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martes, 25 de noviembre de 2025

Sobre las Capellanías de Hospital. Por Joaquín Manuel Serrano Vila

Me llegan noticias de que habrá pronto nuevo capellán para el Hospital de Jove. Me alegro profundamente de ello, pues en el final de la enfermedad de mi tío Pepe Luis, de mi madre y de mi tía Blanqui tuve que llevar yo mismo los óleos para poder sacramentarlos. En mis últimas visitas al hospital, al verme las personas de clergyman por los pasillos, me "asaltaron" hasta en TRES ocasiones: "Por favor, le puede poner la Unción a mi marido"; "Por favor, le puede llevar la comunión a mi madre"... y hasta me cayó alguna bronca que aguanté en silencio y con vergüenza: "Mire, yo no soy el capellán, ni soy nadie en el hospital; vengo al igual que Vd  de visita, aunque la entiendo"...

Qué importante es la labor de los capellanes de hospital, y que los sacerdotes se dejen ver y sean reconocibles. Aún está en mi memoria aquel Hospital de Caridad (inicio del actual Hospital de Jove) que estaba no solamente bien atendido, sino mimado por la Iglesia: comunidad de religiosas, capellán fijo y residente, y misa diaria... Primero la marcha de las monjas, y después la jubilación del bendito don José María de Paz, el capellán, lo cual supuso el principio del fin a la atención espiritual de ese centro sanitario. Siempre me ha dado apuro cuando varios conocidos de Candás me decían que tenían un familiar pidiendo la comunión y nadie se la llevó, o un enfermo la "Unción" antes de entrar a quirófano y tampoco hubo nadie para administrársela... Y así un largo etc durante años. Yo en numerosas ocasiones trasladé dichas quejas a responsables diocesanos; parece que por fin han tomado medidas, aunque para cada una de esas familias y enfermos todo lo que se haya hecho ahora no borrará por arte de magia sus frustraciones y abandonos. 

En el año 2020 al hilo de la pandemia, reflexionaba el Papa Francisco sobre el valor de la presencia de los sacerdotes en los momentos de sufrimiento de su pueblo. En un discurso en la Sala Clementina afirmaba el Pontífice: ''En estos meses, las personas no han podido participar en las celebraciones litúrgicas, pero no han dejado de sentirse como una comunidad. Han rezado de forma individual o en familia, también a través de los medios de comunicación, unidos espiritualmente y sintiendo que el abrazo del Señor iba más allá de los límites del espacio. El celo pastoral y la solicitud creativa de los sacerdotes ayudaron a la gente a continuar en el camino de la fe y a no quedarse sola ante el dolor y el miedo. Esta creatividad sacerdotal con la que sé que han sabido superar algunas, pocas, expresiones “adolescentes” contra las medidas de la autoridad, que tiene la obligación de salvaguardar la salud del pueblo. La mayoría ha sido obediente y creativa. He admirado el espíritu apostólico de tantos sacerdotes que iban con el teléfono, llamando a las puertas, llamando a las casas: “¿Necesita algo? Le hago la compra...”. Mil cosas. La cercanía, la creatividad, sin vergüenza. Estos sacerdotes que se han quedado junto a su pueblo compartiendo cuidados y atenciones cotidianas han sido un signo de la presencia consoladora de Dios. Han sido padres, no adolescentes. Por desgracia, han muerto no pocos de ellos, al igual que los médicos y el personal paramédico. Y también entre vosotros hay algunos sacerdotes que han estado enfermos y, gracias a Dios, se han curado. En vosotros doy las gracias a todo el clero italiano, que ha dado muestra de valor y amor a la gente''. Personalmente, creo que fue ejemplar la labor de los capellanes de hospital los días de la pandemia, con toda la protección, pero sin miedo al contagio, llevando comuniones, absolviendo y ungiendo el óleo de enfermos con bastoncillos para evitar el contacto físico. He aquí esa presencia consoladora de Dios de la que habló el Papa Francisco. Y qué triste que personal sanitario te diga: "Pues aquí el capellán ni apareció" o "Llamó el día que quedamos confinados y dijo: ¿No hace falta que vaya, verdad?"... Gracias a Dios, esos casos se contaron con los dedos de una manos.

En este sentido, aún tiene Gijón asignaturas pendientes, como que el Hospital de la Cruz Roja, que es el centro sanitario de la ciudad en el que tantas personas cierran sus ojos para este mundo, no cuente con capellanes. O ya no digamos de los cementerios municipales de Ceares o Deva; han sido no pocas familias conocidas que me manifestaron su decepción con la Iglesia porque a la hora de enterrar a un  ser querido no había un sacerdote a pie de sepultura para acompañarles en la oración y encomendar a su ser querido al descanso eterno. Nunca me cansaré de repetir que las capellanías de hospitales, tanatorios y cementerios deben ser cuidadas y atendidas con el mayor mimo; son los areópagos de hoy en los que, como San Pablo, podemos hablar de Dios a los desconocido a los ciudadanos de nuestras "polis".

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