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jueves, 17 de octubre de 2013

Es necesario cambiar de rumbo

 
1. El carácter sagrado de la vida humana
Aprovechando el contexto, como dice el Papa Francisco, de la anunciada nueva ley sobre el aborto prometida por el partido que sustenta el Gobierno de la Nación, quiero sumarme a la voz de la profesora María Lacalle en defensa de la dignidad y el respeto que merece toda vida humana. Más que la reforma anunciada de la ley del aborto, a mi parecer, esta ley debería haber sido derogada inmediatamente. Son muchas las razones para su abolición. Además de la razón principal que es la permisión de la muerte de un ser inocente, la ley actual consagra como justicia un inexistente «derecho» a provocarle la muerte. El hijo no nacido (el embrión o el feto) en ningún caso es un agresor; es un ser humano inocente que merece acogida, respeto y cuidado amoroso. No hacerlo así es socavar los fundamentos de la civilización, o lo que es lo mismo, entronizar un concepto despótico de libertad ‒ una guerra de los poderosos contra los débiles (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 12) ‒, o transformar el Estado de derecho en una democracia totalitaria (Cf. EV 20). La vida humana es sagrada y está custodiada por el mandamiento ¡No matarás! El aborto voluntariamente provocado, como enseña el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes, nº 51), es un crimen abominable.
 
2. Falsedad de los argumentos a favor del aborto
Aprovechando la técnica de la manipulación del lenguaje y con el fin de ocultar o enmascarar la realidad, las ideologías que promueven la contracultura de la muerte han introducido términos y conceptos nuevos con el fin de afirmarlos después como «nuevos derechos». Me refiero a los términos «interrupción voluntaria del embarazo», «salud reproductiva», «derechos reproductivos», «derechos sexuales» referidos a una libertad individualista sin vínculos, o al nuevo concepto de «ciudadanía íntima» que reconduce toda conducta en el campo de la sexualidad al establecimiento de la negociación moral entre individuos. El aborto no interrumpe sino que aplasta al ser humano naciente. El aborto no cura ninguna enfermedad sino que mata a un ser inocente. No existe el derecho a dar muerte al ser humano inocente e indefenso, ni puede decidirse su vida por una negociación privada e íntima entre individuos que dejan a un tercero sin voz ni defensa. La vida humana es el primer derecho que el Estado debe proteger desde la fecundación hasta la muerte natural. Sólo así se puede recuperar la razón de convivencia y el sentido de la vida en sociedad: procurar el bien de la persona y de todas las personas.
El aborto no es sagrado; es diabólico porque exalta la muerte del inocente y nadie puede invocar el «derecho a decidir» cuando se trata de otro ser humano. Reclamar la libertad para dar muerte al ser humano más inocente e indefenso es la corrupción de la misma libertad. Permitir como derecho el aborto es la corrupción del Estado de derecho.
Las leyes no pueden permitir la esclavitud en ningún caso porque atenta contra la dignidad del ser humano. Lo mismo ocurre con la vida humana. O se está en la vida o en la muerte. La ley no puede admitir excepciones cuando se trata de un ser indefenso e inocente que en ningún caso puede ser llamado agresor. Buscar atajos al derecho a la vida es aceptar la corrupción de la justicia.
 
3. Defensa de la vida naciente y de la mujer
La apuesta de una sociedad de progreso y civilizada no puede ser otra que la ayuda a las madres y el respeto a la vida naciente. Esto no significa desconocer las situaciones extremas en las que a veces se ven abocadas las mujeres a acudir al aborto. Menos significa entrar en juicio con ninguna de las madres. Ahora bien, a mayores dificultades más ayudas hay que ofrecer; esa es la verdadera solución. Como nos repite el Papa Francisco, la Iglesia es el rostro de la misericordia de Dios y está en el mundo como un hospital de campaña para curar todas las heridas que provoca el pecado personal y este mundo insolidario.
La solidaridad, que debe caracterizar a los católicos, no desconoce que la mujer es también víctima del aborto, dejada la mayor parte de las veces sola y expuesta al síndrome post-aborto que le provoca tanto sufrimiento. Del mismo modo la atención a las madres reclama a su vez apoyo a la maternidad para hacer viable el don del hijo y los recursos necesarios para su acogida y educación. Las sociedades que progresan son aquellas que respetan la vida humana y a la familia donde esta vida puede ser custodiada por el amor paterno y materno.
Desgraciadamente son muchas las ideologías que han tomado el tema de la mujer, considerada en abstracto, como bandera para sus proyectos liberacionistas o de carácter revolucionario. Todavía es una asignatura pendiente en España la promoción de una cultura que custodie el «genio femenino». Favorecer la propia vocación de la mujer sin retorcer la naturaleza de la persona, garantizar su presencia y su dignidad en la familia, en el trabajo, en la vida religiosa, social o política son cuestiones que merecen ser profundizadas sin abstracciones ni reduccionismos. Salvaguardar el carácter específico de la mujer requiere una mirada de equilibrio en la que se tenga en cuenta tanto su dimensión personal individual, su llamada a la esponsalidad y maternidad como su presencia en la vida pública. En cualquier caso empujarla hacia el aborto siempre será un fracaso de la humanidad.
 
