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miércoles, 5 de junio de 2013

La noche en que faltaron los sobrinos de Rafaela

Por D. Jorge Glez. Guadalix
 
 
Se extrañó Rafaela de que no pasaran a saludarla sus sobrinos como cada noche. Cosas de gente joven, siempre ocupada.
Al día siguiente quedó todo aclarado. Unos amigos de Madrid les habían invitado a la conferencia de un teólogo de moda, y quisieron aprovechar la oportunidad. Al solecito, porque había que aprovechar el momento, contaban a Rafaela lo que escucharon.
¿Y qué tal? ¿De qué habló? Juan, entusiasmado. Tía, no sabes cuánta gente, y qué cosas decía… Marisa, más prudente: pues yo no sé qué decirte… no me aclaré mucho. Pues hija, de algo hablaría, digo yo… Sí, de Jesús, de la iglesia, de los pobres. Ya, pero es que eso es muy viejo.

Bueno, siguió Juan, dijo que algo así como que en la Iglesia no se puede hablar, que hay miedo, que la gente está asustada.
Así que en la Iglesia no se puede hablar, respondió Rafaela. Y supongo que la prueba de ello fue la conferencia del otro día ¿no? Porque digo yo que eso de no poder hablar pero a la vez soltar una conferencia para tanta gente no se entiende. Yo no sé si se podrá hablar o no, pero mira, aquí esta Joaquina, que te lo puede decir. Oye, Joaquina, ¿tú y yo hemos podido decir en las reuniones y al señor cura siempre lo que nos ha parecido? Y cuando vino el obispo, ¿recuerdas si pudimos decirle lo que nos creímos oportuno y si alguien nos prohibió algo?
¿Quién se queja de no poder hablar, don Ramón, que ponía verde al papa a la menor oportunidad? ¿Don Justo, sí, el que decidió cargarse todas las novenas porque no eran modernas? No me extrañaría que en la conferencia estuviera don Senén, que se pasaba el día protestando porque la Iglesia no es democrática, pero que para quitar de la parroquia la pila bautismal medieval y sacarla a la calle no preguntó a nadie.

Pues como fuera así todo, ganas de perder el tiempo. Lo que sí me gustó, dijo Marisa, es que hablaba de devolver el evangelio a la gente sencilla, que no es una cosa de la jerarquía.
Pues ya ves, repuso Rafaela, en esto voy a tener que darle la razón. Porque aquí llevamos unos años que los fieles de a pie no pintamos nada más que lo que echamos en el cesto. Os lo he explicado muchas veces.
De niña, entre el párroco y la maestra, me explicaron el catecismo y creo que lo entendí bien. Aprendí a rezar el rosario, algunas devociones, la visita al Santísimo, confesar, ir a misa, ayudar a la gente. Mi medalla de la Virgen del Carmen, agua bendita en casa, el Corpus, la fiesta, las procesiones con los santos, el misal, algún librito bueno.
¿Vosotros sabéis lo que me ha tocado padecer? Claro que lo sabéis. ¿Sabéis lo que se han reído de mí algunos curas diciéndome que todo lo que aprendí de niña no servía para nada? Anda que en algunos momentos no ha sido difícil confesarse, y cuando decías por ejemplo que habías faltado a misa un domingo te respondían que eso no era pecado. El problema ha sido que algunos curas y espabilados se han creído que tenían la verdad ellos solitos y nos han despreciado a los demás. Ellos sí que se quedaron con el evangelio para ellos solitos sin preguntarnos, sin tomarnos en serio, burlándose de nuestra vida de piedad de siempre. Ya va siendo hora de que nos tomen en serio, y si alguien se lo ha dicho, pues bastante ha tardado.
Y luego hay otra cosa que yo me sé por vieja. Todos esos que se pasan la vida quejándose de la censura, de la opresión y de que no hay democracia, en cuanto los toca mandar, son los peores. O a lo mejor es que ahora mandan otros y no lo saben aceptar. Vete a saber.
Joaquina miró a Rafaela, se sonrió y dijo: esta y yo seguimos rezando el rosario cada día y haciendo algunas novenas. Como tenemos tantos años, seguimos por el plan antiguo.

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