Fernández y de Mercedes Fanjul Ania.

Aunque su infancia transcurrió en los primeros años en la Villa del Adelantado, pronto se trasladará a Figaredo, pues su padre trabajará allí de minero. Sus primeros estudios elementales los realizó en la cuenca del Caudal, en las escuelas nacionales de Turón y Santullano de Mieres. Su latente vocación le llevó a ingresar con nueve años en el Seminario Calasancio de Villacarriedo (Cantabria) donde tan sólo permaneció dos cursos, al aconsejarle los religiosos que se decantara más por el clero diocesano que por la vida religiosa, pensando éstos en sus padres que nunca gozaron de buena salud.

En 1923 regresa a Asturias ingresando en el Seminario de Valdediós, donde estudiará los cuatro cursos de latín y humanidades. Coincidirá en el Seminario del Conventín con el erudito músico Manuel Astorga, quién será, en opinión de los sacerdotes mayores, quien despierte en el avilesino su amor a la literatura y el canto. Gonzalo probará suerte en la composición llegando a musicalizar algunos de sus propios textos, lo cual logrará con la ayuda del entonces seminarista salmantino Constancio Palomo GonzálezEn su casa afirmaban que siempre había mostrado tener una bondad natural y una vocación muy arraigada.

Concluida la etapa de formación en el viejo cenobio maliayo, inició su siguiente época de formación en Oviedo, donde continuará las etapas de filósofo y teólogo. La sede del Seminario Diocesano se encuentra en el viejo convento de los Padres Dominicos, frente al Campillín. En estos momentos los superiores del seminario no eran sacerdotes diocesanos sino, y en su lugar, religiosos de la Congregación de la Misión (popularmente conocidos como Padres Paules) los cuales se encargaban no sólo de la formación de los futuros presbíteros seculares sino que además se dedicaban a cuidar del aspirantado de su Congregación, con sede dentro del mismo edificio. Sin embargo, en la parte académica, aparte de puntuales colaboraciones de eruditos religiosos, la mayoría del claustro de profesores estaba compuesto por clero secular.

Lo que había sido el claustro donde paseaban con sosiego los frailes de la Orden de predicadores era en tiempos de Gonzalo el patio de recreo en el cual se organizaban unos afamados partidos de fútbol, aunque otras veces el partido se trasladaba a la explanada frente de la iglesia de Santo Domingo, por gozar de mayor espacio. El de Sabugo, dicen que era de los mejores; algo que no sólo experimentaron sus hermanos seminaristas sino también muchos jóvenes del barrio y de la ciudad que compartieron con los jovencillos ensotanados tardes de euforia y emoción. Además del fútbol le apasionaba todo tipo de distracción o juego de equipo, y le entusiasmaba mucho igualmente el arte dramático.

Era buen estudiante, siendo uno de sus fuertes la historia. Era responsable; siempre se sabía las lecciones pero parecía tener al tiempo un cierta facilidad para la abstracción tanto en las clases como en la capilla, seguramente porque cultivaba la mística propia de alguien ya muy maduro a los ojos de Dios, o quizá porque su gran capacidad creativa estaba siempre trabajando. Otra de sus pasiones eran las misiones; era un gran lector de estos temas y promotor acérrimo de las campañas eclesiales de este campo. Esto le permitiría que, finalmente, fuera designado como responsable de la Academia Misional del Seminario, donde se divulgaba el amor a las misiones a través de publicaciones que se compartían y hacían pasar entre compañeros.

El haberse criado en la cuenca del Caudal y ser hijo de un minero le marcó profundamente, siendo consciente de la importancia que en el mundo obrero tenía la presencia de la Iglesia para llevar estas almas a Cristo. El Mieres que Gonzalo conoció era una tierra profundamente marcada por la presencia de los frailes, las monjas y los insignes párrocos rurales, que tan buen tándem hicieron ya desde el siglo anterior en la evangelización de la realidad industrial, sin obviar ni olvidar la "competencia" de la coexistente ideología marxista, que como canto de sirena tan buena entrada tenía en un manipulable mundo obrero sin formación. El Seminarista estaba muy al día de las encíclicas, en especial de las relacionadas con la doctrina social de la Iglesia por verlas tan bien encarnadas en la realidad de su casa y entorno.

Tenía un gran amor a la Santísima Virgen, en especial en la advocación de la Medalla Milagrosa. Los que fueron sus compañeros indicaban que esta devoción se debía a una petición muy importante que él le había encomendado a la Virgen y cuya gracia le había sido concedida.

Como casi todo escritor, era un chico con rasgos bohemios y era bastante bueno con la pluma. Tal era la consideración de sus escritos, que en la velada de la fiesta de Santo Tomás de Aquino se representaría una obra suya ante la mirada y el entusiasmo de todo el Seminario. Sin duda, fue un día muy feliz para Gonzalo.