4. Garantizar la educación y ganar los corazones
Personalmente estoy convencido de que los defensores del aborto, después de los avances de la biología y la genética, se han quedado sin argumentos. Lo que queda es una especie de ceguera espiritual provocada por el modo de vivir y las ideologías.
Para acabar con el aborto hay que cambiar el concepto de sexualidad y el estilo de vida que propició en su momento la «revolución sexual». La sexualidad es una dimensión de toda la persona y no queda reducida al bien del impulso erótico o a su dimensión afectiva o emocional. El bien de la sexualidad no es sólo la satisfacción, el placer o las emociones. El bien de la sexualidad equivale al bien de la persona. Es por tanto un bien «inteligible» que necesita de un amor inteligente que dirija el impuso erótico y las emociones. Este es el objeto de la educación sexual que tiene como eje la vocación al amor. Sin esta educación la persona no aprende a gobernarse ni alcanza la libertad para el don. Uno necesita antes poseerse para poder darse. De ahí deriva la responsabilidad en el amor y el trato sexual amoroso en el lenguaje humano del cuerpo.
La educación para el amor desbloquea la ceguera espiritual que reduce el amor a satisfacción del impuso erótico o a la promoción intermitente de emociones. El amor inteligente gobierna la libertad y la hace pervivir como don de sí mismo en el tiempo. A esto se llama comunión o dimensión unitiva de la sexualidad que está abierta a la promoción de la vida humana: dimensión procreativa.
El amor que lleva a la comunión es fecundo y tiende a la prolongación en el hijo. No es éste el programa que se prevé en los «Estándares de educación sexual para Europa» (preparado por la OMS), que está totalmente atrapado por una visión reductivista de la sexualidad en la que están previstas la exaltación de la masturbación, la orientación sexual a la carta, el aborto, etc.
Necesitamos un cambio en la educación sexual cuyo objetivo ha de ser el aprendizaje del amor inteligente y necesitamos también mostrar la belleza de la sexualidad que deriva de la antropología adecuada. Para ello se necesita lo que los Papas han llamado «nueva evangelización» para ganar los corazones que están endurecidos por las ideologías o por la «liquidez» de la llamada sociedad postmoderna. Los católicos hemos reconocido, por la gracia de Dios, el rostro del verdadero amor en Jesucristo, quien nos enseña a amar hasta el extremo de dar la vida por el otro.
 
5. Una gran oportunidad
Estamos en un momento que podemos calificar de histórico. El Gobierno de la Nación tiene la oportunidad de cambiar el rumbo de lo que ha conducido a España a la banalización de la sexualidad humana, y al crecimiento de una generación de jóvenes desorientados por una educación que ha prescindido de los grandes bienes de la persona. Parafraseando las palabras del evangelio podemos afirmar que no solo de economía vive el hombre. Los bienes inmateriales, los bienes espirituales, son decisivos para el hombre y el futuro de la sociedad.
España está anclada en un invierno demográfico y perdiendo población. Es el momento adecuado para ponerse a la cabeza de Europa en la defensa de la vida humana, en la promoción del matrimonio y de la maternidad para que a los niños no les falte en su educación la figura del padre y de la madre. Es un momento propicio para apostar por la defensa del verdadero «genio de la mujer» y por la cultura de la vida. Ruego a Dios que este momento no sea desaprovechado y que nuestra sociedad española, con la ayuda de todos, enderece su rumbo hacia el bien y el auténtico progreso de nuestras familias. Una buena contribución para este objetivo es el libro de la profesora María Lacalle que hoy presentamos.
 
Madrid, 16 de octubre de 2013
+ Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares

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