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jueves, 19 de mayo de 2016

El Venerable D. José Mª García Lahiguera y la Fiesta litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Por Rodrigo Huerta Migoya

El jueves siguiente a Pentecostés, a tan pocos días de concluir la Pascua y retomar el ritmo del Tiempo Ordinario, la Iglesia celebra la festividad litúrgica de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Parece una celebración como otra cualquiera sin apenas resonancia en el calendario, sin embargo, es un día hermoso para pedir y dar gracias por nuestros sacerdotes. Para ellos es, o ha de ser, un día clave en el que mirar al único sacerdote, modelo, principio y sentido de este santo ministerio. Hoy en muchos países del mundo católico se comparte nuestra fiesta, y digo bien, pues los españoles podemos presumir de ser pioneros en festejar el sacerdocio del Señor, algo que tenemos  que agradecer a un hombre de impresionante talla espiritual como fue Monseñor García Lahiguera. 

Pero lo curioso de este bendito hombre de Dios, no es que haya pasado a la historia por haber fundado una congregación de monjas en la guerra civil, por participar en el Concilio Vaticano II o su episcopado como auxiliar en Madrid–Alcalá primero, y como titular después; como obispo de Huelva después y el Arzobispo de Valencia finalmente. Nada de esto es lo primordial, sino que Don José María, a pesar de haber fallecido hace ventisiete años, sigue vivo gracias a ese corazón sacerdotal tan celoso como humilde que siempre le definió. Ya en los setenta preguntaban ¿Cómo es el Arzobispo de Valencia?... Un grandísimo sacerdote era la respuesta común. Esto ya dice mucho de él cuando tantos adjetivos pueden ser aplicables a un prelado y el que le define por antonomasia es el de sacerdote. Sabemos que los obispos gozan de la plenitud sacerdotal, pero al hablar coloquialmente de ellos se sabe que piensan y actúan como obispos con sus responsabilidades. Pero monseñor Lahiguera fue de aquellos que nunca dejaron de ser "cura" pues para él no había mayor valor que el del ministerio, sin otras aspiraciones o privilegios.

A todos rogó siempre oraciones por los presbíteros, hasta el punto que sus hijas espirituales, las Oblatas de Cristo Sacerdote, que fundara en Madrid junto a la Madre Mª del Carmen Hidalgo de Caviedes en 1938 tienen por carisma esta imprescindible tarea: orar noche y día ante el Santísimo por los ministros ordenados y por su santificación. Nunca, por intempestiva que sea la hora, faltaba una monjita que estuviera pidiendo por tal noble causa. Moncada es la esencia sacerdotal de Valencia, pues en dicha localidad se encuentra el Seminario Mayor, y, a escasos metros, separados por un bello campo de naranjos, el convento de las Oblatas que son para los seminaristas fortaleza y estímulo para los momentos de noche oscura e incertidumbre vocacional.

La Fiesta litúrgica referida tiene su origen precisamente alli, en Moncada, dado que fueron los fundadores de esta Congregación los que en 1950 solicitaron al Papa Pío XII permiso para celebrarla; dos años después, la Santa Sede responde favorable a este ruego. Cuatro años más tarde, Don José María, luchó con todas sus fuerzas por unir al clero madrileño en su intención de solicitar a Roma que Cristo Sacerdote tuviera su lugar en la liturgia, y más de una década después, en pleno Concilio Vaticano II tomó la palabra para proponer un día en el año litúrgico para dar gracias por las vidas y entregas de los que por sus manos hacen presente a Cristo.

Ya en 1971, bajo el Pontificado del Beato Pablo VI, fueron aprobados los textos eucológicos de esta fiesta, sin embargo, se dejaba "libre" su celebración o no, a juicio de cada Diócesis Española. Monseñor Garcia Lahiguera, como fiel promotor de esta devoción, divulgó los textos a incluir tanto en la Eucaristía como en la liturgia de las horas por toda España con la esperanza de que calara esa sensibilidad por el Orden Sacerdotal en todo el Pueblo de Dios. Al año siguiente, la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española decidió por unanimidad la aprobación de dicha fiesta de forma fija cada jueves posterior a Pentecostés en todo el territorio nacional, celebrándose de forma unánime un año más tarde, como recordará el liturgista Ramón de la Campa Carmona en la "Misa Propia" incluida en el Misal Romano y dentro de las llamadas "Misas Votivas". 

Celebrar a "Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote" no sólo es recordar que un Jueves "Santo" el Señor instituyó el Sacramento del Amor, no; es pararnos a contemplar la grandeza del misterio de la Eucaristía, pues además del "Corpus Christi" en sí mismo de cada Santa Misa hemos de hacer en éstas un alto para la "contemplatio" y la "meditatio". Más el día de hoy la mirada se dirige al que es Sumo Sacerdote y a sus ministros que por la ordenación lo son para la eternidad llamados a la misma con Él, por Él y en Él. Jesucristo extendió sus brazos en la Cruz, los sacerdotes los extienden en su Persona ante el Altar. 

Son la voz que nos llama a estar preparados como proclamaba el Precursor, pues el sacerdote anuncia y actualiza la presencia del que ya vino, del que ya está y del que ha de venir.

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