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sábado, 11 de marzo de 2017

Cuaresma, con los ojos puestos en Jesús. Por Rodrigo Huerta Migoya

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Otro año más, desde la Cofradía del Cristo de la Piedad y la Soledad de Lugones se me pide unas palabrejas sobre el tiempo litúrgico presente. Esperado humildemente que pueda servir de ayuda, aquí dejo algunas ideas para estos días.

Durante la Misa del Miércoles de Ceniza, escuchando al sacerdote en la homilía hablar de la finitud del ser humano, vino al instante a mi memoria una inscripción que leí en la entrada del cementerio parroquial de Celada (Villaviciosa, Asturias) que rezaba así: ''Mira hermano dónde estoy, fijate bien. Y no olvides que mañana has de ser lo que yo hoy''. Creo que resume muy bien aquello que antaño se decía y aún reza en la fórmula de imposición de la ceniza: ''Pulvis es et in pulverem reverteris''  (en polvo te convertirás).
Es evidente que los hay que no creen en Dios y que hay gente que vive sin mirar el futuro, Ahora bien, ¿vivimos los cristianos conscientes de que nuestro futuro esta únicamente en Dios?... Cuantas dudas sobre la mesa, cuantos miedos y cuantos dioses que adoramos cada día y que no son Dios.
Iniciamos este tiempo de gracia, a veces ahogado de buenas y piadosas actividades que no dejan de decirnos que es un tiempo austero y penitente: abstinencia, vía crucis, ayunos, pláticas... un mar de actos que nos recuerdan que estamos en Cuaresma, pero a veces se nos escapa o se nos diluye que detrás de todo ello está el Señor.
Cuaresma sí, pero con los ojos fijos en Jesús y en el Evangelio, atendiendo a lo que en este año nos propone Cristo, al que nunca podemos perder de vista. Y así lo anunció el profeta: ''mirarán al que atravesaron'' (Zac 12,10)
Al hilo de los evangelios de estos cinco domingos he sacado una pequeña idea sobre la que poder reflexionar a lo largo de esta cuarentena.

I. Con Jesús no sólo 40 días

Entramos en el desierto con Jesús, conscientes de que al estar en soledad seremos víctimas de las tentaciones, que unas veces en el oasis y otras en la estepa, nunca dejarán de presentarse.
Hacemos aquí hincapié a ese ruego que de continuo repetimos en el Padrenuestro: ''líbranos del mal'', pues al ser nuestras fuerzas tan flacas, necesitamos el don del Espíritu de fortaleza (que pedimos al Paráclito) para plantarle cara al maligno y salir victoriosos en la batalla.
No hace falta pensar en libros de fantasía ni películas de exorcismos, pongamos por caso el simple sonido del despertador cuando el demonio a la oreja -como nos recuerda ese antiquísimo canto- nos susurra tantas cosas necias. Buscamos intensificar nuestra relación personal con Dios por ser éste un tiempo fuerte, pero no perdamos de vista que ningún día debería venirnos mal para estar con ÉL.

II. Jesús Sacerdote

En el segundo domingo se proclama el evangelio dónde Jesús se transfigura. Bien sabemos que la fiesta de la Transfiguración (o del Salvador, como festejamos en Asturias) se celebra el 6 de agosto, pero, ¿por qué contemplar un pasaje con tintes pascuales en el umbral cuaresmal?
Quizá sea una indicación de que la cruz no es el final, sino el puente que lleva a la Gloria y a la vida eterna.
Que el Vía Crucis no acaba en la estación XIV sino que hay que pasar a la XV, la cuál es sin duda el Sagrario. La Salvación, ofrecida a todos, y que será para "muchos", tuvo un precio pagado con sangre: ¿que hago yo en pro de mi salvación?...
También antiguamente era este domingo uno de los elegidos para la celebración del Orden Sacerdotal. El presbítero, al ser ordenado ya no se pertenece, como el mismo Cristo se hizo sumiso a la voluntad del Padre: "Se despojó de su rango toando la condición de esclavo".
Este pasaje es ciertamente hermoso para contemplar el sacerdocio de Cristo, al que todos estamos adheridos por el bautismo. Dios nos llama como lo hizo el Redentor, eligiendo a los que serían testigos de su transfiguración. Nos invita a apartarnos del ruido para hablar de corazón a corazón. Únicamente nos queda sentirnos gozosos, cómodos y felices en su presencia, en nuestro trato de tú a tú, para como Pedro asentir: ''Señor que bien estamos aquí''.