Milicianos cercando la entrada al Seminario en la Plaza Santo Domingo

Una noticia que lo cambió todo 

La primer muestra de odio anticlerical tuvo lugar el día 5 de octubre en las cuencas del Caudal y del Nalón, donde fueron asesinados los párrocos de Valdecuna y Sama de Langreo, el Ecónomo de Moreda de Aller y dos novicios pasionistas. Y al día siguiente, se incendiarían los conventos de los Pasionistas de Mieres y de los Dominicos de la Felguera.

Aquellos párrocos y religiosos habían realizado su última predicación. Su aceptación del final fue a ejemplo de Cristo, siervo sufriente que subió por su propio pie al Calvario ''como cordero llevado al matadero'' (Is 53,7). Por eso la noticia de estos primeros martirios tocaría hondamente el corazón de estos chicos y prepararía ya el alma de los jóvenes estudiantes del Seminario Ovetense. Quizá a Gonzalo le tocaba aún más de cerca por tratarse de sacerdotes que conocía y que ejercían el ministerio tan cerca de su casa y de los suyos. Su hermana, en el testimonio que ofreció de él para la causa diocesana, señaló el recuerdo que tenía de los meses de vacaciones que pasaba con él en casa, donde ''se pasaba el día en la Iglesia, paseando o ayudando a los sacerdotes de la comarca en  funerales''. A buen seguro, estos ejemplos los interiorizó en las horas siguientes, las últimas de su vida.

En aquellos primeros días de Octubre las cosas no están bien y el ambiente está ya muy revuelto. La ubicación privilegiada en la colina donde se encuentra el Seminario, les permite visualizar y escuchar cómo una ciudad comienza a ponerse patas arriba. El ruido de balas y tiroteos empieza a ser continuo y "familiar"; el miedo se acrecienta y muchos profesores ya no acuden a impartir sus clases porque éste se apodera de ellos. Uno de los pocos que sí lo hacen intentando dar imagen de normalidad a la situación para tranquilizar a los seminaristas será D. Aurelio Gago, el Prefecto de Estudios.

Al miedo le acompaña la incertidumbre pero siempre con esperanza; llega así el 6 de Octubre. A pesar del generalizado panorama desolador en toda la Provincia, nada presagiaba a ciencia exacta que le tocaba el turno al Seminario. El día había empezado como otro cualquiera en aquel viejo y destartalado caserón de Santo Domingo. La misa de ese día la había celebrado el profesor de griego, D. Francisco Aguirre Cuervo (quien años más tarde llegaría a ocupar la canonjía de "lectoral" de la Catedral y que en esos momentos ostentaba D. Aurelio Gago).

La mañana fue una espera angustiosa de una calma que no llegaba. Durante toda la jornada matutina, el Seminario percibía el eco de la lucha armada que se estaba librando en la zona del Otero.
Los testigos de aquello recuerdan que entre las dos y las tres de la tarde acabó el combate de San Lázaro y los revolucionaron se dirigieron a una a Santo Domingo. El asalto al Seminario fue un auténtico episodio de terror en el que los pobres seminaristas, más niños que hombres, todos buscaban desesperados la forma de correr y escapar ante el griterío que se adueñaba de todo y generaba un pánico intencionado y grotesco. Unos se esconden cómo y dónde pueden; algunos logran escapar vistiendo de seglares y otros son apresados, siendo llevados a Mieres.

Gonzalo, junto a siete compañeros seminaristas y un padre dominico (P. Esteban Román Cachero O. P.) se ocultarán en el sótano de una casa abandonada muy cerca del Seminario. Aquí pasarán sin poder dormir la noche del seis de Octubre, que fue sin duda la gran preparación para el sí definitivo a Cristo. En silencio, entre angustias y miedos, activando el humano sentido de supervivencia con sus recuerdos familiares e ilusiones vocacionales; entre oraciones y rezos van pasando la noche vislumbrado las dos posibilidades: vivir o VIVIR. ''Si vivimos habrá que ir a Covadonga a darle gracias a la Santina'', ''y si nos matan, ¿seremos mártires?''... Que el religioso dominico fuera "Padre" y no "Hermano"; es decir, que fuera sacerdote, fue para los seminaristas su último gran apoyo. Le pidieron (y les dió -con la procesión por dentro-) consejo, confesión y bendición... y así, del escondite a la luz...

