Educación emocionada
Hemos tenido en Oviedo un Congreso
importante de las Escuelas Católicas. Fueron casi 1600 participantes de toda
España de las diversas instituciones docentes que, con un ideario eclesial,
llevan adelante esta apasionante tarea de educar desde una perspectiva
cristiana. El lema del encuentro fue: “Emociona”.
Jesús
vivió emociones en el puñado de años que compartió con los que se cruzó en su
vida. Emocionado vio jugar a unos niños y sacó lección de su inocente
espontaneidad. Emocionado verá echar los dos reales de todo lo que tenía a
aquella anciana que fue al Templo a orar. También le emocionaron los tragos
duros de la vida que te rompen en llanto, como aquella viuda y madre que con
lágrimas iba a enterrar a su hijo único, o el sollozo de una pobre mujer que
iban a lapidar hipócritamente a pleno día quienes de ella abusaron en la noche
de su clandestinidad. Jesús se emocionó mirando a Nicodemo con sus inquietudes
nocturnas, a la Samaritana con su sed y sus trampas, a Mateo en su mostrador de
recaudaciones, a Zaqueo encaramado en el árbol de sus corrupciones, a Bartimeo
con toda su ceguera. Tantos rostros de pobreza con todas sus hambres, de
soledad con sus desprecios, de búsqueda sincera y confusa en la muchedumbre
anónima. Con todos se encontró Jesús, emocionado.
No
hubo sol que amaneciera que no le sorprendiese rezando a su Padre. No hubo
atardecer que no tuviera a la luna como cómplice de su plegaria discreta. Así
cuando se extasió con los lirios del campo, los pájaros del cielo, viendo en
ellos la belleza que no es prestada ni postiza, sino la que engalana sin
caducidad el alma. Cuántas emociones tuvo Jesús, cuántas nos enseñó el Maestro,
teniendo como texto el libro de la vida. La ternura en todas sus formas, la
bondad en todos sus pliegues, la verdad que nos hace libres, la paz que levanta
puentes, la misericordia que nos perdona, la gratitud que nos ensancha la
mirada, la fe que nos hace hijos, el amor fraterno que nos hermana, la esperanza
que nos asoma a un venidero mejor mañana.
Nuestro
mundo vive demasiado apagado por emociones falsas que no se corresponden con la
verdad de lo que el corazón nos exige en el cumplimiento que no tiene nuestra
medida interesada, ni responde a nuestra pretensión mezquina, ni nos permite
volar con nuestra alicorta mirada. Necesitamos la emoción que nos conmueva, la
que es capaz de despertar lo bello, lo bondadoso y lo verdadero, precisamente
en un mundo que cultiva con esmero, tramposa financiación y tecnología punta,
lo que es zafio y grosero, lo que pervierte e insidia y lo que se canjea al
precio de cualquier mentira.
La
escuela católica tiene este reto y se reconoce en este desafío: saber emocionar
poniendo en movimiento y posibilitando un encuentro con Dios que cambia la
vida. Esto supuso el paso de Jesús en los entresijos cotidianos de cuanto veía,
tocaba, acompañaba, brindando con los gozos de la mejor alegría o sollozando
con las lágrimas de todos los llantos. Nada le resultó ajeno, ni fuera de lugar,
sino que la vida misma se tornó en un divino pretexto para contar la más
hermosa historia de parte de Dios, esa que supo a lo que sabe una Buena
Noticia.
Educar con la emoción cristiana tiene que
ver con la responsabilidad que todos nosotros como Iglesia tenemos delante: en
la familia, en las comunidades cristianas, en la escuela. Tres engarces
distintos pero inseparables para ofrecer la pasión con la que los cristianos
queremos educar acompañando a la generación que se nos ha confiado en el tiempo
donde cumplimos los años y el espacio por donde pasa la vida.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
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