Con un sabor amargo, el inicio del mes de
Noviembre nos vuelve a recordar que no somos todos los que estamos, ni estamos
todos los que somos; que en nuestra
historia particular hay a veces huecos insuperables que afloran particularmente
en este nostálgico mes de santos y difuntos y de difuntos santos.
Como la pura naturaleza, nuestro mundo y
nuestra sociedad va afrontando sus otoños y primaveras, su natalidad y
mortandad; sus altibajos y sus altas y bajas. Y aunque todo transcurre para
todos desde el implacable paso del tiempo parece como si éste llevara una
medida distinta para cada cual. No entendemos de tiempo -y siempre nos parece
poco- cuando se trata de terminar el recorrido, aunque sea en un “valle de
lágrimas”. Llegada la hora, constatamos nuestra fragilidad y pequeñez al comprobar
que volvemos al mismo barro del que salimos; a esa tierra donde esperamos ser
semilla de vida eterna el día que el Sembrador reclame el fruto.
Y es que son estos primeros días de Noviembre
-Solemnidad de los Santos y la Memoria de
los Difuntos- no sólo para la justificada nostalgia en la memoria ausente
de los nuestros, sino para para poner también los ojos en el horizonte de las
virtudes teologales. La Fe, la Esperanza y la Caridad que los santos vivieron
de forma sobresaliente para ser reconocidos como ‘’amigos del Señor’’ y que
igualmente dan sentido y razón a la esperanza de que nuestros difuntos,
adheridos a Cristo por la fe y guiados por el ejemplo de los santos, gozan en
Comunión con éstos de la paz de Dios en su infinita caridad con los que lo
invocan y esperan, respondiendo así a nuestras “últimas preguntas”…
¿Hay algo después
de esta muerte?
La respuesta, personal e intransferible, está en la fe. Todo el mundo tiene fe
en algo: en la política, en el deporte, en la magia, en los astros, en la
medicina… Ahora bien; cuando nos referimos a la fe que por antonomasia nos
llama a la vida que supera este mundo, el cristiano ha de poner la mano en el
corazón y “escuchar” en él lo que dijo el profeta Joel: ‘’Yo creo que mi redentor
vive’’.
¿Volveré a ver a
mis seres queridos? Esa es la esperanza del que tiene fe; la misma que definió Benedicto XVI al decirnos que “abrazados
a ella estábamos salvados”. En el arte cristiano la esperanza se representa
como un ancla, y es que nuestra barca no será arrastrada por fuerte que vengan
las olas y los vientos si en ella hay un peso consistente. Abrazados a ella
hacemos verdad la escritura: ‘’he puesto mi esperanza en el Señor; espero en el Dios de mi salvación’’ (Miq 7,7).
¿Aprobaré el
examen del amor?.
La mejor respuesta nos la da San Pablo: El que siembra escasamente, escasamente también segará (2 Cor 9,6).
Todos debemos desde nuestras capacidades y posibilidades ser generosos y poner al servicio de Dios nuestros “talentos” para merecer su misericordia. Cada uno en lo que podamos, alcancemos y sepamos. Personalmente, de mis experiencias en tiempo de “difuntos”, he sacado también algunas conclusiones para aspirar a la Caridad de Dios, en especial desde que soy cura “de asfalto”. Cuando
estaba en mis primeras parroquias rurales, recuerdo en estas fechas las auténticas
“palizas” por llegar a los diez cementerios que tenían mis siete parroquias; a
veces pensaba -deseaba- ¿no sonará el teléfono y me dirá algún compañero te
echo una mano?... No; siempre me tuve que “defender” sólo, pues la escasez de
sacerdotes y lo remoto -decían ellos mismos- de aquellas parroquias hacían muy difícil “el auxilio”. Luego,
cuando me vi párroco de una sola parroquia pensé: ¿Qué hago?, ¿que la historia continúe
con unos tanto y otros tan poco, o en conciencia y caridad rompo la balanza?
Podemos hacer muchas cosas unos por otros ejerciendo la caridad para “alcanzar
misericordia”. Entonces decidí ofrecerme para colaborar con algún compañero como
a mí me hubiera gustado antaño, y fue una experiencia estupenda.
Uno de estos pasados años fui con esta misión
y ofrecimiento a la Parroquia de Los Montes (en Piloña) y la homilía para aquella
buena gente fue precisamente ajustada al Salmo 120 (“Levanto mis ojos a los
montes”). Estuvieron muy atentos, pues al ejemplificar en un paralelismo
metafórico la subida al Cielo como la subida a “Los Montes” (su Parroquia) les
agradó esa valoración, cuando en realidad estaban un tanto acostumbrados a
escuchar consideraciones más peyorativas como “montunos” o “remotos”. A veces
no es difícil agradar con la sola aplicación misericordiosa Palabra de
Dios, la cual nos llama a todos, vivos y difuntos, a subir al Monte de su Gloria y
contemplar eternamente su visión beatífica después de practicar en este mundo
la fe, la esperanza y la caridad.
Joaquín, Párroco
No hay comentarios:
Publicar un comentario