Carmelo López-Arias / ReL
29 diciembre 2016
Los milicianos del Frente Popular mantuvieron un carro de bueyes girando toda la noche alrededor de la checa de Pola de Somiedo (Asturias), de modo que los chirridos apagasen sus lamentos. Abusaron de ellas durante horas, y en la mañana del 28 de octubre las fusilaron, desnudas para mayor humillación.
Octavia, Olga y Pilar (41, 23 y 25 años, respectivamente) pidieron ver a un sacerdote antes de morir, pero al único que había lo habían asesinado el día anterior. Varias mujeres se habían ofrecido voluntarias para la ejecución, y tres de ellas la llevaron a cabo. Murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Dios!, lo mismo que habían replicado desde su detención a cada promesa de libertad si gritaban ¡Viva Rusia! y ¡Viva el comunismo!
Las mártires de Somiedo eran enfermeras de la Cruz Roja de Astorga (León) que prestaban servicio en el frente asturiano, en el hospital del Puerto de Somiedo, a donde llegaron el 18 de octubre. Pudieron ser reemplazadas al cabo de una semana, pero no quisieron separarse de los heridos. El día 27, poco antes de que el lugar cayese en manos frentepopulistas, se les presentó la oportunidad de escapar y, por la misma razón, renunciaron. De poco sirvió, porque los 14 heridos fueron rematados en sus camas. A los prisioneros hechos ese día, incluidos el médico y el capellán, los mataron a todos, entre ellos dos falangistas fusilados inmediatamente antes de las enfermeras.
La historia de las mártires de Somiedo, cuyos restos se encuentran enterrados en la capilla de San Juan de la catedral de Astorga, es una entre muchas que implicaron víctimas de la Acción Católica. La cuenta Laura Sánchez Blanco, profesora de la Universidad Pontificia de Salamanca, en una obra muy ilustrativa: Rosas y margaritas. Mujeres falangistas, tradicionalistas y de Acción Católica asesinadas en la Guerra Civil (Actas).
Tres en Valencia, ya beatificadas en 2001: Florencia Caerols Martínez, Amalia Abad Casasempere y María del Pilar Jordá Botella (de 46, 38 y 31 años). Y las tres enfermeras de la Cruz Roja, cuya causa de beatificación avanza en el Vaticano hacia el reconocimiento del martirio.
En octubre de 1937 fue detenido como instigador de los crímenes un antiguo miembro del sindicato minero de la UGT, presidente de la Casa del Pueblo de Villaseca de Laciana (León), apodado El Patas, que sería condenado a muerte. Las había entregado a los milicianos para que hicieran con ellas lo que quisieran.
La profesora Sánchez Blanco destaca que, cuando las desenterraron, en enero de 1938,los cuerpos estaban en estado de casi incorruptibilidad (para lo cual pudo haber causas naturales, como las bajas temperaturas invernales de la montaña astur-leonesa), lo que permitió identificar perfectamente a cada una de ellas.
Octavia Iglesias Blanco, de 41 años, nació en Astorga, era hija única y había vivido siempre con sus padres, por lo que su asesinato fue para ellos particularmente devastador. Era prima de Pilar y, como ella, de las Hijas de María, las Conferencias de San Vicente de Paúl y la Acción Católica, además de catequista. Durante el breve cautiverio se preocupó de los demás, pidiendo agua para los desfallecidos y sirviéndosela, como contó Concha Espina en el escrito que consagró a las tres mártires: Princesas del Martirio.
Olga Pérez-Monteserín Núñez, de 23 años, nació accidentalmente en París, en uno de los viajes profesionales de su padre, el pintor Demetrio Pérez- Monteserín (1876-1958), natural de Villafranca del Bierzo asentado en la capital maragata. Durante el asalto al hospital, Olga recibió una herida superficial de bala en la cara, sin que ello le apartase de cuidar a los enfermos. El dolor de su padre ante la muerte de su hija se plasmó en su cuadro del Redentor titulado La Santa Faz del más Grande Dolor, pintado en aquellos momentos dramáticos y que quiso firmar con la fecha de la pérdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario