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sábado, 8 de abril de 2023

Oh noche santa en que volvió a latir su corazón. Por Rodrigo Huerta Migoya

Hemos llegado a la cumbre, no solo de la Semana Santa o del anhelo cuaresmal, sino que hemos llegado al epicentro del año litúrgico, al cimiento de nuestra fe. En esta bendita noche recordamos aquella gloriosa y única noche donde nuestro Señor venció a la muerte, salió vivo del sepulcro y cambió el transcurso de la historia. Es una celebración que emociona, que renueva nuestra esperanza y que nos hace mirar toda sepultura con ojos diferentes. Señor, yo creo que tú vives, yo creo en ti, y espero algún día ser copartícipe de tu victoria sobre la muerte. En esta noche la oscuridad se disipa, no es una noche cualquiera, sino una más brillante que el propio día. Las tinieblas de nuestros miedos, de nuestras penas y zozobras no tienen cabida hoy, pues Jesucristo ha pagado con su muerte nuestro rescate, y ahora resucitado, nos llama a ser sus testigos. Vivimos la vigilia pascual con el corazón ensanchado, sabiendo que no ha sufrido, muerto y resucitado de forma genérica, sino personalísimamente por mí. Y así como comunidad compartimos la luz del cirio pascual con velas en nuestras manos; todos portamos la misma luz, pero cada cual tenemos nuestra propia oscuridad que vencer. El mandato de la Iglesia de confesar y comulgar por Pascua no es una moralina anticuada, eso una exigencia para el católico, pues Cristo ha resucitado, ¿por qué no resucitar nosotros con Él? Para eso renovamos las promesas del bautismo, pues queremos comprometernos a vivir cuidando la blancura de nuestra alma. Esta es la primera convocatoria del resucitado esta noche, a volver a empezar, a volver a Galilea, a retomar el vigor de aquella primera experiencia de encuentro con el Señor. Y a esto somos invitados todos desde la conciencia de nuestra fragilidad. Es lo que Jesús resucitado espera, que volvamos a su corazón, que vayamos a su encuentro, por ello nos insiste en volver a Él: "venite ad me".

Corazón que renace, volver al Génesis, a Galilea

Comienza la liturgia de la palabra en la noche de Pascua con la lectura de la creación del capítulo primero del Génesis. Y ahí ponemos la mirada, en cómo nos soñó y modeló Dios Padre, perfectos como Él. Nos quiso santos y para ese fin fuimos formados del polvo. En nuestra libertad optamos por probar el pecado y quedarnos retozando en su barro. Todo el peregrinar cuaresmal que iniciamos con la ceniza en nuestras frentes tiene su meta aquí en la noche santa de la Pascua. La liturgia bautismal de esta noche es también un querer volver atrás de algún modo, no solo al comienzo físico, sino más aún a nuestro comienzo de fe, a nuestro nacer para Dios. La vida del creyente es un continuo empezar, día tras día, con la gracia que el Señor nos regala para acompañarle al compás del año litúrgico. En esta noche bendita en la que el mundo sigue su ritmo, siendo tantos -incluso muchos que se dicen cristianos- los que viven de espaldas a esta fiesta de las fiestas, a esta liturgia, a lo que significa felicitarnos de que Jesucristo haya resucitado. Muy pocos testigos hubo en aquella noche, entre las noches que presenciaran el momento justo y exacto en que aquel corazón detenido, parado y atravesado, volvió a palpitar, a hacer circular su sangre y devolver a la vida todos los órganos que estaban quietos. Así lo cantará la secuencia pascual: ''los ángeles testigos, sudarios y mortaja'', ciertamente sólo los coros celestiales y las vendas que cubrían su cuerpo estaban allí. Personalmente, minutos antes de acudir a la vigilia pascual, me gusta traer a mi memoria a los difuntos, a todos en general y en especial a los míos, personas que me vienen en "flashes" a la mente y los llevo toda la celebración muy cerca del corazón, asintiendo ''Señor, asócialos a tu gloria''. Todo cobra sentido esta noche, pues si Cristo no hubiese resucitado, vana sería nuestra esperanza, como nos dice San Pablo. Aquellas cenizas hoy son fuego, la muerte es vida, el desierto se ha vuelto vergel. No nos quedemos en la tarde del viernes, sino que adentrémonos en la noche de Pascua que nos lleva al amanecer de Resurrección, y desde aquí volver a comenzar, volviendo a Galilea, que es empezar desde abajo del todo. Todos los sacramentos cobran aquí su razón de ser, para qué bautizarnos, confirmarnos, recibir la unción de enfermos... si Cristo no estuviera vivo. Él vive realmente, pero el mundo está lleno de personas a las que nadie ha dado a conocer esta noticia que puede cambiar sus vidas. 

