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jueves, 2 de marzo de 2017
Una iglesia bella para los pobres. Por Matthew Schmitz
La fealdad post Vaticano II coincidió con un derrumbe del ministerio de la Iglesia a los marginados. Cuando la belleza vuelva, también lo hará la llamada universal del catolicismo.
No es ningún secreto que el culto católico se ha vuelto menos bonito. JF Powers, el pícaro escritor católico, tenía como grandes amigos a muchos artistas que estaban entusiasmados con la reforma litúrgica durante el tiempo del Vaticano II. Aunque los quería y admiraba mucho, no podía aprobar su trabajo. Cuando atendía la Misa en la universidad de St. John en Minnesota, entonces un centro de agitación reformista, él se sentaba donde la acústica fuese peor, para minimizar el asalto a los sentidos de la nueva iglesia a la que sus amigos estaban cantando con fervor.
Los católicos afirman la coincidencia de la verdad, bondad y belleza. No nos debería sorprender, entonces, que al mismo tiempo que el canto gregoriano ha cedido su puesto a la misa de guitarras, la verdad católica parece que haya perdido su esplendor, sufriendo de burlas y desafíos por todos lados. No nos debería sorprender que esta crisis en el culto y enseñanza de la iglesia haya coincidido con un completo derrumbe del ministerio de la Iglesia a los pobres.
El experto en ética H Richard Niebuhr llamaba a las sectas que recurren a los pobres «iglesias de los desheredados». Si estuviera vivo hoy, quizás notaría que en los últimos 50 años la iglesia católica occidental se ha convertido en una iglesia para herederos y herederas – menos y menos «aquí cabe todo el mundo», más y más un club de campo.
Muchos negaran esta sugerencia. A los católicos americanos les gusta verse como los esforzados hijos de inmigrantes, y los ingleses católicos se identifican más con el laborioso irlandés que con la atmósfera aristocrática de la recusación. A lo largo del mundo católico, humanistas liberales y teólogos de la liberación compiten para presentarse como heraldos de los oprimidos.
Quizás esto sea porqué tan pocos se han dado cuenta de que en occidente, la iglesia católica ha dado la espalda a los pobres. En 2009, un equipo de Penn State y la Universidad de Nabraska publicó un artículo titulado «La continua relevancia de los ingresos familiares en la participación religiosa». Mostraba que la iglesia se ha vuelto únicamente incapaz de atraer a la gente con bajos ingresos. Aunque se centra en EE.UU., todos los obispos deberían leerlo.
Los investigadores encontraron que, mientras que los protestantes ricos y pobres atendían a la iglesia con casi la misma frecuencia, la asistencia a la iglesia de los católicos varía mucho con los ingresos. Los católicos más pobres asisten a Misa solo unas pocas veces al año mientras que los más ricos van dos o tres veces al mes. (La diferencia es mucho más clara entre católicos blancos que entre latinos, cuyas parroquias étnicas son mejores tendiendo puentes entre la división de clases.) El efecto de los ingresos en la asistencia a la iglesia es especialmente fuerte para aquellos que viven en los márgenes – aquellos con pocas ataduras sociales, trabajadores a tiempo parcial, los jóvenes y los viejos.
Antes y después
No siempre fue así. En el mismo estudio, los investigadores examinaron tres conjuntos de edad: los nacidos antes de 1941, y por tanto maduros antes del Concilio Vaticano Segundo; los nacidos entre 1941 y 1960, y por tanto llegaron a la mayoría de edad durante el mismo; y los que nacieron después de 1960. Comparando estos grupos se llega a una conclusión incómoda: el Vaticano II quizás haya abierto una ventana al mundo, pero cerró las puertas de la iglesia a los pobres.
Los católicos que llegaron a la mayoría de edad antes del concilio mostraban el mismo patrón de asistencia a la iglesia que los protestantes. Los ingresos tenían poco efecto. Durante el concilio esto empezó a cambiar. Los investigadores encontraron que «la diferencia en asistencia entre blancos católicos de bajos ingresos y católicos blancos de medios/altos ingresos es considerablemente mayor para el grupo post-1960 que para el grupo pre-1941» y que «católicos blancos de bajos ingresos nacidos después de 1960 tienen unos niveles de asistencia a la iglesia particularmente bajos, sin importar la edad.» Entonces preguntan: «¿Ha hecho la iglesia algo para desalentar la asistencia de los católicos de bajos ingresos durante este periodo? ¿Estamos viendo efectos retardados del Vaticano II?»
No es que los católicos pobres hayan dejado de creer de repente. Las encuestas encuentran que ellos son más dados a describirse como religiosos que los católicos ricos, a encontrar fuerza y consuelo en la religión y ven la Biblia como la palabra literal de Dios.
También permanecen tozudamente leales. Según los investigadores, una razón por la que los protestantes pobres tienen mayor participación religiosa que los católicos pobres es que ellos están mucho más abiertos a probar otras denominaciones, mientras que los católicos pobres tienden a asistir a una iglesia católica… o ninguna. En 2008, la Encuesta del Ambiente Religioso de EE.UU. encontró que el 35% de los nacidos en iglesias protestantes cambiaron a una nueva iglesia, mientras que solo el 18% de los católicos saltaron de la barca de Pedro.
