Páginas

viernes, 1 de agosto de 2025

Santoral del día: San Félix de Gerona

Martirologio Romano: En Girona, en la Hispania Tarraconense, san Félix, mártir en la persecución bajo el emperador Diocleciano († 304).

San Félix de Gerona o Félix el Africano fue un mártir gerundense que murió durante la última persecución de Diocleciano contra los cristianos, en el año 304. Félix era un diácono de procedencia africana que habría predicado el Evangelio y la fe cristiana en Gerona y que aceptó hasta sus últimas consecuencias su compromiso. Se conoce su amistad con Cucufate, mártir en Barcelona.

En febrero del año 303, Diocleciano dio la orden de exterminar a los cristianos en lo que sería la última de las grandes persecuciones contra el cristianismo en el Imperio Romano. Las autoridades romanas detuvieron a Félix y seguramente se le pidió adorar a los dioses, apostatar públicamente de sus creencias. Al negarse fue condenado a muerte pero se desconocen las circunstancias precisas de su martirio. Se supone que ocurrió el 1 de agosto de 304 y refleja la existencia de una comunidad cristiana en Gerunda .

Félix fue enterrado en un cementerio que existía a las afueras de la ciudad, al lado del actual portal de Sobrepuertas que abre la Vía Augusta desde el Norte. Su tumba, visitada por los devotos, se convirtió pronto en un lugar de peregrinación y para protegerla se construyó una edificación, martyrium o pequeño santuario. Este martyrium constituyó el origen de la actual basílica de San Félix y su ubicación original correspondería al actual presbiterio. Por tanto la iglesia de San Félix es el templo cristiano más antiguo de la ciudad de Gerona.

Los mártires de la última persecución general, decretada por Diocleciano en 303, son innumerables en todas las provincias del vasto Imperio de Roma. Pero hemos de proclamar con legítimo orgullo, que en ninguna como en España raya tan alto el heroísmo de los que dan su vida por Cristo, ni tiene ninguna un poeta cantor como nuestro Pmdencio, «digno .de tales tiempos y de tales hombres». No hay ciudad española que deje de dar frutos para el cielo, ni víctimas a la saña de Daciano, el desalmado gobernador de la Tarraconense, «de quien en los Martirologios y en los himnos de Prudencio hay larga y triste, aunque, para nuestra Iglesia, gloriosa memoria», al decir de Menéndez y Pelayo. En Gerona —ciudad ungida en la Historia con destino cruento — pequeña, pero rica por tal tesoro, son despedazados —según el gran vate cristiano—:

Los santos miembros del glorioso Félix. No ha nacido en España. Pero España le llama hijo suyo, porque aquí, por el martirio —dies natalis—, nacerá para el cielo. Es oriundo de la ciudad africana de Scilita, y pertenece a una familia acaudalada y noble. Estudiante en Julia Cesarea —hoy Cherchell—, el gran tráfico comercial de este puerto con la Tarraconense le pone en conocimiento de la horrible persecución que en aquella provincia sufre el Cristianismo. Y en su corazón mozo comienza a hervir en ansias de martirio, la ardiente sangre scilitana, tantas veces derramada en la plaza de Cartago. Hasta que, un día —¡qué temple de héroe!— tira los libros, exclamando: «¿De qué me sirve la ciencia de los hombres? ¡Buscaré la ciencia que estudia al Autor de la vida!»...

No se anduvo en chiquitas. Acompañado de un fiel amigo y compatricio — San Cucufate — dejando su patria, su familia, sus estudios —dejándolo todo, como los Apóstoles del Señor—, se embarcó rumbo a Barcelona en el primer navío que halló, disfrazado de mercader.

Y no es mero disfraz. Traficantes a Io divino, la caridad, ejercida en su más amplia comprensividad, constituye su gran negocio. No venden, que regalan; hasta que, no teniendo ya qué dar, se entregan a sí mismos. Cucufate se queda en Barcelona. Pronto la honrará con la efusión de su sangre. Los catalanes le llamarán familiarmente «Sant Cugat». Félix sube hasta Ampurias. Allí se entrega con afán al estudio de las Divinas Letras y a obras de celo. «Era —dicen las Actas— casto, sobrio, manso, pacífico y sincero, amado del pueblo por sus incesantes limosnas, y hospitalario con todos... Caminaba sin temor, e iba sembrando por todas partes las perlas preciosas de la palabra evangélica».

Y caminando llega un día a Gerona, foco principal de la persecución:

Este don claro la Ciudad te envía,
scilitana, la que da a Gerona,
al almo Félix, porque allí reciba
culto y corona.

Y es tal el celo que despliega, tal el fervor de su vida y tan grande el caudal de su doctrina que, aun sin ser sacerdote, todos le miran como a Doctor, Apóstol y Profeta: «Apóstolum eum aut unum ex Prophetis appellabant; qui viam salutis ómnibus demonstrabat» —dicen textualmente las Actas.

¿Pasará inadvertida tanta excelencia? Claro que no: la luz es demasiado radiante para no herir los ojos del pretor Rufino, subdelegado de Daciano. Por orden suya es apresado Félix y puesto ante el terrible dilema de «sacrificar o morir». Quisiéramos reproducir aquí todo el proceso con sus maravillosas circunstancias; pero carecemos de espacio, No resistimos, con todo, a la tentación de transcribir una de las más bellas e inspiradas respuestas de Félix:

—Mi decisión —dice al Pretor — es irrevocable. Y, aunque pudieras ofrecerme las mismas delicias del cielo a cambio de mi fe, no renunciaría a ella.

Las Actas nos hablan de un martirio espeluznante, casi increíble, así como de grandes prodigios obrados por Dios en favor de su siervo. «Cristo — dirá Prudencio — destruyó 'los sutiles inventos de Belcebú, puesto que iluminó con esplendores de mediodía la oscuridad de la cárcel, y los ángeles descendieron de los cielos cantando un poema cuyo eco fiel reprodujo el antro cóncavo, cual si quisiera emular las celestiales voces». La liturgia mozárabe hace también memoria de este glorioso Mártir, diciendo que «sostuvo con animoso pecho todas las torturas; y que, después de haber sufrido penas y cadenas, azotes y garfios, rotas las ligaduras de la carne, emigró a las celestes moradas, el día primero de agosto del año 304».

Desde entonces, Gerona ha guardado celosa —en el primoroso estuche de su Colegiata— la veneranda cabeza de su Apóstol, Doctor y Profeta, San Félix:

«¡Oh, Gerona feliz, oh ciudad bienaventurada!, no tienes que temer ningún mal protegida por tu Mártir. Quien aquí acuda recibirá lo que pida».

Por eso, hoy, nosotros, haciendo nuestras otras estrofas del poeta cantor que, «sin hacienda y sin santidad, ofreció a Dios ligeros yámbicos y circulares troqueos» —son sus palabras—, pedimos con él:

«Oh Dios, fuente de perenne vida, luz y origen de la luz, mira al pueblo que canta la fiesta del gran Mártir; escucha los ruegos de los que te imploran; recibe los cantos de alabanza. Cantamos, ¡Oh, Félix!, tus glorias. Tú desata la lengua en sonoros cánticos, para que podamos dignamente loar tus favores».

(misagregorianatoledo.blogspot.com)

No hay comentarios:

Publicar un comentario