Amanece el siete de octubre, fiesta de la Virgen del Rosario, tan querida en esa zona de Oviedo. Tras aguantar toda la mañana igual que la noche, hacia el mediodía se deciden a comprobar si ya todo ha pasado realmente, pues apenas se oye gente gritar o transitar por la zona y la ciudad parece más en calma que el día anterior. Le toca a Gonzalo Zurro salir a comprobar si ya "no hay moros en la costa", según algunas versiones, pero no debió de ser exactamente así, pues en ningún sitio se habla de que se apostara quién salía a mirar ni nada semejante; algo que luego los supervivientes aportaran con su testimonio. Más bien la salida de Gonzalo se debió al cansancio, hambre, sed... y esto motivaría también la valentía del avilesino que no salía "a ver", sino en busca de algún humilde sustento que poder llevar al religioso y a sus hermanos. Ya en el exterior observa tras un muro, y al no ver nada lo salta; pasa una pequeña calle y un patio, pero cuando iba a hacer la última comprobación de seguridad fue sorprendido por los soldados que le gritaron ''ya caíste, pájaro''. Los guardias ordenaron salir a todos con la promesa de que no les harían daño sino que les llevarían al Comité; salieron todos menos un seminarista y el padre dominico.

En las escasas dos calles que atravesaron recibieron gritos e insultos de vecinos del lugar que les increpaban a su paso. Los llevaron hacia el Campillín y de ahí a San Lázaro. Los detuvieron frente a un portón (en la actualidad el lugar exacto sería la Calle Padre Suárez, entre los números 25 y 27 apróximadamente). Aquí al ver Gonzalo Zurro que les iban a disparar sacó todo el valor de su alma para profesar a su Señor gritando: ¡Viva Cristo Rey y Viva España Católica!... Fue el primero en ser acribillado por las balas y caer bendiciendo con su sangre nuestro suelo.

El anterior Cura Ecónomo de Miranda de Avilés, D. José Manuel Feito, al tener noticia de que el maestro de la localidad era Adolfo Lana Rodríguez; es decir, condiscípulo del mártir, recabó el testimonio de éste, el cuál apuntó: «Días después» -concluye don Adolfo- «me acerqué al Seminario a ver cómo había quedado todo. Era una ruina de muros y vigas calcinadas. Allí me encontré con aquel chico que jugaba al fútbol en el patio con nosotros. Creo que fui el primero del curso en conocer el final de la tragedia. Nada más verme, vino corriendo a decirme entre lágrimas: "¡Han matado a Zurro!; ¡han matado a Zurro...!". Luego me contó cómo, asomado tras los visillos del balcón de su casa, había visto caer a los siete y correr su sangre al pie del muro, muy cerca del portón del Seminario». Y más cerca aún -podemos afirmar- de las puertas eternales de la Gloria. Ese día también fue asesinado el Párroco de San Esteban de las Cruces, D. Graciano González Blanco.

Zurro, estudiante de segundo de Teología. Tenía 21 años. Sus padres nunca se repusieron de este mazazo y ambos murieron en poco tiempo. Los restos de Gonzalo fueron tirados a una fosa común. Tres semanas después de su muerte sus restos son desenterrados, reconocidos e inhumados en una nueva sepultura, ya en un féretro. Ahí permanecerán hasta el año 1942 en que serán trasladados a un nuevo nicho. Coincidiendo con la celebración del "Día del Seminario", en el año 2013, sus restos mortales fueron trasladados a la Capilla Mayor del Seminario Metropolitano del "Prau Picón".



Literato y en la Literatura

Su obra, "El traidor Bellido Dolfos'', por desgracia no pudo ser recuperada al completo, pero las partes que han llegado hasta nosotros dan fe de las valías intelectuales del joven seminarista. El texto va entremezclando prosa y verso en un diálogo continuo, cuyo escenario de fondo es la vieja Castilla del siglo XI, por los caminos que atravesaba el Cid Campeador. Mi apreciado Don José Manuel Feito, es sin duda el mayor conocedor de la obra de Gonzalo Zurro, el cual, con acertadísimo criterio, ha tratado de darlo a conocer en su Villa natal.

En muchos más libros históricos o piadosos consultados, salen a relucir los Seminaristas mártires, en especial cuando se habla de "Octubre del 34" o de "Los Mártires Españoles del Siglo XX". Igualmente, también me los he encontrado en otras publicaciones.

En la novela ''Detrás de la Lluvia'' (Serie Corazón Rodríguez) de Joaquín M. Barrero Menéndez, encontramos cómo el autor trata de encarnar las conversaciones propias de unos jóvenes seminaristas en la piel de los que se encontraban ya en la antesala de la Pasión.

Añado aquí un pequeño fragmento:

-¡Nos matarán!... ¿Otra vez?, dijo Gonzalo Zurro Fanjúl, de ventiún años y que cursaba segundo de teología. ¿Por qué no te calmas?...

-Nos estaban disparando. Por eso escapamos: ¿quieres mejor prueba?...

-Hablaban sin verse, intentando conocerse por las voces...

-Si nos entregamos verán que no tenemos nada que ocultar...
Propongo que esperemos a que se haga de día y salgamos -adujo Gonzalo zurro- y que recemos. Pero José Manuel no estaba preparado para ser martirizado...


El curso de Gonzalo en Valdediós (año 1927)

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