Corazón que libera, no de la esclavitud de Egipto sino del pecado

Otro texto de especial resonancia es el pasaje del Éxodo, cuando el Señor liberó al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto cruzando el mar rojo. Y es que nos olvidamos que Dios lo puede todo, que ni siquiera el océano le detiene, que Él nos abrirá sendas donde nunca las hubiéramos imaginado. Siempre nos sorprendió viniendo en nuestro auxilio; liberó a los israelitas de la opresión egipcia en aquella noche en que los judíos prepararon panes ácimos, mataron corderos sin mancha y rociaron con sangre la jamba de sus puertas. Esta fue la vieja Pascua que se ha actualizado en Jesucristo. En este triduo pascual, Él se ha quedado con nosotros en el pan eucarístico, ha muerto como cordero inmaculado cuya sangre nos ha salvado de la muerte eterna y ahora con su resurrección concluye su redención asociándonos a su gloria. He aquí el cordero pascual, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que nos libra de la corrupción y del mal. El corazón resucitado de Cristo es un corazón libertador, abierto y sin cadenas que quiere liberar nuestros endurecidos corazones para poder hacer verdad ese pacto de nueva alianza donde nosotros seamos su pueblo y Él sea nuestro Dios. Por eso no cesamos de pedirle al Señor que queremos hacer nuestro corazón semejante al suyo, pues el nuestro está frío y duro tantas veces como un sepulcro, mientras el suyo late y rebosa vida, humanidad, calor, sentimiento... Los que no entienden la devoción al corazón de Jesús son los que no han entendido que nuestro Dios está vivo, que es amor y que tiene un corazón en el que está inscrito nuestro nombre.

Corazón resucitado que encontramos en el pobre, en su palabra, en su mesa.

Nuestro Dios es Dios de vivos y no de muertos, esto lo constatamos especialmente en este tiempo de Pascua en que queremos buscarlo, correr al sepulcro vacío y de ahí al mundo para gritar nuestro "Aleluya". No se puede buscar a un vivo en un cementerio, y esto nos pasa con Jesús, se nos olvida dónde encontrarle y chocamos de nuevo con la pregunta que a lo largo de los siglos ha sido una llamada de atención para el pueblo fiel: ¿por qué buscáis entre los muertos a la vida? Descubrir a Jesucristo vencedor de la muerte lo cambia todo, se deja el miedo para pasar al testimonio, se deja de hablar bajo para gritar, se deja de vivir mirando al suelo para empezar a vivir cabeza alta mirando al horizonte. No leemos la Biblia por costumbre, no vamos al pobre por solidaridad, ni vamos a la eucaristía por inercia, sino sólo y exclusivamente porque en todos estos lugares nos encontramos cara a cara con el Señor vivo que nos habla al corazón desde el suyo resucitado. Y encontrarnos a Jesús vivo, nos llena el alma y el pecho tanto de gozo que no podemos callarlo ni ocultarlo para nosotros solos, sino que debemos darlo a conocer a todos los que se crucen en nuestra vida. La evangelización empezó en la Pascua, cuando la alegría de ver que se habían cumplido las escrituras fue un boca a boca: ''Verdaderamente, ha resucitado el Señor''. La vivencia del Triduo Pascual ha sido esta: ''hemos descubierto el amor que Dios nos tiene'', y ahora tratamos de proclamarlo a todos los hombres: ¡Jesucristo te ama, por eso murió y resucitó por ti! Vayamos al encuentro del hermano, donde encontraremos también al resucitado, salgamos a los caminos donde se nos hará el encontradizo, dejemos que nuestro corazón arda con su palabra y que nuestros ojos se emocionen en la fracción del pan. Con la Magdalena podemos exclamar: ''resucitó de veras mi amor y mi esperanza''. Corazón resucitado de Jesús, concédenos tener tus mismos sentimientos.

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