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sábado, 11 de marzo de 2017

IGLESIA EN SALIDA.Por José María Martín OSA


1.- Llamada de Dios. Abrahán recibe la llamada de Dios que lo invita a salir de su instalación en lo conocido y experimentado hacia nuevos e indefinibles horizontes. Abrahán marchó. Su disposición de confianza absoluta será su auténtico sacrificio de Isaac. Su corazón fue fiel hasta en la prueba difícil, y así se convierte en el prototipo del creyente, en "padre" de los muchos que han vivido o viven la fe. No son directamente sus obras las que le merecen este título, sino el motivo, la raíz de su obrar. Toda vocación empieza por una llamada que nos saca de nuestra casa y de nuestras casillas. Puede tener formas diversas, pero siempre es una llamada a cortar con algo o con alguien, a ponerse en camino, a superarse, trascenderse y transfigurarse. La llamada puede decir: sal o sube o baja o ven...No se sabe lo que nos espera, pero hay promesa y bendición: “crecerás, te ensancharás”, tendrás fruto, darás vida, vivirás...No responder a la llamada significa conformismo, rutina, apego, falta de libertad, esclerosis, parálisis, vejez, vacío, tristeza, esterilidad, muerte.

2.- Una vocación es la de anunciar el evangelio. Es una vocación gozosa, como ninguna. Nada más hermoso que predicar a Jesucristo, es decir, la gracia y la salvación de Jesucristo. Pero es también una vocación dura, dolorosa, porque encuentra el rechazo de muchos y la persecución de algunos. San Pablo recordaba a Timoteo que debía tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, con la ayuda de Dios. Somos ciudadanos del cielo, pero ahora vivimos en la tierra y es aquí donde debemos demostrar que Dios transforma nuestro cuerpo humilde y nos hace vivir como hombres y mujeres renovados. ¿Cómo vivo mi fe, soy coherente, soy capaz de encarnar mi fe en la vida concreta?

3.- Por la cruz, a la luz. La transfiguración en los sinópticos está relacionada estrechamente con la Pascua, el triunfo de Jesús sobre la muerte. Pero para llegar a la luz hay que pasar por la cruz. La pasión es el paso previo a la resurrección. También el pueblo de Israel tuvo que realizar ese "paso" de la esclavitud a la libertad. La teofanía de la transfiguración presenta una serie de elementos simbólicos que evocan la experiencia del Éxodo: el lugar de la revelación de Dios (montaña), su presencia en medio del pueblo (nube), la mediación de la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Haremos tres chozas, sugiere Pedro, porque allí se estaba muy bien. Pero se oye una voz: "Este es mi Hijo, escuchadle". Quizá lo que nos ocurre muchas veces a nosotros es que no estamos dispuestos a escuchar su Palabra; quizá por eso vivimos una fe desencarnada de la realidad y nos cuesta tanto unir fe y vida. Es la gran asignatura pendiente del cristiano. Meditando este texto, en el Sermón 78, San Agustín nos dice: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor".

4.- Desde Cristo, Dios está en el hombre. Desde Cristo, Dios se hace presente en la reunión de los hermanos en la fe, a la que podemos llamar Iglesia. La Iglesia es, pues, nuestro más cercano y más visible Tabor. Cierto que no todo lo que allí encontramos es luminoso y santo. La Iglesia tiene aún mucho de Sinaí y del monte de las tentaciones. Es también monte Calvario. Pero en la Iglesia hay también experiencia de Dios, presencia de Cristo, dinamismo del Espíritu. En la Iglesia se recogen y actualizan las palabras de Moisés y los profetas, se escucha la voz del Padre y nos envuelve la nube misteriosa. En la Iglesia se renueva la transfiguración, se enciende la esperanza y se contagia la alegría. En la Iglesia toda transformación es posible, el cambio es necesario y se afirma la trascendencia. En la Iglesia hay verdad y certeza y amistad. En la Iglesia está Cristo resucitado, el Hijo bien amado y el derroche del Espíritu, que nos llevan al Padre. La Iglesia, Tabor de las revelaciones y transfiguraciones, el monte de la luz, de la palabra y del amor. Entonces es claro que también nosotros podemos “estar con Él en el Monte Santo”. Pero el Papa Francisco nos recuerda constantemente que la Iglesia tiene que estar siempre en una actitud de “salida”, ir al encuentro del hermano pobre o alejado para anunciarle la belleza y la gracia del evangelio.

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