Fue una de las oraciones de Jesús que nos ha recogido el evangelio de San Juan, en el contexto de aquella Última Cena de confidencias y emociones ante el drama que se avecinaba: “Padre, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea” (Jn 17,21). La unidad que había entre el Padre Dios y el Hijo Jesús es la que el Maestro deseaba mirando el horizonte de la historia toda, para que tal testimonio pudiera suscitar la fe a los que se anunciaba la Buena Nueva. Pero cuando vemos los dos mil años de cristianismo, lamentablemente no podemos decir que esa oración pedida por Jesús haya encontrado en los cristianos la acogida deseada sino tantas veces la ruptura una y otra vez escenificada.
Acabamos de empezar la semana de oración por la unidad de los cristianos. Este año coincide con la conmemoración del 5º centenario del comienzo del luteranismo, cuando Martin Lutero clavó sus célebres noventa y cinco tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg. Era el inicio de la división del cristianismo en Occidente. Como ha dicho la Comisión Episcopal de relaciones interconfesionales, “el consenso al que se ha llegado para poder conmemorar juntos este aniversario es que sea una celebración de Cristo y de su obra reconciliadora. En este sentido, se invita a las distintas Iglesias y comunidades eclesiales a dar gracias a Dios por los dones espirituales y teológicos de la Reforma, pero también al arrepentimiento por la división causada y mantenida en el Cuerpo de Cristo y los demás pecados cometidos, y a fortalecer nuestro testimonio común del Evangelio de la misericordia en el mundo y nuestro compromiso de caminar juntos en el futuro”.
El lema escogido para esta semana de oración, se inspira en un texto de la 2ª carta de San Pablo a los Corintios: “Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia”. Sí, todo amor es apremiante, aviva el deseo que no nace de la prisa sino del afecto que bien quiere. Este amor que nace del corazón del Señor quiere que vivamos reconciliados superando lo que nos ha hecho extraños, rivales e inmisericordes por nuestros pecados que han falseado la verdad, han roto la esperanza y han empañado la verdadera caridad cristiana.
Pero no sólo se ha vivido la división por las ideas e interpretaciones en tiempos pasados, sino que en nuestros días además de los esfuerzos reales por una comunión reconciliada, asistimos a un escenario común que nos pone a todos los cristianos ante la prueba del martirio. Como han dicho los obispos de la Comisión Episcopal citada, “hoy muchos de los que padecen el terrorismo, la violencia y la guerra son cristianos de distintas confesiones que viven en regiones que fueron la cuna del cristianismo, en las que durante siglos hubo una convivencia pacífica y mutuamente enriquecedora entre personas de distintas religiones. Es el ecumenismo de la sangre del que habla el papa Francisco. El siglo pasado fue un siglo de mártires, un siglo de testigos de la misericordia en un mundo inmisericorde, de inocentes que entregaron su vida como el Cordero sin mancha que quita el pecado del mundo. Los totalitarismos ateos del siglo XX, negando a Dios socavaban a la vez la dignidad de todo ser humano. Hoy esas mismas amenazas renacen en la forma de nihilismo y de un fanatismo disfrazado de religión”.
Nos unimos a esta intención de rezar por la unidad entre cristianos, siendo fuertes y creativos ante otras amenazas que quebrantan la verdad, la bondad y la belleza de la vida a las que Dios nos llamó como testigos de su Buena Noticia.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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