III. Nuestra agua

Cuando los niños llegan a casa fatigados de toda una tarde de corretear suelen pedir un refresco, a lo que las madres recurrentes suelen contestar: "bebe agua que los refrescos no quitan la sed". Cuando uno es pequeño siente rabia por que piensa que lo dicen para no complacer, pero en realidad te lo dicen porque quieren ayudarte realmente (y ahorrar y educar un poco de paso, que no está mal). Un refresco te llevará a un segundo y hasta un tercero sin lograr saciar la sed, mientras que el que bebe agua quizá con un vaso ya quede satisfecho.
Ocurre lo mismo en nuestras vidas, el que conoce a Cristo no necesita más, mientras que quien le rechaza o desconoce busca por todos los medios rellenar su vida con otras actividades, "hobbies" y creencias que vienen a confirmar el dicho de Chesterton que "cuando se deja de creer en Dios, se acaba creyendo en cualquier cosa".
Por eso el alma del cristiano ha de ser "como el ciervo que a las fuentes de agua fresca va veloz", presuroso... porque sabe bien dónde será saciado; así nosotros en esta Cuaresma acudamos al Sagrario para aliviar el cansancio y la sed que provoca peregrinar por el desierto.

IV. Nuestra salud

Otra realidad para la reflexión podría ser caer la relaión "Cristo, el enfermo y la Iglesia". Ya sin meternos en profundidades teológicas o éticas, sino tener claras algunas cosas. A mi me enseñaron que los enfermos son privilegiados de Dios, tanto es así, que la Iglesia cuando pone en marcha algo (un sínodo, el estudio de un trabajo importante etc...) a los primeros que confía ese proyecto para que se lo presenten al Señor es a los enfermos.
¿Pero qué podemos ofrecer a una persona enferma y postrada cuando no está en nuestras manos remedio alguno? No hacen falta promesas de curaciones milagrosas, sólo llevar compañía y con ella a Jesús. Él no va para curarles el cuerpo sino el espíritu, para confortarles en su tribulación y darles fuerza para sobrellevar la cruz, alivo y consuelo. Leía hace tiempo un poema de un señor llamado Antonio P.C. que a continuación relato. Quizá el autor no pensara en Jesús al escribirlo, pero nosotros podemos aplicarlo a nuestra vida de fe pensando en los enfermos:

Estoy enfermo
y ahora necesito de tu visita,
de tus flores y bombones,
de tus besos y canciones,
de un abrazo tuyo, mi vida
de tus conversaciones,
de tus caricias, mi amiga.

Y esta mañana me dijo el doctor
que esto se cura,
sí...que se cura con tu amor,
que no necesita mi corazón
de '13' puntos de sutura,
ni de alcohol,
ni tampoco de algodón,
que no hay vacuna alguna
y que sólo me receta
un soplo de tu respiración,
una dosis de tu amor.


V. Nuestra vida


"Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar que es el morir, allá van los señoríos dispuestos a acabarse de consumir". Todos conocemos lo bien que ejemplificó Jorge Manrique la muerte, el cual en sus "Coplas" por la de su padre nos presenta la muerte y la vida cara a cara,
Nuestra vida es una figurita de cristal frágil, o siguiendo el símil del salmo "como la flor del campo, que el viento la roza y ya no existe; su terreno no volverá a verla".
Consientes de que tenemos una fecha de caducidad, pero sin conocer esta, debemos dejarnos siempre en manos del creador. Él nos lo da, Él nos lo quita: ¡Bendito sea!
Y mientras llega esa hora desconocida pero segura, tan solo cabe vivir con confianza y sencillez. El Papa Francisco en una homilía del pasado mes de enero lo describía ese momento de forma clara y concisa: "Este es el centro de nuestra vida: Jesucristo. Jesucristo que se manifiesta, se hace ver y nosotros estamos invitados a conocerlo, a reconocerlo; en la vida, en las tantas circunstancias de la vida, reconocer a Jesús, conocer a Jesús".

Que el recogimiento al que invita la Santa Cuaresma ayude a todo el que quiere seguir al Maestro a dejarlo todo para seguirlo y ser sus discípulos en cada lugar y momento.

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