Otro año más celebramos la fiesta de la Visitación
de la Virgen María a su prima Santa Isabel. El Evangelista San Lucas es quien
nos narra este acontecimiento familiar: la conversación entre las dos primas,
las cuales se encontraban en “estado de buenaesperanza” (motivo por el que
Santa Isabel es también patrona de las madres gestantes). Por eso nuestra
fiesta no es sólo un acontecimiento “familiar”, sino que es también un canto de
vida, y un canto a la vida.
El
Evangelio señala que “María fue a prisa a la montaña”. En la Biblia, como
en muchas otras tradiciones religiosas, la montaña no es sólo un simple lugar
geográfico. La montaña es un lugar simbólico y teológico. La montaña es una
“metáfora”; una forma de hablar del lugar sagrado donde Dios se manifiesta,
donde se encuentra con sus elegidos, con su pueblo, con la humanidad… Las
cumbres de las montañas en la Biblia han sido símbolos de grandes encuentros de
Dios con el hombre, y lugares donde se han dado hechos que han marcado el curso
de la historia. La revelación bíblica ensalza a quienes levantan su mirada para
invocar la piedad del Dios creador del cielo y de la tierra: “Levanto mis ojos los montes: ¿de dónde me
vendrá el auxilio?... El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la
tierra” (Sal 120, 1-2)
A continuación, encontramos el famoso diálogo
entre Isabel y María. Isabel sabe el secreto que porta María en su seno. Un
secreto que sólo había sido desvelado por el ángel en la Anunciación a María.
Isabel es también, desde ahora, conocedora y partícipe de este secreto.
Desvelado ya y reconocido el mismo, Isabel proclama un himno: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el
Fruto de tu vientre”. María es bendecida por Dios para ser la cuna de Dios
en la tierra.
Ante tal misión, de los labios de María brotan
las bellísimas palabras del “Magnificat”: Proclama
mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava y desde ahora todas las
generaciones me llamarán “dichosa”.
Tres fueron pues los beneficios que María llevó
consigo:
1. En primer lugar, llenó de gloria aquella
casa: ¿De dónde a mí tanto bien -exclama
Isabel- que venga la madre de mi Señor a visitarme?... Si la visita de un
personaje de la tierra honra sobremanera a quien le hospeda, ¿qué no habría que
decir Isabel del honor recibido de Aquella que acoge al Hijo Unigénito del
Padre hecho hombre?
2. Inmediatamente, también “el Bautista” (primo
de Jesús y como él aún no nacido) se estremeció y exultó de gozo en el seno de
su madre y quedó santificado por la presencia de Jesucristo. Fue el bautismo
del Bautista.
3. Por último Isabel, iluminada por el Espíritu
de Dios, prorrumpió en una aclamación profética: en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, la criatura saltó de alegría en
mi vientre… y súbitamente, inspirada de nuevo por el Espíritu exclama: ¡bienaventurada Tú, María, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!
Miremos entonces este momento de la vida de
María aplicándolo a una visión propia: ¿Qué nos dice María a nosotros hoy?
También si nos lo proponemos todos podemos “dar a luz” a Jesucristo en nuestro
mundo predicando con el ejemplo de un corazón convertido y abierto a Él. Lo más
importante es orar, meditar y “rumiar” la Palabra de Dios en nuestro corazón y
tratar de llevarla a la práctica. Después, los éxitos o los fracasos, serán,
una vez más, cosa nuestra…
Joaquín, -Párroco-
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