Posibles razones
Los investigadores sugieren una variedad de razones para la alienación de los pobres. Una de ellas puede ser que siente un «estigma» por su incapacidad de ajustarse a los modos y vestimenta de la clase alta. También sugieren que concentrarse en la justicia social en contextos religiosos «puede reforzar la división jerárquica entre los que proveen y los que tienen necesidad». «¿Entonces la iglesia católica de EE.UU., conscientemente o no, ha seguido una política que enfatiza el nicho suburbano?» se preguntan.
Aunque ya no vienen a Misa, los pobres no han dejado de estar con nosotros. El diez por ciento de los católicos de EE.UU. tienen ingresos familiares de menos de 20000$, y el 20% tienen ingresos anuales de menos de 30000$. Esta es la gente a la que la iglesia ya no habla.
Mary Douglas, una gran antropologista y devota católica, lo vio venir. Cuando los obispos de Inglaterra y Gales levantaron la obligación de la abstinencia de los viernes, sugirieron que había algo inconveniente en el gusto con el que los trabajadores irlandeses observaban el ayuno. Seguro, los obispos creyeron, que esta observancia exterior estaría mejor reemplazarla por un más cuidado y meditado cultivo de un estado interior de penitencia y perdón, ¿quizás complementado con un gesto de caridad?
Estos razonamientos anti-ritualísticos se hicieron a lo largo de todo el mundo católico durante y después del concilio. Douglas, que había estudiado ritos entre las tribus primitivas, se enfureció. Creía que la clase pobre irlandesa estaba siendo tratada injustamente por «una laguna en la comprensión de sus pastores». La jerarquía había hecho, «por la manera de su educación, sorda a las señales no verbales e insensible a su significado». Llegaron a preferir posturas éticas a la observancia ritual, y así olvidaron como hablar a los pobres.
Para gente que no tenía el tiempo y el entrenamiento necesario para cultivar una refinada vida interior o un exquisito juego de compromisos éticos, una tarea simple como abstenerse de carne da a la vida cristiana un significado y forma que no es menos profundo por ser inarticulado. Aboliendo prácticas que los católicos pobres habían atesorado durante tanto tiempo, los obispos actuaron con tal violencia que es difícil no verlo en términos de guerra de clases.
Por supuesto, la fe católica es sobre misterios divinos, no rituales humanos, aunque apreciados. Tomas de Aquino distinguía las formas ceremoniales de lo que es esencial para los sacramentos. Mientras que los sacramentos fueron instituidos por Dios, la forma de celebrarlos fue determinada por los hombres.
Esta distinción es la que dio a los padres de Concilio Vaticano Segundo la audacia para manipular los más antiguos ritos de la Iglesia. Aunque Aquino vio algo que demasiados en ese tiempo no: no se puede prescindir del ritual y éste no debe ser menospreciado. Necesitamos formas ceremoniales solemnes no porque sean esenciales sino porque los humanos siempre han tendido a comprender lo profundo a través de lo trivial.
Necesitamos caminos fijos y tangibles para percibir los misterios divinos. Es por esto que Aquino defiende no solo la importancia del ritual, sino también el uso de imágenes en la iglesia. El ofrece tres razones. Primero, las imágenes son necesarias para la instrucción de la gente sencilla. Segunda, ayudan a la memoria presentando diariamente el ejemplo de los santos. Tercero, ayudan a estimular la devoción.
Aunque realmente las tres razones de Aquino son una. Aunque primero defiende las imágenes como útiles para la instrucción de gente sencilla, él sigue explicando porque son útiles para todos. Para letrados e iletrados por igual, la memoria se fija y la emoción se despierta «más efectivamente por cosas vistas que por cosas oídas». Aquino era suficientemente sofisticado para darse cuenta de que todos los hombres son sencillos. Si los pobres necesitan arte y rito, todo el mundo lo necesita.
Es bonito ver cuando los católicos viven esta verdad. En la iglesia de St Patrick en Soho, centro de Londres, uno puede venir para las liturgias reverentes celebradas en el santuario o por la comida caliente servida en el comedor popular de la cripta. Algunos viene por ambas. Cuando estos sin techo llegan, no encuentran ninguna traza de condescendencia. Al final de la comida, los voluntarios se sientan junto con los huéspedes del comedor popular y cantan las alabanzas de un Dios que aceptaron humildemente.
Sólo cuando nos demos cuenta de nuestra propia pobreza habrá un retorno a la belleza, y solo cuando la Iglesia vuelva a la belleza volverá otra vez a atraer a los pobres. Damos la bienvenida a los pobres en nuestras iglesias siempre que les saludamos con imágenes santos y ritos solemnes a Uno que se nos acerca desde el Este. Si, sin embargo, rehusamos dar la bienvenida a los pobres y a su Señor, seguirá siendo candente en vez de bello.
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