Había estado invitado varias veces. La agenda y sus sobrecargas no me permitieron allegarme antes a la cita. La espera se vio cumplida y yo quedé asombrado por cuanto allí se me gritaba y decía. No pocas veces voy buscando el rastro que Dios nos deja, tal vez para que despertemos y abramos los ojos, conmovidos ante lo que vale la pena; para que no censuremos las preguntas que nos anidan por dentro y nos asombremos ante lo bueno y bello que siempre entraña lo mejor.
Ese rastro es el que he encontrado visitando un centro de educación especial: la Asociación de Paralíticos Cerebrales (Aspace) que surge en Oviedo hace ya cincuenta años. Admirable y sorprendente en todos los sentidos. Me recibió Rafael Pedregal, Presidente de la Comisión Permanente, y le acompañaban tantas personas que allí trabajan en toda una organización al servicio de las personas que sufren esa enfermedad: médicos neuropsiquiatras, psicólogos, fisioterapeutas, educadores, cuidadores, personal de servicios... los fui saludando a todos con inmensa gratitud y admiración. No pocos de los asociados son padres y madres cuyos hijos tienen esa enfermedad que aparentemente impondría una desgracia en sus hogares, por lo que supone afrontar tamaño desafío que todo lo desbarata según los cálculos del bienestar egoísta que no acepta ningún revés.
Algunos de los niños nacieron con esa parálisis cerebral, otros la han adquirido por no sé cuántas patologías o por algún accidente. Pero el hecho es que esos pequeñinos o esos adultos, vienen a nosotros como un reto que pone a prueba nuestra humanidad sin trampa ni cartón, nuestra humanidad a flor de piel. Y ahí radica la verdadera estatura de lo que entraña nuestra condición humana y nuestra autenticidad cristiana. Ocurre igual ante los niños "dawn", esos que ahora apenas nacen... porque no los dejan nacer.
Aspace es un homenaje al respeto por la vida tal y como la vida se nos da. No hay un diseño genético para seleccionar un coeficiente de inteligencia, ni un canon de belleza, ni siquiera un género de sexo particular. La vida viene cuando es deseada con amor, y llega como fruto de un don con mayúsculas no como egoísta cálculo de una pretensión que termina siendo inhumana en su alarde caprichoso de eliminar la vida que no aceptamos antes o después de nacer. Los genocidios del pasado siglo tienen nombre y sus ideologías tienen siglas conocidas. Es la tragedia de quien no reconoce que su propia vida es un regalo y concibe la vida ajena sólo por encargo de un interés mezquino y banal.
Me acerqué con inmenso respeto a los más pequeños. El lenguaje con el que me daban gracias por una temblorosa caricia de mis manos, eran sus ojitos... ¡cómo hablaban aquellas miradas! O los que eran algo más grandes se te abrazaban para expresar así su gratitud por no rechazarles. O los adultos a los que les bastaba que pronunciases su nombre y les preguntases algo aguardando la respuesta que ellos podían darte. A los que cuidan de esas personas, de esos seres humanos tan dignos por lo menos como nosotros, tan amados por Dios y por sus padres como los que más, les pregunté: ¿qué les dais, qué les ofrecéis? Lo mismo que a Vd., me dijeron: ayudarles a que sean felices como ellos pueden y quieren serlo, no con nuestra idea de dicha, sino con la que ellos esperan y nosotros humildemente aprendemos a ofrecerles.
Las flores adornaban las imágenes de María en su mes de mayo: también ellos aprenden a rezarla mirándola; como expresan el arte con la música o la pintura, o practican deporte. Esos niños, jóvenes y adultos fueron para mí el rastro que puso rostro a lo que en ellos se me daba... inmerecidamente. No son un fallo de la naturaleza, no son juguetes rotos eliminables. Son los renglones derechos de Dios con los que Él nos cuenta también la más bella historia cuando acertamos a escucharla, acariciarla y agradecerla con la misma ternura y respeto con que fue escrita y eternamente soñada. La ternura con la que las gentes de Aspace la cuidan como un tesoro que paradójicamente te enriquece con valores verdaderos que no pasan y que nunca caducan. A todos vosotros: ¡gracias!
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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