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jueves, 6 de junio de 2013

Carta semanal del Sr. Arzobispo ante la ordenación del nuevo Obispo Auxiliar

Bendito el que viene en nombre del Señor
Lo dijo el libro del Génesis, portavoz del proyecto divino sobre la creación: que no es bueno que el hombre esté solo, porque tampoco está solo Dios de quien somos imagen y semejanza. No es fácil acertar con la adecuada compañía, y siempre será un inmenso regalo sabernos bendecidos con alguien que fraternamente nos acompaña, que nos complementa, que rema con nosotros en la barca de la Iglesia yendo juntos hacia ese destino que nos ha marcado en los mares de la vida el mismo Dios. Esto vale para toda la comunidad cristiana, que con diversas vocaciones, con distintas encomiendas, expresa la índole de un Pueblo que encuentra en la comunión el modo propio de ser y de hacer desde el don que cada uno ha recibido del Señor para ponerse al servicio de los demás.
Entra de lleno esta perspectiva cuando llega el momento de recibir no ya el anuncio de su venida sino la realidad de un nuevo hermano tras su consagración episcopal. Hace escasamente dos meses que hacíamos pública la noticia de que el Papa Francisco había nombrado a D. Juan Antonio Menéndez Fernández, nuevo obispo auxiliar de la Diócesis de Oviedo. Fue entonces cuando nos dimos la enhorabuena, cuando agradecimos al Señor y a su Iglesia este regalo que a todos se nos hace, y de modo particular a mí como arzobispo.
Siempre me he preguntado por el significado que tiene que a través de los siglos algunos hayamos sido llamados a suceder a los Apóstoles. Porque un obispo es precisamente eso: un sucesor de los Apóstoles. Sólo sabemos que el obispo de Roma es el sucesor de Pedro. Los demás no tenemos una línea sucesoria tan nominalmente definida. Esto implica que los que hemos sido llamados a este menester, a este ministerio, debemos sabernos mirar en aquella comunidad que acompañó al Maestro, en cada uno de sus perfiles y temperamentos.
No se trata de emular a éste o a aquél imitando su originalidad sino más bien comprender que aquellos Doce fueron llamados en su circunstancia cotidiana, con sus características propias, con sus límites, con sus posibilidades, con toda la carga de luz y de sombra que ellos tenían y arrastraban. Al pronunciar Jesús sus nombres, ellos estaban en sus redes de pescadores, en sus mesas de recaudadores, en sus oficios y beneficios, en sus amores y desamores, en sus dudas y sus certezas, en sus trampas y en sus virtudes. Pero el Señor puso en sus labios el nombre de cada uno de ellos, y comenzó para ellos una historia nueva.
Convivieron con el Maestro como quien aprende a vivir de nuevo, y fueron limando sus aristas que les hacían toscos y ariscos, asomándoles a un modo distinto de ver las cosas, de abrazarlas, reconociendo en cada una de ellas la huella del Señor. Y tantas palabras escuchadas de los labios de Jesús, tantas obras bondadosas salidas de sus manos, ellos las guardaron como se custodia un tesoro, como se precinta un secreto, para luego poder contarlo a los cuatro vientos y en los mil mundos saber compartirlo.
Nos llega D. Juan Antonio con esta encomienda de pastor bueno en el Buen Pastor, como sucesor de aquellos Apóstoles en este tiempo y en esta tierra, y como una ayuda adecuada que ensancha nuestra fraterna amistad. No es un colega al uso, no es un cómplice de clá, es sencillamente un hermano que se me da y se nos da como obispo auxiliar. Junto con nuestra más sincera alegría que se hace abrazo de bienvenida, acogemos a D. Juan Antonio como quien viene en el nombre del Señor. También él ha oído al Maestro, también él ha visto tantos signos de vida. De la palabra y de los milagros del Señor Jesús, él como obispo ahora se hace testigo para confirmar la fe en los hermanos, y a mi lado presidir en la caridad a nuestro Pueblo, para despertar la esperanza proclamando la Buena Noticia. No son pocos los llantos que enjugar en los más pobres, son muchos los gozos por los que agradecidos saber brindar. Así entre lágrimas y sonrisas, y para todas ellas, nos llega ahora D. Juan Antonio, que santificando el nombre del Padre Dios –como dice su lema episcopal– será bendición para todos sus hermanos.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo

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