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lunes, 4 de febrero de 2013

Estoy enamorado de quien quiero que tú te enamores

 
Estoy enamorado de la persona más extraordinaria de este mundo. Y cómo no iba a estarlo, pues desde el primer momento no ha dejado tranquilos mi mente y mi corazón. Me ha hecho adicto suyo; ya no puedo vivir sin su presencia. Sólo mencionar su nombre hace saltar un resorte interior capaz de lanzarme a empresas inimaginables. Le encuentro en todo lo que veo y siento. Cualquier dificultad se me hace pequeña comparada con lo que me da. Es mi fuerza, mi sostén, mi aliento, mi todo.
Estoy enamorado de la persona más bella de este mundo y cómo no iba a estarlo. Es imposible ver su rostro y no quedarse paralizado: transmite paz, serenidad, consuelo. ¡Sus ojos! He descubierto en ellos la chispa divina, pero también he podido sorprenderlos humedecidos ante la tristeza, el dolor, la pobreza extrema; a través de ellos he aprendido a ver todo de modo diferente. Al mismo tiempo, esos ojos se me han clavado en el alma y una sola mirada suya basta para recorrer todo mi interior: ante ellos estoy hermosamente indefenso. En sus manos he tocado el cielo y cada caricia que me da, aunque a veces pueda parecer que es innecesaria o dolorosa, me transmite la pasión que tiene por mí. En fin, toda su persona me copa -de sus labios he escuchado sólo palabras eternas; siguiendo sus pies, he caminado por un sendero de felicidad- y cada mañana, cuando descansa en mi pecho, siento su susurro de cariño, dándome fortaleza.
¡Cómo no voy a estar enamorado de alguien que es la persona más amante de este mundo! Su amor es total, intenso, polarizador. Es capaz de darme todo lo que tiene, incluso su propia vida. Se ha humillado por mi amor, soy testigo de ello, y no le ha importado nada lo que los demás digan. Me ha abierto su corazón de par en par y me lo ofrece a manos llenas. Y, lo que es más importante, me ha enseñado a amar: un amor que es donación y entrega al otro con hechos, que pasa muchas veces por el sufrimiento, que pretende servir y dar su vida por el otro; un amor, en definitiva, que no ve final. Yo antes sólo sabía querer: ése que es sólo el placer fugaz de un instante, la búsqueda del gozo, la ambición de una vida sin sufrimiento; y, en contraposición a la eternidad de su amor, mi querer se acababa tras el primer obstáculo.
 
 
Estoy enamorado de la persona más fiel de este mundo. Nunca abandona, aunque en ocasiones no se deje ver; siempre aparece en el momento preciso y más necesario. Conociendo su historia, cada paso dado está meticulosamente pensado para manifestarme amor; es un genio. Y cuando he sido infiel -porque, tonto de mí, lo he sido- ha ido en mi búsqueda, me ha vuelto a seducir y no se ha cansado hasta lograr tenerme de nuevo a su lado. ¡No soy digno de este amor! Tras cada traición, cuando he vuelto, siempre me ha perdonado, sin importarle lo que haya podido hacer o la intensidad de mi infamia. Es la única persona que me consta que jamás me va a traicionar: estará conmigo ahora y hasta mi vejez. Más aún, cuando llegue mi muerte y con el tiempo hasta mis seres queridos me olviden, ahí estará: sobre mi tumba seguirá vigilante día y noche, amándome mientras mi cuerpo espera la resurrección para la vida eterna; seguirá abrazando mi tumba con su cruz, como guardián eterno de un amor indestructible, empezado aquí en la tierra.
¡Cómo no enamorarme de alguien así y cómo quisiera que todo el mundo le conociese! Estoy seguro que muchos cambiarían su comportamiento, como yo cambié el mío. Bastaría mirarlo ahí, clavado en la cruz por amor a mí y abriéndome su Corazón. Porque esta persona tan extraordinaria, bella, amante y fiel no es otra que Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, que murió por mí, que fue escupido, clavado en el madero, muerto y resucitado para mendigar algunas migajas de mi amor. Jamás alguien podrá encontrar otro igual, pues sólo Él puede dar plenitud y sentido a la vida aquí y en la eternidad: sólo su amor llena el alma.
Estoy enamorado de esta Persona y mi anhelo es que también cautive el corazón de todo el mundo; para eso me he hecho sacerdote. Y si en el intento de que se enamoren de Él tengo que subir también al Calvario: con el corazón sangrante, y conociendo mi debilidad, lo haré, no sin llanto y dolor… pero clavado con Quien me lo ha dado todo y con Quien espera que también yo ame de manera extraordinaria, bella, amante y fiel.

P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

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